Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Nuestras estrellas: Alfredo Alcón (1930-2014).


Adiós a un gigante de la actuación

Su talento impar lo convirtió en uno de los grandes actores en lengua castellana




Fue un gran actor, fundamentalmente, un gran actor de teatro, uno de los más importantes en lengua castellana del último siglo. Un muy fecundo paso por el cine le confirió un reconocimiento sin duda merecido, pero acaso ajeno a su índole retraída y felizmente prudente, a la reserva en que siempre se resguardó.
En su larga trayectoria, Alcón, que murió en la madrugada de ayer a los 84 años, compuso reiteradamente personajes de fuerte resonancia en el público. Sin embargo, su persona permaneció siempre lejana e inescrutable, distancia que no alcanzaba para condicionar un juicio hoy indiscutible: fue el mejor actor argentino de su generación, sobre todo el mejor actor teatral de repertorio.

A ese prestigio sin fisuras, particularmente unánime entre quienes como él eligieron el oficio de la actuación, contribuyó su vigorosa interpretación de los grandes clásicos: de Shakespeare a Henrik Ibsen, de García Lorca a Eugene O'Neill, de Arthur Miller a Tennessee Williams. De muy fuerte presencia escénica y dueño de una voz honda, pura autoridad, supo imponerles a esas criaturas un dramatismo y un lirismo por momentos estremecedores.
Foto: Marcelo Gómez
Esa impronta, y la honestidad con que afrontó sin desvíos su carrera, acaso constituyen su mejor legado.
La actividad del espectáculo es, de por sí, exposición y búsqueda del aplauso. Cabe presumir que, en todo aquel que ha pisado un escenario y se ha hecho dueño de él, habita el anhelo por obtener aprobación, junto con la extraversión propia de quien desea agradar, interesar, conmover.

Todas esas instancias fueron, ciertamente, las de Alfredo Alcón, pero, asimismo, lo fue la deliberada voluntad de levantar en torno suyo un muro de discreción que ha sido invulnerable a lo largo de los años. Se comportaba quizás al modo de los viejos cómicos de la convención romántica, que buscaban ocultar su mundo recóndito a aquellos a quienes hacían reír, pues Alcón casi no dejó traslucir datos sobre quién era, y poco y nada conoce el público de su persona, de sus gustos, de sus afinidades y aun de sus comienzos actorales; menos, todavía, de su marco familiar o afectivo.

En sus años de juventud, sí, estuvo en pareja con Norma Aleandro, a quien permaneció unido hasta el final de su vida por una entrañable amistad.


Días de radio

Alfredo Félix Alcón había nacido en Ciudadela el 3 de marzo de 1930. Su infancia transcurrió en el barrio de Liniers; estudió teatro y existe la noción difundida de que no fue alumno prometedor y que no daba mayores indicios de tener pasta para destacarse. Cuando concluyó su paso por el Conservatorio de Arte Dramático, hizo algunos papeles en Las dos carátulas, el muy apreciado ciclo de Radio Nacional. En ese tiempo, hizo algunas breves intervenciones en el informativo del Mercado Central.

Él mismo contó alguna vez que cierto día un equipo del noticiero cinematográfico de la época lo filmó mientras leía en la radio. Los pocos segundos que duró esa escena bastaron para que su apostura nada frecuente y su voz grave, de extraña resonancia, deslumbraran a los productores de cine.

"Yo andaba por ahí, haciendo lo de las vacas", rememoró muchos años después. Hablaba con sorpresa, casi con la perplejidad de un niño: "Me hicieron un plano leyendo ante el micrófono y, desde entonces, comenzaron a llamarme para el cine".



Osvaldo Bonet fue quien, en el teatro, le dio la primera gran oportunidad con Liliom, de Ferenc Molnar, e inmediatamente, en 1963, la gran Margarita Xirgu consideró que aquel jovencito de expresión penetrante era el intérprete ideal para acompañar a María Casares en Yerma, de Federico García Lorca. Fue el comienzo de su acercamiento al teatro clásico, al que regresaría una y otra vez en medio de sus contribuciones con el cine y la televisión.

En 1955 asumió, junto con Mirtha Legrand, el protagónico de El amor nunca muere, dirigido por Luis César Amadori, que representó su temprana consagración; volvió al año siguiente a ser pareja de "Chiquita" en La pícara soñadora, dirigida por Ernesto Arancibia, y volvería a serlo unos años más tarde en Con gusto a rabia, esta vez de la mano de Fernando Ayala.

Una viuda difícil, de Ralph Pappier, corresponde también a esa etapa inicial, a la que habría de seguir otra en la que reside la plenitud cinematográfica de Alcón: El candidato, de 1959, de nuevo dirigido por Fernando Ayala; el memorable Un guapo del 900, de 1960, guiado en esta ocasión por el talento meticuloso de Leopoldo Torre Nilsson en lo que habría de ser, seguramente, el mejor trabajo de ambos.



El héroe patriótico

De esa fecunda asociación artística nació una serie de films de inconfundible vocación pedagógica, que aspiraba a establecer simbologías patrióticas y que sólo a medias dio los resultados que se buscaban: Martín Fierro, en 1968; El santo de la espada, dos años más tarde, y, en 1971, Güemes, la tierra en armas, películas de enorme difusión en el ámbito escolar. A ese momento siguió otra etapa a caballo entre lo testimonial y la adaptación de obras afamadas: La maffia, en 1972, y después, en años sucesivos, Los siete locos, Boquitas pintadas y El pibe Cabeza.

Su filmografía abarca otros muchos momentos relevantes, como la composición de Mandiga que hizo para Nazareno Cruz y el lobo, film dirigido por Leonardo Favio y uno de los que obtuvieron mayor convocatoria de público en la historia del cine argentino, así como innumerables intervenciones como actor de reparto. Pero después de aquel comienzo en el que explotó con naturalidad, junto a sus notables condiciones de comediante, la apostura y distinción de su estampa, Alcón fue, ante todo, y esencialmente, un actor de teatro.

Fue con justicia vinculado, como nadie entre nosotros, al gran repertorio, al que sirvió con inteligencia y devoción extremas y en el que mostró, como en ningún otro espacio, su versatilidad actoral, delicadeza en la captación de matices e intensidad en los papeles trágicos.



Estaba, además, la belleza fulgurante y la potencia dramática de su voz. No sólo sus grandes recreaciones del repertorio clásico se beneficiaron de ese instrumento. Alcón fue maestro en el recitado de poesía y textos en prosa, capaz de infundirles a esas piezas -las del gran García Lorca en primerísimo plano, sobre todo con el celebrado Los caminos de Federico- una vitalidad y un soplo lírico excepcionales.

"El poeta dice lo que uno tardaría mil años en tartamudear", decía con sencillez. "Hay días mágicos, que no suceden siempre, en que el actor y el espectador respiran el mismo ritmo. Es la respiración del poeta que escribió esos textos."

Teatro de repertorio

Su voz grave era única, con resonancias que perduraban en el ánimo y la memoria del oyente durante horas después de haberlo escuchado. Era una voz corpórea, entera, firme, plena en matices. Una voz que provenía de algún lugar remoto al que no acceden los hombres. En esos pasajes de ensueño, en la penumbra de la sala, podía uno pensar aquello que en Amadeus soñaba para sí Mozart: era la voz de Dios.

Shakespeare, Ibsen, Lorca, Arthur Miller, John Osborne, Èugene 0'Neill, Edward Albee, Tennessee Williams, Samuel Beckett, Marlowe, Musset, Valle Inclán y aun el infrecuente Igmar Bergman, más algunos autores argentinos, como Roberto Cossa y Abelardo Castillo, dieron amplio marco a esa reconocida excelencia.



Muchas de esas piezas las ofreció en uno de los escenarios que con el tiempo se constituyó en su segundo hogar: el Teatro General San Martín. Para un público sin excesivo entrenamiento en la lectura de los textos clásicos, era hábito ir a la Cunill Cabanellas, la Casacuberta o la Martín Coronado sencillamente a ver a Alcón, todo una garantía de calidad artística.

Quien lo acompañó con más eficacia como director fue Omar Grasso, con él compartió éxitos memorables: Recordando con ira, La muerte de un viajante, Las brujas de Salem, Lorenzaccio, Hamlet y Peer Gynt. Ocasionalmente director él mismo, compuso, también, espectáculos especiales, como Los caminos de Federico, Bocca-Alcón, Homenaje Ibsen, ¡Shakespeare todavía!, unipersonales en la práctica de su desempeño.

En los últimos años, regresó a la televisión en pequeñas intervenciones parecidas a un divertimento que él, profesional invencible, afrontaba sin embargo con la misma seriedad con que preparaba un clásico. Fueron esas apariciones, en varios ciclos impulsados por Adrián Suar, un modo de que la industria rindiera homenaje al viejo maestro y, también, de que su nombre y su calidad interpretativa alcanzaran a un público muy amplio y acaso distante de sus proezas en el teatro clásico.

Alcón era un artista ejemplar que mereció la reverencia unánime de sus pares. De una generosidad nada frecuente, dispuesto siempre a guiar a los más jóvenes con sencillez, sin altisonancias, llevado por el placer que encuentra el maestro al momento de alumbrarles el camino a sus discípulos.


La inocencia de la infancia

Dos veces obtuvo el premio Martín Fierro y otras tantas el Cóndor de Plata y el Estrella de Mar de Oro; recibió, igualmente, el ACE de Oro, el María Guerrero, el Ollantay, el gran premio de honor de la Fundación Konex, el García Lorca y distinciones especiales en festivales realizados en Colombia y en España.
Intervino asimismo en la televisión y de la serie de composiciones que dedicó a ese ámbito cabe rescatar la miniserie Por el nombre de Dios, en 1999, y en la que compuso una suerte de talentoso espectro inquisitorial cercano a lo grotesco, concesión de su arte a los multitudinarios gustos "góticos", tendencia en la que recaería en los últimos años y que pondría de manifiesto, de alguna manera, un intento por paliar su notorio apartamiento del sentido de la evolución estética más reciente.

No causaría asombro si así fuese porque, en realidad, Alfredo Alcón pasó entre nosotros persistentemente escoltado por cierto delicioso anacronismo que era su sello, su principal rasgo de identidad.

Se podría decir que gustaba desligarse de las modas o, desde otra perspectiva, que fue ésa la no buscada consecuencia de un infortunio profesional: llegó al cine criollo tardíamente, cuando finalizaba su "etapa de oro"; exploró después una veta nacionalista que retrasaba veinte años en cuanto a la sintonía con las tendencias dominantes; fue actor teatral insigne cuando las candilejas tradicionales comenzaban a ser cegadas por las luces intempestivas del espectáculo entendido como superproducción.

El nombre de Alcón perduró incólume en medio de esos vaivenes, pues eligió casi siempre abrazar aquellos textos en los que habitan las grandes preguntas del hombre, sus temores más acendrados, sus interrogantes sin respuesta.



En ese sentido, su nombre no es sino adherencia a un repertorio clásico y de autor que hoy, como tal, apenas circula. Pocos como él han sabido capturar el espíritu de esas criaturas -el príncipe Hamlet, Rey Lear, Enrique IV, Willy Loman, Juan Proctor, Peer Gynt, tantísimas más-; pocos consiguieron mirar en su interior con tanta sensibilidad y hondura. Alcón logró transportarlos a la escena confiriéndoles una palpitante humanidad y completó aquello que esos grandes autores habían comenzado en sus textos ejemplares: hablarle al hombre de hoy, aquejado por los mismos interrogantes del pasado y sometido a las mismas variaciones del alma.

Una vez que bajaba del escenario, era un hombre sencillo y retraído. Algo en él evocaba la inocencia de un niño y también su infinita curiosidad, como si hubiese vivido en un perenne estado de sorpresa, fascinado en la tarea de redescubrir el mundo a cada paso, mirándolo siempre por primera vez con la límpida mirada de un poeta.

Ese ejercicio es su mejor enseñanza y la idea más bella que ha sembrado, para siempre, entre nosotros.
Sus restos son velados en el Congreso y hoy recibirán sepultura en el Panteón de Actores de la Chacarita. A las 10.15, el cortejo fúnebre se detendrá al frente del Teatro San Martín.


Confesiones de una máscara

A punto de convertirse en Próspero para el estreno de La tempestad en el Teatro San Martín (dirigido por el catalán Lluís Pasqual) y todavía con el recuerdo fresco de su tour de force televisivo en “Vulnerables”, el gran Alfredo Alcón confiesa a Radar cómo fue su infancia “bandoleresca” en Liniers, qué significó ser el menor de todos en el Conservatorio de Arte Dramático y cuál es el secreto a la hora de hacer Shakespeare. Señoras y señores, a disfrutarlo.
POR CLAUDIO ZEIGER

Algunas de las más sabrosas anécdotas de la infancia y la adolescencia que cuenta Alfredo Alcón tienen sabor a novela de iniciación. Un poco de vida bandoleresca y otro poco de leer a escondidas ciertos libros prohibidos, o por lo menos no muy recomendables para los niños. La novela de iniciación de Alcón tiene el sello de ese mundo, ya lejano pero nunca disuelto del todo, de las ficciones de Roberto Arlt: un Buenos Aires vivido en los umbrales sociales y geográficos de la gran ciudad. Nacido en esa tierra de frontera que es Liniers, Alcón pasó la infancia casi sobre la General Paz, entre Liniers y Ciudadela. Su padre murió cuando él era muy chico; su madre era obrera en una fábrica de medias. Vivían en el límite social de esa clase media de trabajo que hoy es una entelequia. “Apretados pero bien”, como recuerda el actor. Además tenía un padrino que era gerente en un hotel español del Centro, un hombre que había visto de cerca a García Lorca y que coleccionaba libros con tesón. Ese padrino le decía al ahijado: “Tenés que estudiar, no seas melón”.

TARDES DE LLUVIA EN LINIERS
 
Alcón, que ha encarnado personajes de Arlt en el cine (fue ni más ni menos que Erdosain en Los siete locos, bajo la dirección de Leopoldo Torre Nilsson), se inició en los placeres y tentaciones de la lectura a la manera del robo a la biblioteca consignado en El juguete rabioso. Pero, sonriendo, pide que se aclare que, a diferencia de Silvio Astier y sus secuaces, él tuvo la delicadeza de devolver todos los libros que se llevó. Era una cuestión familiar, al fin y al cabo. “Mi padrino tenía una biblioteca muy grande, y me prestaba muchos libros, pero obviamente los seleccionaba como para un chico. Así que, en invierno –porque era algo que no podía hacer en el verano–, yo iba con el abrigo y me guardaba todos los libros que podía adentro del sobretodo. Recién cuando llegaba a casa verificaba el botín, y así fue como, a los diez, once años, había leído Así hablaba Zaratustra de Nietzsche, y tenía un flor de malambo en la cabeza. Mi mamá había llegado a leer unas pocas hojas del libro y por poco me quería llevar a que me exorcizaran. También leí a Shakespeare. La primera vez que me metí en Ricardo III tenía once años. Me acuerdo como si fuera hoy que, cuando iba a buscar a mis amigos del barrio los días de lluvia, como no podíamos salir a jugar a la pelota, nos quedábamos en la cocina de la casa de alguno. Y una de esas tardes les propuse leer algo. Había llevado un libro que todavía no le había devuelto a mi padrino. Y les leí algunos diálogos de Ricardo III. Tan mal no anduvo la cosa porque después eran ellos los que me pedían que les leyera. Entonces ponía voz de malo cuando me parecía que el personaje era malo, y voz de bueno cuando me parecía que el tipo era bueno. Con el tiempo me di cuenta de que las cosas eran más matizadas en la vida: un malo puede tener voz de bueno, y los buenos pueden no ser tanto.”

Todavía estaba muy lejos el teatro, o sea, a la idea de asociar esas lecturas de la biblioteca del padrino a la cuestión de ser o no ser un actor. Shakespeare era, en el fondo, “alguien que debía ser importante porque mi padrino lo tenía en la biblioteca. Había algo tan truculento, tantas aventuras en eso que leía, que no podía dejar de engancharme”. La primera gran novela que recuerda haber leído entera –más importante aún, el primer libro que le produjo una auténtica sensación de espanto– era de un autor que resultaba crucial para Arlt: Crimen y castigo, de Dostoievski. “Venía leyendo en el tren, ya estaba oscuro, y justo arribamos a Liniers cuando Raskolnikov está empezando a matar a la vieja. Me tenía que bajar ya pero me parecía que, si cerraba el libro en ese momento, Raskolnikov iba a seguir a los hachazos. Sentí que tenía que pasar esa hoja, conjurar ese crimen de algún modo, así que me bajé corriendo y, en el primer kiosquito en el que había una lámpara, me paré debajo para seguir leyendo hasta que pasara ese momento terrible.”

EL ASCENSOR
 
Otro recuerdo infantil que trae a cuento Alcón durante esta entrevista es uno de esos momentos que, recortados de la memoria en forma nítida, podrían ser trasladados a una pantalla de cine sin necesidad de agregarle un mínimo gesto para dramatizarlo. “Mi madre había quedado viuda y trabajaba en una fábrica. Yo me quedaba con mis abuelos, que eran los que me cuidaban en esas horas de ausencia. Ya lo dije: éramos pobres, pero de una pobreza normal. Al lado de mi casa había una casa de altos, o sea que tenían una escalera que comunicaba los dos pisos. Una vez que entré, porque me había hecho amigo de la hija de los dueños de casa, me pareció un mundo aparte, aunque no debería ser tanta la diferencia social, al fin y al cabo. Pero fue un anticipo de otra vez que sí sentí esa brecha enorme entre pobres y ricos: cuando mi madre me llevó a una casa que sí era de la aristocracia. Habíamos ido a pedir algo: trabajo o una recomendación para un trabajo, una situación de ese tipo. Bueno, yo me topé con una escalera en madera tallada, imponente, pero lo más sorprendente es que al lado de la escalera había un ascensor. Que una casa de familia tuviera ascensor me pareció lo más inverosímil que había visto en la vida. ¡Hay que tener un ascensor en la casa! Tanto me habrá impactado que, un día que estaba solo en mi casa y tocaron el timbre (era un tipo que venía a vender o pedir algo, y me dijo ¿no está tu mamá, nene?), no tuve mejor idea que decirle: No, está en el ascensor. El tipo me miró con una cara que todavía hoy tengo delante de los ojos.”

GRANOS EN LA CARA
 
Ya han pasado algunos años y al adolescente Alfredo le va muy mal en el secundario. Él dice que era un mal alumno, no tanto por indisciplinado sino por mal de ausencia. “Era muy distraído, estaba siempre en otra parte”, dice. Cursaba el industrial y las materias técnicas le interesaban poco y nada. El abuelo lo ayudaba con los trabajos manuales, pero no alcanzaba. El alumno faltaba muy seguido y, si seguía así, lo iban a echar en cualquier momento. “Me mandaron al industrial porque pensaban que era un estudio seguro, que me iba a dar un porvenir. Tenían razón en parte, porque había que hacerse un futuro, pero yo no podía sobrellevar el industrial. Mi madre se enteró un día de que existía una escuela de teatro que era gratis (eso era muy importante, un dato decisivo) y se me apareció una tarde con un numerito: era el número de inscripción para dar el examen de ingreso. Poco después entré en el Conservatorio de Arte Dramático.”

Alcón era muy chico, excesivamente chico, cuando entró a ese lugar que, en el recuerdo de los actores que pasaron por sus aulas en los tiempos más gloriosos (cuando enseñaban tipos como Cunill Cabanellas), se agiganta hasta el paroxismo. Alcón lo recuerda de un modo más sencillo: como una mezcla de escuela secundaria, chicos revoltosos y profesores raros, nada solemnes, profundamente bohemios. Él apenas tenía catorce años, la edad mínima permitida para que un alumno se incorporara al Conservatorio: era el más chico de todos sus compañeros y, lo más grave, de todas sus compañeras. “Las chicas no querían ni subir a hacer los ejercicios escénicos conmigo, porque yo me tentaba enseguida. Era el más chico y estaba más lleno de granos que todos los otros. Una vez, un profesor llamado Pablo Aschiardi estaba leyendo una obra y yo, vaya a saber por qué, me reí. Entonces, el tipo me dijo que estaba en la Argentina un profesor sueco especialista en adolescentes retardados: ¿Por qué no va?, me sugirió, delante de todos. Pero la verdad es que tuve profesores de lujo, desde Vicente Fatone a Alfredo De la Guardia, que era un gran crítico literario de la época. Él daba clases de Historia del Teatro, y para nosotros era simplemente un viejo que estaba siempre resfriado. Su pasión era Ibsen, pero nadie lo escuchaba: la clase era un murmullo continuo y nosotros de vez en cuando tomábamos algún apunte para disimular porque entendíamos poco y nada de lo que él hablaba. Pero de pronto, en una clase que dio sobre Ibsen, yo lo miré y vi, por primera vez, lo que era un tipo ardiendo: tenía las orejas coloradísimas y la voz ya no era la de un viejo. Me acuerdo que me di vuelta y les señalé a los otros pibes, para que miraran. Y nos quedamos todos admirados, porque estaba hablando de su pasión sin importarle que nadie lo estuviera escuchando. De Fatone, en cambio, recuerdo que nos llevaba a la casa y nos prestaba sus libros, contra toda la idea de solemnidad que pueda tenerse del Conservatorio. Casi todos los profesores eran tipos profundamente informales. En ese momento yo no supe aprovechar todas las semillas que me tiraba esa gente, o el mismo Cunill Cabanellas, que era un hombre apasionado y de gran sentido del humor. Ya lo dije: en esa época yo estaba profundamente distraído. Pero lo poco que captaba me gustaba mucho. No es que ellos pensaran que de allí iban a salir actores. Creo que se conformaban con que salieran muchachos y chicas de bien. Pero el efecto, en muchos de nosotros, era una especie de deslumbramiento por todo eso que pasaba en la Escuela, aunque a la vez lo veíamos tan alto y lejano como el Himalaya.”

UNA CONMOCIóN 
 
En la misma época en que estaba en el Conservatorio, recuerda Alcón, el único lugar al que dejaban entrar gratis a los alumnos con sólo mostrar el carnet de estudiante era el Teatro Argentino, por entonces reinado absoluto de Margarita Xirgu, una de las grandes actrices españolas que habían llegado a la Argentina huyendo del franquismo.

“Fue la primera vez que la vi. Ella había dicho que no iba a volver a España hasta que no se fuera Franco, y de hecho no volvió, aunque se lo ofrecieron. La fui a ver cuando hacía Bodas de sangre. Hay que tener en cuenta que ella tenía un estilo totalmente alejado del naturalismo, y provocaba tanta adhesión como rechazos..., había gente que no la soportaba. Pero yo aprendí que ésa es una de las cualidades de los más grandes actores: provocar esos enojos y esos amores terribles. Muy pocos lo consiguen.” Fue otra mujer, sin embargo, aquella a la que Alcón le adjudica la responsabilidad de decidirse a dedicar su vida a la actuación. “Mis abuelos me habían llevado al teatro a ver a una bailarina andaluza que se llamaba Carmen Amaya. Era baile gitano, y ella tenía una fuerza en las manos, en los pies..., como si pusieras los dedos en el enchufe. Daba miedo verla. Recuerdo que estábamos en un palco y a mí se me dio por mirar hacia abajo: entonces vi que a la gente sentada en la platea parecía que la hubiera agarrado un viento muy fuerte. Tenían un gesto de espanto en la cara... Porque, bueno, Carmen Amaya no era alguien como para ir al teatro a hacer la digestión. Me atrapó literalmente ese estado de concentración tremenda en el que estaban ella y el público. Pensé que estaba pasando algo muy especial, una suerte de conmoción, y que eso era exactamente lo que yo quería lograr con la actuación: producir conmociones. Después te das cuenta de que eso sucede muy pocas veces, pero en fin... Si, aunque sea en una función, una sola función, no sentís que vos, el autor, el público y tus compañeros estamos todos respirando de la misma manera, si no te pasa eso aunque más no sea de vez en cuando, ésta es una profesión de mierda.” Cuando parece que ya no hay más posibilidades de ir hacia atrás buscando cerrar el círculo de la formación artística de este gigante, un último recuerdo de infancia increíblemente remoto viene a decirnos que el teatro estaba allí, agazapado, desde siempre. Alcón no tiene más de seis años y está con su madre en un teatro, una sala chica, viendo una obra de la que no recuerda absolutamente nada. Apenas se recuerda en la primera fila, bastante fastidiado. “Se ve que yo me movería mucho, o haría ruido, no sé muy bien. Lo que me quedó grabado es que, desde el escenario, una señora me miró. Y yo recuerdo perfectamente de lo asombradísimo que quedé porque ella, que estaba en el escenario, pudiera mirarme ni más ni menos como si fuera una persona.” 

LA LUNA CON GATILLO
 
Otra versión posible de la formación de Alfredo Alcón es la de un artista que, merodeando siempre por los bordes de una cultura socialista (de una izquierda cultural adquirida en el teatro independiente, mamada de los actores españoles antifranquistas y la poesía y el teatro de García Lorca), terminó erigido en uno de los ídolos del público que lo premia por haber seguido un derrotero coherente, y por haber llegado, desde abajo, a la cima del teatro. Es decir, Alcón como uno de los pocos que puede entrar y salir de la televisión sin contaminarse de superficialidad. “Yo no sabía si era de izquierda, pero sí quería que haya justicia, que los seres humanos estén más cerca unos de otros, si eso es ser de izquierda, sí lo era. Pero no me dije un día Voy a ser de izquierda, ni tuve una militancia determinada en un partido. Nunca me afilié a ninguno. Cuando hacía recitales de poesía, seleccionaba poemas de Raúl González Tuñón o de Juan Gelman, porque me gustaba el pensamiento que había en esos poemas. Me daba un poco de miedo la idea de La luna con gatillo, eso de que hay que fusilar al mundo con la luna, pero al mismo tiempo era muy atractivo recitar algo así. Siempre creí que no es lo mismo cómo busca la justicia un poeta que un político.”

¿UN CLáSICO YO?
 
Tantos años después (tantas veces en las que debió de haber sido él quien miraba a las nuevas generaciones de espectadores desde el escenario), Alcón está a punto de salir a escena para interpretar un Shakespeare muy poco frecuentado en Argentina, La tempestad. Una vez más se pondrá bajo la dirección del catalán Lluís Pasqual, un director que desarrolló una fuerte relación con la Argentina precisamente desde que conoció a Alfredo Alcón. Con él, Pasqual montó La vida del rey Eduardo II de Inglaterra (de Marlowe-Brecht) en 1984. Volvió a dirigirlo en la celebrada Los caminos de Federico, en el estreno mundial de El público de García Lorca en el Teatro Studio de Milán y finalmente en 1996, en Haciendo Lorca. Antes de sumergirse en los ensayos de La tempestad, Alcón venía de producir un raro fenómeno televisivo, como fue su presencia arrasadora en “Vulnerables”, en la piel de un viejo petitero, jugador y psicopatón, don Leopoldo Albarracín, que les puso los pelos de punta a sus compañeros del grupo de terapia, al terapeuta y desde luego a los televidentes. “Cuando yo veía ‘Vulnerables’, me salían unos terribles colmillos de envidia hacia todos los que trabajaban allí. Empezando por Jorge Marrale, que es un actor exquisito al que había visto más en el teatro. Alfredo Casero es delirante, tiene una intensidad enorme. Soledad Villamil, en Francia, tendría trabajos de sobra para elegir, porque tiene una dimensión física increíble; lo mismo pasa con Inés Estévez, que es una actriz muy interesante. ¡Y el nene! Yo me fijaba, cuando recibía el guión, si tenía una escena con Nicolás Cabré, porque es muy intenso ese chico: te devuelve una fuerza increíble. Y, además de todo eso, los libretos, tan diferentes al resto de lo que hay en TV, y una dirección de cámaras que busca el gesto pequeño, que va contando la escena a partir de lo que capta en detalle. No digo estas cosas de humilde ni de bueno: lo digo simplemente porque es así. Porque en cierto modo me daba miedo entrar a un grupo de actores que ya venían con sus códigos. Pero ellos me ayudaron muchísimo. A los veinte minutos ya me sentí integrado.”

Lo cierto es que Leopoldo Albarracín no pudo seguir entre las huestes de los “Vulnerables” porque ya estaba decidido el regreso de Alcón a las tablas, a instancias de una producción del Teatro San Martín, un lugar con el que Alcón guarda una relación entrañable desde aquel Hamlet de 1980. Alcón nunca ha insistido lo suficiente –cree él– en que no fue su culpa que le hayan colgado el sambenito de ser El Actor shakespeareano argentino. Suele recordar, con una rara forma del orgullo, que no son tantos los Shakespeare que hubo en su carrera: el Hamlet de 1980 y el Ricardo III de 1997 dirigido por Agustín Alezzo. Por otra parte, no tiene ninguna gana de ponerse a hablar de La tempestad. Porque está en el peor momento posible para hacerlo, argumenta: ahogado en la marea de los ensayos, en esos días previos en que el actor entra en un estado que resolverá –de un modo o de otro– recién en el momento del estreno. Mientras tanto, dice, es poco y nada lo que puede decir de su trabajo. “Un actor no tiene por qué reflexionar tanto”, murmura. Un minuto después, sin embargo, está de nuevo lanzado: “En realidad, no hace falta ser nada inteligente para un actor. En la época de la Lola Membrives, contaban de una actriz española que se llamaba Ana Adamuz, que no sabía leer ni escribir. Había una señora que le leía los textos hasta que ella se los aprendía de memoria. Una vez, al terminar una obra, entraron los amigos al camarín, y todos le decían que había estado estupenda, aunque señalaban reparos a la obra, que al parecer no era muy buena. Y ella, para consolarlos, dijo: Bueno, ya lo dice el autor en el final de la obra: la comedia es finita. En realidad, la obra terminaba como corresponde (la clásica frase la commedia è finita), pero seguramente esta actriz lo decía maravillosamente bien y eso era lo único importante”.

EJERCICIOS DE HUMILLACIóN 
 
A pesar de su imposibilidad de hablar de la obra que está ensayando febrilmente, Alcón deja caer una apreciación (“Yo veo La tempestad como un cuento mágico, muy sutil, sin el peso de las grandes tragedias aunque tenga momentos altamente dramáticos, porque tiene un lenguaje muy líquido”) y esboza una convicción personal de por qué Shakespeare sigue siendo lo que es: “Nunca nadie lo hace tan bien como habría que hacerlo. Por eso sigue, por eso nunca está terminado. Hacer Shakespeare es como un ejercicio de humillación”. Hay, ya en el final de la entrevista, un regalito que se reproduce con expresa autorización de Alcón a modo de despedida. Un chiste shakespeareano que él contó así: una vez, en un congreso, un director que era un verdadero especialista en Shakespeare, hace su disertación sobre Hamlet. Al final, le preguntan si creía que Hamlet y Ofelia habían tenido relaciones sexuales. A lo cual, el experto contestó: “En mi compañía, siempre”.


Premios
  • Premio Cóndor de Plata, 1956, 1961, 1964, 1969
  • Premio Martín Fierro, 1960, 1963, 1964, 1966, 1968
  • Premio en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, 1974
  • Premio Molière, Air France, 1980
  • Premios Konex:
    • Diploma al Mérito - Actor dramático cine y teatro - 1981
    • Premio Konex de Platino - Actor dramático de cine y teatro - 1981
    • Premio Konex de Brillante - Artista del espectáculo argentino - 1981
  • Gran Premio de Honor, 1986
  • Premio Quinquela Martín, 1987 y 1988
  • Premio María Guerrero, 1989 y 1991
  • Premio García Lorca, España, 1990
  • Premio Konex - Diploma al Mérito - Actor dramático de cine y teatro - 1991
  • Premio ACE de Oro, 1992
  • Premio Figura Latinoamericana en el Festival de Teatro de Colombia, 1992
  • Premio Ollantay, CELCIT, 1994
  • Premio Podestá a la trayectoria honorable, 1994
  • Premio Martín Fierro, 2000
  • Premio Clarín Espectáculos, 2000
  • Premio ACE, 2003, 2007, 2010, 2013
  • Premio Estrella de Mar de Oro, 2005 y 2011
  • Premio Cóndor de Plata a la trayectoria, 2005
  • Premio Clarín Espectáculos a la trayectoria, 2005
  • Finalista del Premio Max, España, 2009

Televisión

  • 2011 "Los únicos".
  • 2011 "Herederos de una venganza". Polka, Canal 13
  • 2004 "Locas de amor". Pol-ka, Canal 13
  • 2003 "Durmiendo con mi jefe". Polka, Canal 13
  • 2000 "Vulnerables". Polka, Canal 13
  • 1999 "Por el nombre de Dios". Pol-ka, Canal 13
  • 1998 "Operación rescate", Patalano - Aleandro
  • 1987 "El prontuario del Señor K", Especiales de ATC, Canal 7
  • 1984 "La única noche".
  • 1983 "El jardín de Venus (serie de TV)". En España
  • 1974 "Pájaro ángel".
  • 1972 "Estudio 1 - Otelo". En España
  • 1971 "Novela (TVE) - El escándalo". En España
  • 1968 "El teatro de Alfredo Alcón" - Canal 11 - Israfel
  • 1967 "Teleteatro de Alfredo Alcón".
  • 1964 "Hamlet".
  • 1963 "Yerma".
  • 1962 "Romeo y Julieta".
  • 1961 "Judith".

Cine

  • 2005 El exilio de San Martín, Documental
  • 2004 Historia del cine, Documental
  • 2002 En la ciudad sin límites, Dir. Antonio Hernández. Coproducción con España y Francia
  • 2001 El hijo de la novia, Dir. Juan José Campanella
  • 1998 Cohen vs. Rosi, Dir. Daniel Barone
  • 1995 Con el alma, Dir. Eduardo Vallejo
  • 1994 Cortázar, Dir. Tristán Bauer
  • 1994 El amante de las películas mudas, Dir. Pablo Torre
  • 1986 El oficio de amar, Dir. Tristán Bauer. Mediometraje
  • 1993 De eso no se habla, Dir. María Luisa Bemberg
  • 1989 País cerrado, teatro abierto, Dir. Arturo Balassa
  • 1989 Últimas imágenes del naufragio, Dir. Eliseo Subiela. Coproducción con España
  • 1987 El dueño del sol, Dir. Rodolfo Mórtola
  • 1986 La historia en la arena, Dir. Hugo Lescano. Mediometraje
  • 1985 El caso Matías, Dir. Aníbal Di Salvo
  • 1982 Pubis angelical, Dir. Raúl de la Torre
  • 1982 El agujero en la pared, Dir. David Kohon
  • 1978 Un idilio de estación, Dir. Aníbal Uset
  • 1978 Cartas de amor de una monja, Dir. Jorge Grau. En España
  • 1977 Saverio, el cruel, Dir. Ricardo Wulicher
  • 1977 Qué es el otoño, Dir. David Kohon
  • 1975 Nazareno Cruz y el lobo, Dir. Leonardo Favio
  • 1975 El Pibe Cabeza, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1974 Boquitas pintadas, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1973 Los siete locos, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1972 La maffia, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1971 Güemes, la tierra en armas, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1970 El santo de la espada, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1968 Martín Fierro, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1965 El reñidero, Dir. René Mugica
  • 1965 Con gusto a rabia, Dir. Fernando Ayala
  • 1965 Jandro, Dir. Julio Coll. En España
  • 1964 Voy a hablar de la esperanza, Dir. Carlos Borcosque
  • 1963 Los inocentes, Dir. Juan Antonio Bardem. Coproducción con España
  • 1963 Una excursión a los indios ranqueles, Dir. Derlis M. Beccaglia. Inconclusa
  • 1963 Las ratas, Dir. Luis Saslavsky
  • 1962 Prisioneros de una noche, Dir. David Kohon
  • 1961 Piel de verano, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1960 Un guapo del 900, Dir. Leopoldo Torre Nilsson
  • 1959 El candidato, Dir. Fernando Ayala
  • 1959 Zafra, Dir. Lucas Demare
  • 1957 Una viuda difícil, Dir. Fernando Ayala
  • 1956 La morocha, Dir. Ralph Pappier
  • 1956 La pícara soñadora, Dir. Ernesto Arancibia
  • 1955 El amor nunca muere, Dir. Luis César Amadori

Teatro

En Argentina

  • 2013 "Final de Partida", de Samuel Beckett. Dirección: Alfredo Alcón
  • 2011 "Filosofía de vida" de Juan Villorio. Dir. Javier Daulte
  • 2010 "Los Reyes de la Risa" de Neil Simon. Dir. Daniel Veronese
  • 2009 "Rey Lear" de W. Shakespeare. Dir. Rubén Szuchmacher
  • 2007 "Muerte de un viajante" de Arthur Miller, Dir. Rubén Szuchmacher
  • 2006 "Homenaje Ibsen", Dir. Alejandro Tantanian
  • 2005 "Enrique IV", Dir. Rubén Szuchmacher. Teatro Gral. San Martín
  • 2004/05 "El gran regreso" de Serge Kribus. Dir. Alfredo Alcón
  • 2003 "Las variaciones Goldberg" de George Tabori. Dir. Roberto Villanueva. Teatro Gral. San Martín
  • 2002 "Edipo" Teatro Municipal Gral. San Martín
  • 2000 "La tempestad", Teatro Municipal Gral. San Martín. Dir. Federico Herrero
  • 1998 "Los caminos de Federico", (Bolivia y Tucumán)
  • 1998 "Los caminos de Federico", Teatro Municipal Gral. San Martín"
  • 1997 "Los caminos de Federico", Gira
  • 1997 "Bocca en el Luna Park"
  • 1997 "Los caminos de Federico", Biblioteca Nacional
  • 1997 "Bocca - Alcón"
  • 1997 "Largo viaje del día hacia la noche" de Eugene O'Neill. Dir. Miguel Cavia
  • 1997 "En la soledad de los campos de algodón" de Bernard Koltes. Dir. Alfredo Alcón
  • 1997 "Ricardo III" de W. Shakespeare. Dir. Agustín Alezzo. Teatro Municipal Gral. San Martín
  • 1994/95 "Escenas de la vida conyugal" de Ingmar Bergman. Dir. Rita Russek
  • 1966 "Israfel" de Abelardo Castillo. Dir. Inda Ledesma
  • "Peer Gynt" de Henrik Ibsen. Dir. Omar Grasso
  • "Los caminos de Federico" de Federico García Lorca. Dir. Lluis Pascual
  • "Hamlet" de W. Shakespeare. Dir. Omar Grasso
  • "¡Shakespeare, todavía!", textos de W. Shakespeare. Dir. Alfredo Alcón
  • "Final de partida" de Samuel Beckett. Dir. Alfredo Alcón
  • "Lorenzaccio" de Alfred de Musset. Dir. Omar Grasso
  • "Romance de lobos" de Valle Inclán. Dir. Agustín Alezzo
  • "Eduardo II" de Marlowe. Dir. Lluís Pascual
  • "De pies y manos" de Roberto Cossa. Dir. Omar Grasso
  • "Herramientas" Poesías de Diversos Autores. Dir. Alfredo Alcón
  • "Historias del Zoo" de Edward Albee. Dir. Omar Grasso
  • "Orfeo desciende" de Tennessee Williams. Dir. Osvaldo Bonet
  • "Panorama desde el puente" de Arthur Miller. Dir. Carlos Gandolfo
  • "Las brujas de Salem" de Arthur Miller. Dir. Omar Grasso
  • "La muerte de un viajante" de Arthur Miller. Dir. Omar Grasso
  • "Recordando con ira" de John Osborne. Dir. Omar Grasso
  • "El farsante más grande del mundo" de J. M. Synge. Dir. Osvaldo Bonet
  • "Yerma" de Federico García Lorca. Dir. Margarita Xirgu
  • "Liliom" de Ferenc Molnar. Dir. Osvaldo Bonet

En España

  • "El zapato de raso" de Paul Claudel. Dir. J. L. Alonso de Santos. Teatro Nacional Español
  • "A Electra le sienta bien el luto" de Eugene O'Neill. Dir. J. L. Alonso de Santos. Teatro Nacional María Guerrero
  • "La ciudad cuyo príncipe es un niño" de Henry de Montherlant. Dir. J. L. Alonso de Santos.
  • "Don Álvaro o la fuerza del sino" de Duque de Rivas. Dir. Francisco Nieva. Teatro Nacional Español
  • "Eduardo II" de Marlowe. Dir. Lluís Pasqual. Teatro Nacional María Guerrero
  • "El público" de Federico García Lorca. Dir. Federico Herrero. Teatro Nacional María Guerrero
  • "Los caminos de Federico" de Federico García Lorca. Dir. Lluís Pascual. Teatro Nacional María Guerrero
  • "Kean" de Jean Paul Sartre. Dir. Joaquín Vida. Teatro de Bellas Artes

Discografía

  • 1968: "Martín Fierro" - PHILIPS
  • 1968: "Poesía argentina de todos los tiempos" - Junto a Inda Ledesma y Luis Medina Castro - AGUILAR LA PALABRA
  •  ????: "Israfel El cuervo" - FONOTEX
  •  ????: "García Lorca: Poemas y canciones" (Simple) - Junto a Enrique Vargas - EL GRILLO
  •  ????: "Alfredo Alcón dice El Cuervo Edgar A. Poe" - LINCE PRODUCCIONES
  • 1974: "El Principito" - Junto a Norma Aleandro, Alejandro Anderson, Enrique Fava, Alberto Piazza, Lilian Riera y Osvaldo Terranova - RCA VICTOR
  • 1978: "Pedro y El Lobo" (Simple) - MICROFON ARGENTINA S.A.
  •  ????: "Rosario Gaucho" - Junto a Los Arribeños y Fermín Fierro - CASTELL RECORDS
  • 1998: "Carlos Andreoli canta a Raúl González Tuñón con la particiáción especial de Alfredo Alcón" - Junto a Carlos Andreoli - MUSICA & MARKETINS S.A.
  • 2009: "Voces 1 - Los caminos de Federico" - ACQUA RECORDS

Dirección teatral

  • "Herramientas", poesías de distintos autores
  • "Final de partida" y "Los días felices", de Samuel Beckett
  • "¡Shakespeare, todavía!", sobre textos de William Shakespeare
  • "En la soledad de los campos de algodón", de Bernard Koltes


 Extraído de http://www.lanacion.com.ar/1680078-alfredo-alcon-adios-a-un-gigante-de-la-actuacion
 https://es.wikipedia.org/wiki/Alfredo_Alc%C3%B3n
 http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/radar/00-09/00-09-17/nota1.htm#111

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