Escribe Jorge Carnevale
Sobre el Gaumont y otros cines como los de antes.
Volví al cine Gaumont después de mucho tiempo, y me sentí como en casa. Esa sala enorme, esas alfombras mullidas, ese silencio de los que ingresan (nada de pochoclo, telefonos celulares sonando a destiempo ni voces destempladas), prenunciaban lo mejor. De pronto, retornaba el ceremonial que respeté desde siempre: uno baja la voz apenas entra porque va a asistir a un ritual entre sagrado y mágico. La sala se va a ir oscureciendo de a poco, la pantalla se va a encender y por un par de horas todo será posible allá enfrente. En ese cine vi aquel prodigio del Cinerama. Ahora rebautizado Espacio INCAA-Km 0 ofrece películas Argentinas. De vez en cuando, la peli se corta como en los perdidos cines de barrio y hay que esperar que todo se ordene, pero nadie patalea. La gente que entró no fue por casualidad.
Cierto: en los complejos de los shoppings las butacas son más cómodas pero todo es absolutamente inpersonal. Ninguna sala da a la calle y la cosa viene en degradé: hay que subir y bajar escaleras. Todas las salas se parecen, de modo que ninguna se nos vuelve entrañable. La gente entra hablando, sigue en el mismo tono durante la publicidad y hay que empezar a los chistidos cuando arranca la cinta. En el Gaumont, los martes ocupan la sala mayor (mi preferida) las funciones del Cine Club Nucleo. A las 18 y a las 20 dan preestrenos para una concurrencia donde se mezclan periodistas y cinéfilos veteranos. No todo el mundo se conoce, pero uno siente que está entre amigos, que no habrá disonancias. La misma sensación que tengo cuando acudo al Cinedúplex de Caballito. Le han puesto un Village enfrente pero no ha perdido un solo espectador.
De lo que se estrena, dan lo mejor dentro de lo posible. Programa el empeñoso Alberto Kipnis, creador del mítico Lorraine, también responsable de lo que pasa en los Arteplex de Belgrano y el Centro. Son sitios donde las guarangadas no caben y sí, en cambio, las ganas de que el cine vuelva a ser ese milagro que nos supo encantar con las mejores armas, antes de que llegaran los "tanques" con su cajita feliz y su patio de comidas adosado. Quienes prefieren las salas que digo, son mis cofrades. Gente de un tiempo en que una película te cambiaba la vida, si la veias en el espacio adecuado.
Seleccionado de revista Ñ numero 198, sabado 14/7/2007
Julio Diz
- Julio Diz
- Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.
miércoles, 24 de octubre de 2007
Salas como lugar de pertenencia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario