Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

domingo, 24 de abril de 2011

Un cuento chino, el azar y la necesidad.

UN CUENTO CHINO, de Sebastián Borensztein

EL AZAR Y LA NECESIDAD | por Santiago García

Un cuento chino es una comedia agridulce acerca del encuentro entre un amargado y solitario ferretero y un joven chino que busca a su tío en Buenos Aires. De la relación entre ambos surge la tensión, el humor y los temas que el film intenta abordar. Sin duda, el primer gran éxito del cine argentino 2011.


Ricardo Darín convoca multitudes. Ser estrella de cine en Argentina no es cosa fácil, más aun para un actor que hace tiempo no hace televisión y que, difícilmente, se lo pueda asociar a este medio. Darín protagonizó en los últimos quince años unas veinte películas entre las cuales figuran varios resonantes éxitos de taquilla, como Nueve reinas, El hijo de la novia y El secreto de sus ojos. Pero su presencia fue lo que permitió también que grandes films de difícil consumo, como El aura y Carancho, también lograran volverse masivos.

Su nombre es sinónimo de trabajo profesional y las estrellas, ya se sabe, no se imponen, existen porque el público las elige. Al ser Darín un actor fundamentalmente cinematográfico, es posible que muchos no logren captar la variedad de matices y la efectividad con la que él como actor y como estrella puede ir agregando poco a poco nuevos detalles. Cuando empieza una película “de Darín” uno no se olvida que es él quien actúa, pero esto lejos de ser una distracción es un camino llano hacia la identificación y el interés del espectador. Por eso Un cuento chino es la película “de Darín” antes que nada. “Darín y una vaca” o “Darín y un chino”, dependiendo de si tomamos el afiche, el título o la sinopsis para acercarnos al título. Lamentablemente el surrealista afiche no está en la película, es sólo un truco de marketing para anunciar la comedia –no estamos frente a un film de Buster Keaton, digamos de alguna manera- y no es el tono general de la película. Como sea: de la mano de Ricardo Darín, sin dudas el mejor actor del cine argentino de los últimos quince años, los espectadores entramos a la historia que narra Un cuento chino.




La película cuenta la historia de Roberto, un ferretero, bastante obsesivo y huraño, que vive sumido en rutinas, enojado con el mundo, ajeno a cualquier sentimiento, a pesar de los intentos de varias personas, en particular, Mari (Muriel Santa Ana), quien está enamorada de él. El azar (¿el azar? se preguntará uno al final del film nuevamente) hace que se encargue de Jun (Ignacio Huang) cuando éste sea tirado de un taxi luego de haber sido asaltado. Jun no habla una palabra de castellano y Roberto no conoce un solo término en mandarín. Pero en Roberto hay nobleza, entonces, cuando descubre que ni las autoridades argentinas –representadas por el policía, por lejos, el peor y más ridículo personaje de la película– ni los miembros de la embajada China –que trabajan pero a su tiempo– lo van a ayudar a Jun a resolver el problema, él decide convivir con el joven hasta conseguir que éste encuentre a su tío, objetivo de su viaje a Argentina desde un comienzo. La comedia está servida con estos ingredientes, y la película no ahorra todos los chistes fáciles y demagógicos posibles, que si bien nunca son ofensivos, no alcanzan a levantar mucho vuelo y trasmiten, tal vez, sin quererlo cierto paternalismo que podría llevar a lecturas ya no tan simpáticas del film. A su vez, la insistente y siempre bien intencionada Mari, persiguiendo a Roberto, es un personaje que se agota rápido y que no produce el más mínimo afecto o simpatía, casi lo contrario.





Más allá del trío protagónico cabría preguntarse qué es lo que busca contar realmente Un cuento chino y cuáles son los motivos por los cuales falla. El tono de la película coquetea con el humor absurdo, con el comienzo donde una joven china, la novia de Jun, muere justo antes de que él pueda proponerle casamiento, víctima de una vaca que cae del cielo. Habrá luego otras de estas viñetas tragicómicas con las cuales Roberto logrará elaborar sus propios temores y angustias. Pero la primera está fuera de la narración principal y no es una noticia leída por él. Este absurdo podría justificar que la comisaría y el policía sean ofensivamente inverosímiles o que la embajada de China no parezca muy real. No pedimos verosimilitud a ultranza, cada película crea la propia, pero Un cuento chino se mete en terrenos de costumbrismo naturalista en tantos momentos que, de alguna manera, comienza a hacer ruido, ya sea en una dirección o en otra. Y tampoco hay que confundir el sin sentido con la justificación de cualquier arbitrariedad. Las escenas dramáticas en general son las peores y la explicación de la oscuridad de Roberto arruina en gran parte el encanto de su personaje. Pero yendo al centro de la trama –y quienes no quieran saber más sobre el final del film deberían dejar de leer acá hasta verlo– se podría decir que lo que se cuenta es la historia de cómo Roberto salió del pozo en el cual se sumergió a partir de la muerte de su padre. Jun le permite, a veces por azar, a veces intencionalmente, cortar con el pasado muerto y vislumbrar un futuro. Jun rompe una colección inútil de objetos que Roberto compra para una madre que no conoció y está en uno de los recortes que marcan la obsesión de Roberto por la muerte de su padre. “La vida es un gran sin sentido, un absurdo” dice el huraño ferretero justo antes de que frente a sus propios ojos se le muestre lo contrario. Roberto no sabe qué es lo que lo une con Jun, pero está claro que necesita algo que lo mueva de su rutina pesadillesca y le permita salir a vivir nuevamente. El vínculo entre ambos, en donde se luce tanto Darín como Ignacio Huang, es el corazón de la película. Los demás personajes no funcionan y a la energía del guión se le interpone una puesta en escena carente de todo brío. No son pocos los momentos de guión en donde la emoción podría haber surgido, así como la sorpresa o el suspenso, pero la
elección de una dirección apagada y triste hace que se pierdan casi todos. Con virtudes y defectos, y a medida de que pasen los días, Un cuento chino irá ingresando en la lista de los films más exitosos del cine nacional y, por lo tanto, será tema de discusión, alegrías y decepciones. Pero es difícil que algún espectador no tenga ganas de averiguar de qué trata este cuento.





Título Un cuento chino

Dirección Sebastián Borensztein
Producción Pablo Bossi, Juan Pablo Buscarini
Guion Sebastián Borensztein
Música Lucio Godoy
Fotografía Rodrigo Pulpeiro
Montaje Fernando Pardo (II)
Reparto Ricardo Darín, Muriel Santa Ana, Ignacio Huang

País(es) Argentina
Año 2011
Género Comedia dramática
Duración 95 min.


Fuentes: ©2005-2011 Revista Leer Cine.

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