Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 18 de mayo de 2010

Daniel Burman, todas las familias son disfuncionales.

Entrevista de Magdalena Ruiz Guiñazu

Inspirado en la novela “Villa Laura” de Sergio Dubcovsky, este director argentino lleva a la pantalla grande, “Dos hermanos”, protagonizado por Graciela Borges y Antonio Gasalla. Elogia a Leonardo Favio, Manuel Antín y Alejandro Agresti, y admira a Truffaut, Woody Allen y Bergman.

La idea de reunir a Graciela Borges y a Antonio Gasalla como hermanos en una nueva película habla no solamente del talento de Daniel Burman sino de la importancia que (a través de sus siete películas) tiene para él, de manera absolutamente personal, la familia. La familia en todas sus formas.


En realidad –explica Burman- la película nace a partir de “Villa Laura”, la novela de Sergio Dubcovsky. La leí hace dos años y pasó algo increíble. Mis cinco películas anteriores estaban basadas en ideas originales mías y también en guiones hechos por mí. Pero creo que cuando, hace dos años, leí esta novela, mi narcisismo era lo suficientemente fuerte –se ríe estruendosamente- como para anular cualquier posibilidad de aceptar que hubiera un material de otra persona mucho mejor que el que yo podría haber logrado en ese momento.

-Un rudo golpe para vos, entonces.

Claro. Después volví a leerla hace unos ocho meses y ¡mi narcisismo estaba distraído! Terminé la novela y ocurrió una cosa que no me había pasado nunca con el material de otro. Es decir, sentí que a pesar de que la novela estaba terminada, yo podía imaginar como esos personajes seguían en sus vidas. Es un ejercicio que hago con un material propio pero no ajeno –ahora no puede evitar sonreír-. Pero, confieso, esta vez pude hacerlo con un material ajeno. Es decir, tomar a los personajes base de un relato y colocarlos en cualquier situación de la vida cotidiana y saber cómo reaccionarían. Esto pasa con los grandes personajes de la historia. Por ejemplo, entra Sherlock Holmes aquí a la oficina y uno se imagina enseguida qué es lo que va a hacer, ¿no? Así sucede con los personajes que tienen una carnadura, una caracterización y una construcción verdaderas. Y con esos personajes, Marcos y Susana, que son los hermanos de la novela, me ocurrió eso. Había algo en la novela que tenía un tono trágico y cómico a la vez. Un balance perfecto. Y esto ocurre también en la película. Hay un tema que me interesó siempre, y es el de la orfandad definitiva. Me acuerdo que, cuando era chico, siempre pensaba o tenía la sensación de que a la gente, cuando era grande, cuando era mayor, ya no le dolía tanto perder a sus padres. Que era algo a lo cual uno se había acostumbrado. Me recuerdo de chico pensando que, cuando uno sea grande, ya no le va a doler tanto. El temor a la muerte de los padres, cuando se los tiene, atraviesa la vida de cualquier persona. Y con el tiempo, cuando llegué al final de la adolescencia y empecé a encontrarme con personas grandes que perdían a sus padres, observé las profundas transformaciones que producía ese gran dolor. Así como, igualmente, llegaban a un cambio que tenía que ver con su propia edad, no podían evitar el hecho de sufrir. No importa la cantidad de años de cada uno o el momento vital que se atraviesa, pero la pérdida de tu último padre y el asumir en forma definitiva la verdadera soledad, la orfandad total, tiene exactamente el mismo peso. Quizás aun más. Y este hecho que, para algunos de determinada edad, puede resultar muy evidente, no lo es para otros. O quizá… -Daniel hace una pequeña pausa- es evidente para todos pero nunca nos detenemos a analizarlo. Y esto tiene que ver con el tema de cómo los hermanos criados en determinadas situaciones o en determinados momentos, construyen un cierto modo de relación que luego, con la salida del núcleo familiar, queda latente y casi nunca se resuelve. Y en los momentos de encuentro siempre se vuelven a retomar aquellas características de la relación de la infancia. En este caso, tanto en la novela como en la película, la muerte de la madre que funcionaba como un tabique entre ellos genera una batalla final que siempre estuvo detenida en el tiempo.





-¿Cuándo comienza la película la mamá ya ha muerto?

Aún no. ¡Y –no puede dejar de reír estrepitosamente- no debería estar contándote eso! La madre está interpretada por Elena Lucena. Trabajar con ella fue una película aparte. La verdad es que resultó increíble. Tiene 95 años y nos infunde a todos mucha esperanza acerca de la vida. Posee una lucidez y una perspectiva de la vida y de la muerte que, para todos los que trabajamos en la película, fue una experiencia aparte.

-Pero no es el único caso. Fíjate que Manuel Oliveira tiene 101 años y sigue filmando… Resnais, más de 80… La gente vive mucho más tiempo ahora.

Sí, hay que acostumbrarse. Y por lo que veo en Elena se llega a un montón de reflexiones y perspectivas nuevas sobre la vida. Al ser más extenso el tiempo se cambia, te repito, la perspectiva. Casi te diría que es algo geométrico.




-Pero volviendo a “tus” hermanos, también en “El abrazo partido” la familia no deja de estar presente. Se nota que la familia es tan fuerte para vos que también marcó tu propia historia.

¡Qué curioso! Porque en realidad yo tengo una familia muy normal… aunque es una palabra que no debería aplicarse así. ¡Todas las familias son disfuncionales! Pero en mi caso tuve padre, madre y hermano con los cuales no se dieron grandes conflictos ni grandes dramas y a los que estoy agradecido por todo. Me dieron un marco de estabilidad que me permitió ser delirante en muchas otras cosas. Pero siempre me pareció que la familia era el único tema. No encuentro otros. Todo lo que tiene que ver con lo excéntrico me aburre. Pienso que, justamente, nuestra matriz familiar por presencia o por ausencia lo determina todo y ¡no hay más vueltas que darle! Y las diferentes expresiones del arte pueden sublimar o acercarnos a situaciones que aparecen en la vida. Creemos que nuestras familias son únicas y son iguales a todas pero siguen siendo las nuestras. Y ver esa paradoja reflejada en una obra artística seguramente trae mucho alivio y mucha paz, ¿no? No me interesan otras temáticas. Tampoco como espectador. Los excéntricos, los raros o (entre comillas) “historias particulares” no me apasionan si no están enmarcadas en algún tipo de situación familiar o de vínculo. También personalmente me interesan muchos las historias que tienen algo que ver con la niñez, o con la adultez. Fíjate que, con la adolescencia, tengo algo que me distancia y que me aburre. No hay nada que me aburra más que la problemática adolescente. Espero que, cuando los chicos sean adolescentes, les dure poco. Y no como ahora que se estira hasta los 40 años.

-¿Cómo elegiste a Elena Lucena? Porque hacía mucho que no trabajaba.

Se lo tengo que agradecer profundamente a Antonio Gasalla. Por supuesto que yo sabía muy bien quien era Elena Lucena pero no sabía en qué andaba y Antonio me dijo que fuera a verla, que la conociera. La llamé por teléfono, me presenté, dije quién era y también que hablaba de parte de Gasalla por una película. Entonces ella me dijo: “Pero ¿vos sabes la edad que tengo?”. Sí, sí, decía yo pero Elena insistía: “Pero ¿sabes la cara que tengo?”.





-¡Esa mujer es un genio!

La verdad es que tiene una lucidez increíble y no me canso de repetir que ha sido una experiencia inolvidable… Me invitó a la casa, a tomar un té con masitas y enseguida me di cuenta de que su presencia en la película iba a ser un aporte extraordinario. Yo había partido de los personajes de Antonio y Graciela. Terminé de leer la novela como productor para que la dirija otro director, pero después decidí que quería hacerla yo y enseguida pensé en Graciela y Antonio, y te digo sinceramente que si ellos no hubieran querido hacer la película, yo tampoco la habría filmado, con otros protagonistas. Era un proyecto que funcionaba con ellos. Muchas veces éstas son decisiones intuitivas. A Antonio no lo había visto nunca en persona. No lo conocía personalmente. Entonces le mandamos el libro. ¿Podrá?, ¿lo leerá?, me preguntaba yo. La verdad es que fue riesgoso porque él ya estaba con la obra (Mas respeto que soy tu madre) a miles de funciones por semana pero, desde el principio, iniciamos una relación de colaboración que para mí resultó un crecimiento enorme. Fíjate que, como director, trabajar con un actor que, al mismo tiempo, te exija tanto como autor del guión, me puso en un lugar de exigencia cotidiana muy importante. En ciertos momentos uno puede tender a achancharse o a ubicarse en lugares cómodos y entonces si viene alguien que te exige que vos no estés parado en ningún lugar fijo sino que cada paso y cada decisión se conviertan en un proyecto… bueno, eso se transforma en una experiencia muy importante. Y con Graciela ya nos conocíamos desde hacia tiempo y yo tenía muchas ganas de trabajar con ella. Graciela siempre me decía: “¡Vos no querés trabajar conmigo!”. Pero los actores no te creen. Uno puede tener muchas ganas de trabajar con ellos pero tiene que esperar el momento adecuado. Y… bueno, ¡finalmente aquí se dio! Una dupla… Mirá, la primera vez que nos encontramos en la casa de Antonio, que había comprado unos sandwichitos muy buenos… una experiencia, te repito, realmente excelente.

-Estuve releyendo tu biografía, Daniel. De esos 15 largometrajes que has hecho con tu productora BD Cine, ¿Cuál es la película que te arrebata el corazón? ¿Cuál te gusta más?

Es difícil decirlo… ¿sabés? Yo no vuelvo a ver las películas porque eso me producía mucha melancolía… Ahora, menos. Y te explico: cuando veo una película que hice no la veo realmente sino que recuerdo cosas de mi vida, de aquel momento, que ahora no existen más. Claro, porque en la vida las cosas van cambiando. Entonces, como me resultaba bastante melancólico… Y no te hablo de mi narcisismo como director diciendo “Ah, yo la hubiera hecho distinta”, sino que muchas veces me pasa que recuerdo lo que estaba haciendo cada día de filmación y muchas de esas cosas van palideciendo y forman parte del pasado.





-La vida es así, Daniel.

Absolutamente. Entonces es mejor dejas esas cosas ahí, pero “El abrazo partido” fue para mí una película que marcó un antes y un después. Cuando terminé de verla dije: “Ah, bueno, yo quería ser director de cine para hacer algo así”.

-También fue un antes y un después para muchos espectadores argentinos, porque el paisaje de esa galería de Once era tan familiar, tan de todos los días, que nos sentimos parte de la película. Seguramente habrá sido una de las causas de su gran repercusión. Además, ganar dos Osos de Plata en el Festival de Berlín de 2004 no es algo habitual.

Es verdad. Pero “Dos hermanos” me genera un apasionamiento muy fuerte y una conexión increíble con los actores y con los personajes. Por eso presumo que, también para mí, va a ser una película muy importante.

-Vos decías recién que todavía estás metido en la película, pero, cuando no estás trabajando, ¿cómo es el orden de tu vida?

Debería practicar deportes y hacer negocios –se ríe-. Pero la verdad es que uno saca una película cada dos años y es un tiempo muy corto. Una vez terminada la película, que es una coproducción de BD Cine y Cordon Films (Uruguay) en asociación con Alfredo Odorisio, estreno 1 de abril. Eso quiere decir que voy a estar todo el verano trabajando y luego viene la promoción de la película afuera y ahí ya empiezo a escribir la próxima… Es como un proceso que dura dos años: se engancha una película con otra y cuando no estoy trabajando hago la vida ordinaria (y no lo digo en sentido peyorativo), que me encanta. Por ejemplo, ir al supermercado, llevar a mis hijos a comer un helado, dar una vuelta que dura diez minutos en esos cochecitos eléctricos que les encantan. Me gusta el cine, me gusta pasear por una librería y quizá no comprar ningún libro pero hojear veinte…

-Sos muy lector.

Sí, pero últimamente me ha resultado muy difícil. Termino siempre leyendo cosas relacionadas con el trabajo. Cuando empezás una película comenzás a leer ciertas cosas… La verdad es que me gustaría tener más tiempo libre pero también me inventé la teoría, o la justificación si preferís, de que la vida no va a ser siempre así. ¡Que voy a estar rodeado de tiempo libre! Por más que te digan lo contrario, uno no elige los momentos de ocio.





-¿Y de los directores argentinos? De los históricos, ¿Quién te ha interesado más?

Por diferentes motivos… bueno, históricos, diría que Leonardo Favio es el director que más me ha llegado. Antín, por ejemplo, me parece un prócer en el sentido de que ha sido siempre una persona de una generosidad increíble. Eso de correrse a un lado para que otros puedan filmar… es algo muy, muy valioso…

-También se animó a llevar a Cortázar al cine.

Si, no es un detalle menor. Tuvo el coraje de hacerlo. Y también entre los contemporáneos hay un director muy importante que es Alejandro Agresti, ¡que inventó lo que toda una generación creía haber inventado! Él lo hizo mucho antes. Sea lo que sea, lo que se llamó “el nuevo cine argentino” empezó con Agresti y con un modo de producción y un arrojo para filmar que, para mí, produjo el primer quiebre. De “El amor es una mujer gorda” hacia delante creo que sus películas tuvieron un nivel de riesgo, de ruptura con lo que se hacía antes, muy importante. Yo lo he visto solamente un par de veces en mi vida, no es amigo, pero es un director que me gusta muchísimo. Luego, de mi generación, también me gusta mucho lo que hace Lucrecia Martel, y lo que hace Martín Rejman, que además es primo segundo mío.

-¿Y los clásicos? “La guerra gaucha”, “Su mejor alumno”… ¿Ustedes los jóvenes ven alguna de esas películas?

Las vemos en el canal Volver o cuando queremos observar a algún actor determinado, pero yo, personalmente, no soy un fanático del cine argentino de esa época. Quizá por desconocimiento.





-Te lo pregunto porque, justamente, en Volver me llamó la atención lo bien que trabajaba, por ejemplo, Enrique Muiño.

Mirá, uno contempla esas películas desde una perspectiva histórica. “¡Mirá cómo lo hacían en esa época!”, decimos. Para nosotros es difícil. Pero aquí hay algo curioso: no nos ocurre lo mismo con el cine extranjero. Cuando te pasan una película americana o francesa de los 40 o los 50, ¡simplemente uno la ve!
De hecho con Elena Lucena me encanta hablar de cómo filmaban, cuántas horas empleaban, cuántas tomas repetían… ¡ese tiempo de Argentina Sono Film! Una época gloriosa.

-Y de gran derroche.

Sí, pero no sé envidió ese tiempo. Hoy vivimos un tiempo de absoluta libertad. Lamentablemente (como todas las libertades), cuando uno las vive no las asume como tal hasta que las pierde. En ese sentido, ahora en Argentina sí tenés un proyecto y una cierta independencia en la producción nadie va a venir a decirte cómo debe ser el final. Y el mercado no es un star system. Nadie te asegura nada y esto genera como una libertad de trabajo que es admirable. De hecho, cuando venían de afuera algunos conocidos que trabajaban en Estados Unidos se sorprendían que, en el medio del rodaje, yo me reuniera con mi socio productor y decidiera: “Bueno, mañana levantamos esta escena y hoy filmemos más horas o, también, traigamos una segunda cámara mañana y hacemos lo otro…”. Allí, en EE.UU., habría cuatro ejecutivos que nunca harían eso ¡por miedo a perder su trabajo! Y esto ocurre en todo el mundo. La gente trabaja en base al miedo de perder algo. Y como en la Argentina ya perdimos casi todo… -se ríe muy bajito.

-Y de cine americano, entonces, ¿Qué preferís?

Me gusta mucho el cine independiente.





-¿”Happiness” por ejemplo?

Exactamente. Pero también los clásicos: Orson Welles, Ford… Me gustan esas películas estúpidas que duran cuatro horas y devastan una ciudad. No me las pierdo si necesito limpiarme un poco la cabeza. Tengo un gusto que se ajusta a lo que me está pasando en esa semana y con lo que tengo ganas que me ocurra en ese momento. Mis grandes preferencias, en cambio, van a Truffaut, Woody Allen y Bergman. Son los tres directores que admiro profundamente y cuyas películas no me canso de ver. Son directores en los que encontrás un modo de reflejar la vida con el que te identificas. La manera de representar la verdad puede cambiar en una milésima de segundo. Entonces volver a encontrar otro director que genere eso resulta muy difícil. Una cosa es entretenerse con una película, y otra, sentirse identificado con la forma con la que el otro refleja la verdad.

-¿Vas al teatro?

Muy poco, ¡Voy cuando tengo que hacer una película y ando en la búsqueda de actores! Muy poco. Tengo un impedimento, digamos, de orden físico. Estar sentado más de una hora y media sin la posibilidad de salir de la sala me genera mucha ansiedad. ¡Me muero por ir a ver Agosto, pero cuando me enteré de su duración desistí!

DOS HERMANOS

El regreso al cine de Antonio Gasalla en un papel de perfil dramático y la exquisita actuación de Graciela Borges con tintes de comedia, unidos por la dirección de Daniel Burman, hacen de esta película uno de los estrenos más importantes del año.





Por Axel Kuschevatzky

Antonio Gasalla. Pensar en él como una figura del cine (hoy, cuando su nombre se asocia rápidamente con teatro y televisión) parece algo lejano. Sin embargo algunas de sus actuaciones en la pantalla grande son parte de un limitado número de clásicos del cine Argentino de las últimas cuatro décadas. Su filmografía tiene sólo siete títulos, pero ¿Cómo olvidar sus dos roles más emblemáticos? Gasalla fue el neurótico Santili de “La tregua”, 1974, aquel fanático de los horóscopos y fóbico al extremo que les gritaba a sus mediocres compañeros de oficina lo chatas que eran sus vidas. Y no menos mítica fue su aparición como la octogenaria Ana María de los Dolores Buscarolli de Musicardi, Mamá Cora, en “Esperando la carroza•, 1985, pidiéndoles a los colectiveros que la lleven a su casa.

Graciela Borges muestra un lado diferente. Con más de cuarenta largometrajes, musa de Torre Nilsson y Leonardo Favio, Graciela “es” el cine. No sólo porque la cámara la ama y porque los espectadores la vieron crecer frente a ella, sino porque probablemente pocas personas en nuestro país tienen una relación tan íntima con el celuloide. Graciela sabe más de luz que los directores de fotografía o los iluminadores; entiende el proceso completo de hacer una película tan a la perfección que a esta altura es casi una productora invisible de los proyectos en los que participa. Más allá de su glamorosa imagen pública, de su legendario lugar como ícono de varias generaciones fílmicas, está todo lo que la gente no conoce, como por ejemplo su implacable sentido del humor. Puede sonar a injusticia, pero siendo una de las personas más graciosas del universo, en su carrera no hay ninguna comedia. O, por lo menos, eso era hasta ahora, porque “Dos hermanos”, el film dirigido por Daniel Burman, probablemente cambie esta visión de la Borges. Basado en una novela de Sergio Dubcovsky (hermano de Diego, productor del largometraje), el proyecto transita esa fina línea que solemos llamar “comedia dramática”.

La trama

“Dos hermanos” es además la unión en pantalla de Antonio+Graciela, encarnando a Marcos y Susana, los dos obligados a convivir tras la muerte de su madre. Susana es una de esas personas que ve departamentos, los reserva y luego no hace nada. A Marcos por inercia, impericia o quizás decisión, le tocó hacerse cargo de su madre y sacrificar todos sus deseos. Cuando están juntos la tensión se palpa, pero todo pega una vuelta en el momento en que tienen que ocupar una casa en Villa Laura, Uruguay, tras la desaparición (física) de su mamá.





Algo de afinidad morfológica tiene. Es decir, no sería imposible que fueran realmente hermanos. Para Burman no existía otra posibilidad que ellos dos para el film: “Leí la novela como productor, pensándola para que la realice otro director”, recuerda Daniel. “Terminé el libro y se me ocurrió, como algo intuitivo, como una aparición, que tenían que ser ellos. Es más, pensé: “Si ellos la hacen, yo la hago”. Con Graciela llevaba mucho tiempo pensando en trabajar y sabía que iba a querer. Pero Antonio estaba tan tapado de laburo que daba para que dijera que no. Con otros actores no la hubiera hecho”.

Burman lleva tres películas explorando a fondo las relaciones familiares, pero especialmente los vínculos entre padres e hijos. “El abrazo partido”, 2004, “Derecho de familia”, 2006, y “El nido vacío”, 2008, son muestras de cómo el director hace foco en este ámbito. ¿Es “Dos hermanos” un cambio de universo? El director no lo ve tan así: “Siempre los vi como hermanos de la misma madre. De hecho, lo que me resultaba más interesante es que eran como dos adultos huérfanos. Al quedar solos cuando desaparece esa madre que funciona como un tabique contenedor, los dos vuelven a ser como niños. Es como si, el día que murió su mamá, los personajes se siguieran peleando por las mismas cosas que los separaban desde chicos. También son productos de ese mismo pasado. No es que los temas de las películas anteriores se hayan ido: maternidad y paternidad siguen estando presentes”.





Otro desafío que tiene la película es la obligación de llegar a la mayor cantidad de espectadores posible. No sólo por los elevados costos de producción que tiene cualquier largometraje local, sino porque los films de Burman cada vez venden más entradas. Y ni que mencionar que ya está demostrando que el cine argentino hoy puede tener alta convocatoria. ¿Estarán los espectadores preparados para un Gasalla haciendo drama y una Borges haciendo comedia? En cualquier caso “Dos hermanos” siempre va a ser lo suficientemente llamativa como para que este dúo dinámico no pase inadvertido. Porque en la pantalla grande, para los vínculos filiales, ésa es la ley primera.


Fuentes: Diario Perfil, domingo 17 de enero de 2010 / Revista Miradas, Abril 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario