Escribe: María Luisa Bemberg
Crecí en una familia donde el poder era muy importante. Pero a mí jamás me interesó; detesto manipular a la gente. Por cierto, ser directora de cine exige autoridad y un manejo muy equilibrado del poder. Pero es algo distinto. Es la obra la que manda, no el director. Siempre busqué el respeto de quienes me rodean, nunca la sumisión.
Para mi padre, la mujer debía ser bonita y virtuosa. Yo lo detestaba. Me parecía un ser siniestro, encarnaba todo lo que yo odiaba. Más tarde comprendí que era un hombre noble, que había sido obligado por su nacimiento a vivir una existencia que no le gustaba. La fortuna de los Bemberg había hecho de él un prisionero. Mi madre era una víctima, pero que se ocupaba de formar futuras víctimas. En el fondo, le tenía mucha lástima. Nunca tuve una buena relación con ella. Era dependiente, sometida. Yo la veía y me decía: "lo único que quiero es no parecerme a ella. Sería lo peor que podría pasarme". De algún modo quería vengarla. Ella podría haberme animado a romper con mi miedo. En cambio, se había convertido en custodia de valores que habían cercenado su existencia.
He tenido la vida de una mujer privilegiada; eso no significa que no tuve dolores, por el contrario. Mis hermanos y yo vivíamos en manos de niñeras. Tuvimos 23 nurses. Una duró siete años; otra apenas veinticuatro horas. Nos encariñábamos con ellas y, cuando ya las queríamos como si fueran de la familia, se iban. Eso nos hizo duras, caprichosas e insolentes. Una vez, en París, en casa de nuestro abuelo, llegó una niñera nueva. Ordenamos que nos sirvieran el té en el jardin. Se echó a llover y nosotras -para molestarla- le dijimos que en Buenos Aires acostumbrábamos a tomar el té al aire libre, aun cuando lloviera, sentadas junto a nuestras gobernantas. Ella, por lo tanto, debía hacer lo mismo. La pobre mujer se fue espantada diciendo que éramos unos salvajes.
Me hubiera gustado seguir estudios sistemáticos cuando era joven. Envidiaba a mis hermanos que iban a colegios. Nosotras, por ser mujeres, recibíamos clases particulares. Seguíamos a papá y mamá en sus viajes de negocios. Era triste depender de esas gobernantas que llevaban una vida tan gris. Eran personas que no se sentían a gusto con la servidumbre, pero tampoco pertenecían al salón. "Miss Mary" fue, en cierto modo, un homenaje a esas mujeres a las que se les pagaba para querer chicos ajenos. Es también mi película más autobiográfica.
Mi primera safistacción en una tarea creativa fue el vestuario de "La visita de la anciana dama", interpretada por Mecha Ortiz. Fue bien recibido y yo me sentí muy emocionada. Pero mis familiares no estaban contentos con lo que hacía. En realidad preferían que no hiciera nada. Las mujeres tenemos un gran trabajo hasta tomarnos en serio. Creer que podemos tener importancia por nosotras mismas nos lleva su tiempo. Cuando era chica y estaba enferma, me entretenía con un espejo. Me gustaba mirar las cosas a través de él, las enfocaba, creaba encuadres, sin saber todavía muy bien lo que estaba haciendo. Tenía marionetas, armaba teatros infantiles y mis hermanas me servían de audiencia. Recuerdo que mamá me auguraba un futuro que parecía terrible. Me decía: "esta chica es muy rebelde; es igual a Delia del Carril y va a terminar como ella". Yo me preguntaba quién sería esa mujer y qué habría hecho, cuál habría sido su destino. Más tarde me enteré de que se había casado con el poeta Pablo Neruda y descubrí que era una excelente pintora. Una vida que a mí me habría encantado llevar.
No sé exactamante en que momento decidí que quería firmar mi vida. Sí recuerdo un pensamiento que me impulsó a cambiar mi existencia. Era una frase de "La condición humana" de Malraux. Decía: "las ideas hay que vivirlas". Yo no las vivía. Me revelaba interiormente contra la educación que me habían inculcado, pero no hacía nada. Estaba condicionada por la obediencia, por una formación eminentemente tradicional. En eso mi historia se parece a la de Finita, la protagonista de "Cronica de una señora", la película de Raúl de la Torre cuyo guión me pertenece. Cuando mi padre se enteró de que se iba a hacer un film basado en ese texto, me envió desde París una carta terrible, no porque demostrara enojo sino porque revelaba una gran preocupación, una enorme ternura en un hombre que había sito tan severo. Sabía que había entregado un guión sobre "nuestra clase" -así la llamaba- y me aconsejaba destruirlo: "es una gran imprudencia. Te van a destrozar". Me sentí aniquilada. Si me hubiera enviado una carta llena de cólera, habría reaccionado. Pero esas páginas eran tan dulces que me desarmaron. En ese momento Raúl de la Torre estaba filmando la publicidad de un coche en el sur. Debía tomar algunas escenas desde un helicóptero y yo, desesperada, rogaba que se estrellara. Todas las mañanas leía las noticias policiales esperando que se hubiera accidentado. Papá quedó ciego hacia el final de su vida y no pudo ver mis películas. Yo había pasado del odio al cariño y lo iba a visitar todas las tardes, aun cuando filmaba. Estaba muy entusiasmado con "Camila". Murió días antes de que se estrenara.
Escrito por María Luisa Bemberg
Seleccionado de Cuentos de Cine
Selección de Sergio Renan
Alfaguara 1996
Crecí en una familia donde el poder era muy importante. Pero a mí jamás me interesó; detesto manipular a la gente. Por cierto, ser directora de cine exige autoridad y un manejo muy equilibrado del poder. Pero es algo distinto. Es la obra la que manda, no el director. Siempre busqué el respeto de quienes me rodean, nunca la sumisión.
Para mi padre, la mujer debía ser bonita y virtuosa. Yo lo detestaba. Me parecía un ser siniestro, encarnaba todo lo que yo odiaba. Más tarde comprendí que era un hombre noble, que había sido obligado por su nacimiento a vivir una existencia que no le gustaba. La fortuna de los Bemberg había hecho de él un prisionero. Mi madre era una víctima, pero que se ocupaba de formar futuras víctimas. En el fondo, le tenía mucha lástima. Nunca tuve una buena relación con ella. Era dependiente, sometida. Yo la veía y me decía: "lo único que quiero es no parecerme a ella. Sería lo peor que podría pasarme". De algún modo quería vengarla. Ella podría haberme animado a romper con mi miedo. En cambio, se había convertido en custodia de valores que habían cercenado su existencia.
He tenido la vida de una mujer privilegiada; eso no significa que no tuve dolores, por el contrario. Mis hermanos y yo vivíamos en manos de niñeras. Tuvimos 23 nurses. Una duró siete años; otra apenas veinticuatro horas. Nos encariñábamos con ellas y, cuando ya las queríamos como si fueran de la familia, se iban. Eso nos hizo duras, caprichosas e insolentes. Una vez, en París, en casa de nuestro abuelo, llegó una niñera nueva. Ordenamos que nos sirvieran el té en el jardin. Se echó a llover y nosotras -para molestarla- le dijimos que en Buenos Aires acostumbrábamos a tomar el té al aire libre, aun cuando lloviera, sentadas junto a nuestras gobernantas. Ella, por lo tanto, debía hacer lo mismo. La pobre mujer se fue espantada diciendo que éramos unos salvajes.
Me hubiera gustado seguir estudios sistemáticos cuando era joven. Envidiaba a mis hermanos que iban a colegios. Nosotras, por ser mujeres, recibíamos clases particulares. Seguíamos a papá y mamá en sus viajes de negocios. Era triste depender de esas gobernantas que llevaban una vida tan gris. Eran personas que no se sentían a gusto con la servidumbre, pero tampoco pertenecían al salón. "Miss Mary" fue, en cierto modo, un homenaje a esas mujeres a las que se les pagaba para querer chicos ajenos. Es también mi película más autobiográfica.
Mi primera safistacción en una tarea creativa fue el vestuario de "La visita de la anciana dama", interpretada por Mecha Ortiz. Fue bien recibido y yo me sentí muy emocionada. Pero mis familiares no estaban contentos con lo que hacía. En realidad preferían que no hiciera nada. Las mujeres tenemos un gran trabajo hasta tomarnos en serio. Creer que podemos tener importancia por nosotras mismas nos lleva su tiempo. Cuando era chica y estaba enferma, me entretenía con un espejo. Me gustaba mirar las cosas a través de él, las enfocaba, creaba encuadres, sin saber todavía muy bien lo que estaba haciendo. Tenía marionetas, armaba teatros infantiles y mis hermanas me servían de audiencia. Recuerdo que mamá me auguraba un futuro que parecía terrible. Me decía: "esta chica es muy rebelde; es igual a Delia del Carril y va a terminar como ella". Yo me preguntaba quién sería esa mujer y qué habría hecho, cuál habría sido su destino. Más tarde me enteré de que se había casado con el poeta Pablo Neruda y descubrí que era una excelente pintora. Una vida que a mí me habría encantado llevar.
No sé exactamante en que momento decidí que quería firmar mi vida. Sí recuerdo un pensamiento que me impulsó a cambiar mi existencia. Era una frase de "La condición humana" de Malraux. Decía: "las ideas hay que vivirlas". Yo no las vivía. Me revelaba interiormente contra la educación que me habían inculcado, pero no hacía nada. Estaba condicionada por la obediencia, por una formación eminentemente tradicional. En eso mi historia se parece a la de Finita, la protagonista de "Cronica de una señora", la película de Raúl de la Torre cuyo guión me pertenece. Cuando mi padre se enteró de que se iba a hacer un film basado en ese texto, me envió desde París una carta terrible, no porque demostrara enojo sino porque revelaba una gran preocupación, una enorme ternura en un hombre que había sito tan severo. Sabía que había entregado un guión sobre "nuestra clase" -así la llamaba- y me aconsejaba destruirlo: "es una gran imprudencia. Te van a destrozar". Me sentí aniquilada. Si me hubiera enviado una carta llena de cólera, habría reaccionado. Pero esas páginas eran tan dulces que me desarmaron. En ese momento Raúl de la Torre estaba filmando la publicidad de un coche en el sur. Debía tomar algunas escenas desde un helicóptero y yo, desesperada, rogaba que se estrellara. Todas las mañanas leía las noticias policiales esperando que se hubiera accidentado. Papá quedó ciego hacia el final de su vida y no pudo ver mis películas. Yo había pasado del odio al cariño y lo iba a visitar todas las tardes, aun cuando filmaba. Estaba muy entusiasmado con "Camila". Murió días antes de que se estrenara.
Escrito por María Luisa Bemberg
Seleccionado de Cuentos de Cine
Selección de Sergio Renan
Alfaguara 1996
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