Red Stovall
Hoy he recuperado este clásico, que ya había visto hace muchos años, pero sobre el que apenas recordaba nada. Su título original es ‘Journey Into Fear’, o sea, algo así como ‘Viaje al Miedo’, pero eran demasiadas palabras para que nuestro inteligente traductor de títulos de películas las tradujese todas, asi que optó por el más cómodo ‘Estambul’, que es precisamente donde se desarrolla la mayor parte de la acción.
‘Estambul’ fue empezada por Orson Welles, quien a saber por qué dejó de filmarla, teniendo que sustituirle Norman Foster, quien también la montó. Welles, que interviene en el film como actor declaró en alguna ocasión que su participación en el mismo sólo fue como intérprete. Sin embargo, echándole un visionado al film, enseguida nos damos cuenta de que eso no se lo creía ni él. Foster no poseía la garra narrativa y visual de Welles, y es muy fácil adivinar qué escenas realizó Welles y cuáles Foster. Esa división en la dirección lastra en consideración una película realizada posteriormente a dos de las más grandes obras maestras del Séptimo Arte: ‘Ciudadano Kane’ y ‘El Cuarto Mandamiento’, realizadas cuando Welles tenía tan sólo 26 y 27 años. Casi nada.
La historia de ‘Estambul’ es, cuando menos, graciosa. En ella, un americano que es ingeniero naval, cuando regresa a los USA de dar una conferencia con su esposa, se convierte en objetivo principal de unos agentes nazis que quieren eliminarlo. De la noche a la mañana y sin poder decirle nada a su esposa, nuestro protagonista se ve embarcado en un barco para salvar su vida de la gente que le pisa los talones.
Cuando digo graciosa me refiero un poco a rocambolesca, y es que el hecho de que el film ha sufrido un poco en la sala de montaje, se nota en el devenir de un argumento que tiene partes que provocan cierta simpatía, por no decir cachondeo. La película avanza a trompicones,y sólo cuando se detiene en ciertos momentos alcanza instantes de buen cine. En tan sólo 68 minutos de duración, la acción cambia varias veces de dirección, y las elipsis que se realizan de cambio en cambio son demasiados bruscas, probablemente debidas a que han tenido que unir los distintos bloques dirigidos por cada uno de los dos directores, intentando darle la mayor coherencia posible al conjunto.
Como decía antes, es fácil diferenciar las escenas rodadas por Foster de las de Welles. Las de este último tienen mucho más interés, ya que técnicamente son muy superiores. Planos arriesgados y complicados para la época, movimientos de cámara espectaculares, etc. En las de Foster todo es mucho más convencional, aunque realizado con oficio, eso sin duda. No obstante, como los cambios de uno a otro se producen varias veces a los largo de la proyección, pues desconcierta un poco y realmente daña al film, ya que muchas cosas se habrán quedado en la mesa de montaje.
Actoralmente, Welles volvió a contar con su actor-fetiche, Joseph Cotten, al que se le ve un poco perdido, supongo que porque un día le dirigía un director y al día siguiente otro, o vete tú a saber porqué. Hay momentos en los que cierta inocencia le queda muy bien al personaje, pero en otros no demasiado. A su lado, saliendo al principio y al final de la película, un Orson Welles impresionante, como solía ser habitual en él. La nota femenina la ponen dos míticas actrices. Por un lado Dolores del Rio en el papel de una bailarina, y por otro, la eterna secundaria Agnes Moorehead, como la mujer de un simpático personaje interpretado por Frank Readick. Es curioso que ambas actrices tengan a su cargo unos personajes tan poco tratados en la trama.
Un film correcto, sumamente entretenido y en el que incluso se incluyen algunas críticas nada ocultas hacia algunos pensamientos políticos, como cierta conversación, o más bien habría que decir monólogo, entre uno de los personajes secundarios y Joseph Cotten, acerca del capitalismo y el socialismo que es verdaderamente ingenioso y casi delirante, por divertido. Por cierto, hay un par de toques humorísticos en el film ingeniosamente metidos que sorprenden bastante, pero por supuesto hacen reir. Y con una sonrisa es con lo que estamos durante toda la película, unas veces provocada conscientemente y otras por haberse liado tanto con lo de la dirijo yo, no, yo, no, yo, tú, bueno, tú.
‘Estambul’ fue empezada por Orson Welles, quien a saber por qué dejó de filmarla, teniendo que sustituirle Norman Foster, quien también la montó. Welles, que interviene en el film como actor declaró en alguna ocasión que su participación en el mismo sólo fue como intérprete. Sin embargo, echándole un visionado al film, enseguida nos damos cuenta de que eso no se lo creía ni él. Foster no poseía la garra narrativa y visual de Welles, y es muy fácil adivinar qué escenas realizó Welles y cuáles Foster. Esa división en la dirección lastra en consideración una película realizada posteriormente a dos de las más grandes obras maestras del Séptimo Arte: ‘Ciudadano Kane’ y ‘El Cuarto Mandamiento’, realizadas cuando Welles tenía tan sólo 26 y 27 años. Casi nada.
La historia de ‘Estambul’ es, cuando menos, graciosa. En ella, un americano que es ingeniero naval, cuando regresa a los USA de dar una conferencia con su esposa, se convierte en objetivo principal de unos agentes nazis que quieren eliminarlo. De la noche a la mañana y sin poder decirle nada a su esposa, nuestro protagonista se ve embarcado en un barco para salvar su vida de la gente que le pisa los talones.
Cuando digo graciosa me refiero un poco a rocambolesca, y es que el hecho de que el film ha sufrido un poco en la sala de montaje, se nota en el devenir de un argumento que tiene partes que provocan cierta simpatía, por no decir cachondeo. La película avanza a trompicones,y sólo cuando se detiene en ciertos momentos alcanza instantes de buen cine. En tan sólo 68 minutos de duración, la acción cambia varias veces de dirección, y las elipsis que se realizan de cambio en cambio son demasiados bruscas, probablemente debidas a que han tenido que unir los distintos bloques dirigidos por cada uno de los dos directores, intentando darle la mayor coherencia posible al conjunto.
Como decía antes, es fácil diferenciar las escenas rodadas por Foster de las de Welles. Las de este último tienen mucho más interés, ya que técnicamente son muy superiores. Planos arriesgados y complicados para la época, movimientos de cámara espectaculares, etc. En las de Foster todo es mucho más convencional, aunque realizado con oficio, eso sin duda. No obstante, como los cambios de uno a otro se producen varias veces a los largo de la proyección, pues desconcierta un poco y realmente daña al film, ya que muchas cosas se habrán quedado en la mesa de montaje.
Actoralmente, Welles volvió a contar con su actor-fetiche, Joseph Cotten, al que se le ve un poco perdido, supongo que porque un día le dirigía un director y al día siguiente otro, o vete tú a saber porqué. Hay momentos en los que cierta inocencia le queda muy bien al personaje, pero en otros no demasiado. A su lado, saliendo al principio y al final de la película, un Orson Welles impresionante, como solía ser habitual en él. La nota femenina la ponen dos míticas actrices. Por un lado Dolores del Rio en el papel de una bailarina, y por otro, la eterna secundaria Agnes Moorehead, como la mujer de un simpático personaje interpretado por Frank Readick. Es curioso que ambas actrices tengan a su cargo unos personajes tan poco tratados en la trama.
Un film correcto, sumamente entretenido y en el que incluso se incluyen algunas críticas nada ocultas hacia algunos pensamientos políticos, como cierta conversación, o más bien habría que decir monólogo, entre uno de los personajes secundarios y Joseph Cotten, acerca del capitalismo y el socialismo que es verdaderamente ingenioso y casi delirante, por divertido. Por cierto, hay un par de toques humorísticos en el film ingeniosamente metidos que sorprenden bastante, pero por supuesto hacen reir. Y con una sonrisa es con lo que estamos durante toda la película, unas veces provocada conscientemente y otras por haberse liado tanto con lo de la dirijo yo, no, yo, no, yo, tú, bueno, tú.
Colaboración de:
Andrés Aldao
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