Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

sábado, 16 de junio de 2012

Entrevista a Juan José Campanella.

Hago el cine que quiero.


Reflexivo y distendido, en un gran momento profesional y personal, habla sobre el cine, los actores, el periodismo y la crítica, sus métodos de trabajo, el público, y “Metegol”, la película de animación en la que está trabajando.

Por Mariana Gioiosa
Foto: Mariana Ruddock



Espera a La Maga en una esquina perdida del barrio de La Boca, vestido con una camisa y un pantalón oscuro, sin su boina característica. Se muestra sonriente y amable. Es cordial con la gente que pasa, lo mira y hace comentarios. Una señora se le acerca para pedirle que continúen emitiendo “El hombre de tu vida”, se exalta, no puede creer estar frente al propio Juan José Campanella. Él le agradece, le devuelve una sonrisa y entra al bar para comenzar la nota.

¿Por qué elegiste un bar grande para la entrevista? ¿Qué tiene de particular este lugar para vos?

Me divierto mirando a la gente, y también paso desapercibido. Trabajo mucho en el bar, tanto acá como en Estados Unidos. Escribí el guión de “El hombre de tu vida”, por ejemplo, en un bar al que voy siempre, en Núñez, donde está ubicado el estudio de animación en el que estoy haciendo la nueva película, “Metegol”. A las 8 de la mañana, estoy en el bar, y más tarde, cuando tienen algo para mostrar, voy al estudio.

¿Cómo es tu relación con la gente? ¿Cuál fue el lugar más inesperado donde te encontraste con un admirador?

De la gente oigo más gracias que felicitaciones. Lo que más me emociona es que ellos aprecian el trabajo con el fervor de lo que es propio, parte de sus vivencias, y no solo como un producto para mirar. Recuerdo que, una vez, en un pueblo pequeño de Asturias (España), estábamos filmando “Vientos de agua” con parte del equipo argentino y, de repente, observamos cómo se acercaba un viejita vestida completamente de negro que bajaba una montaña con ayuda de un bastón hecho con una rama barnizada. Pensamos que era un personaje detenido en el tiempo, vimos en ella a nuestras propias abuelas en 1890. Cuando se paró frente a nosotros, sacó de la ropa un DVD de “El hijo de la novia” y me lo dio para que se lo firmara, entonces me contó que se había sentido movilizada con la película porque su hermana había tenido mal de Alzheimer. Esa imagen me quedó grabada.

Pero no siempre lo que le gusta a la mayoría les gusta a todos. Has tenido grandes enfrentamientos con algunos críticos, ¿Cómo es tu relación hoy con ellos?

Para mí, es tan importante dejar todas estas peleas sin sentido, que he tenido durante tantos años, que no voy a decir nada de ellos. Que digan lo que quieran; hay buenos, hay malos. Generalmente, yo tengo una vara que no me ha fallado nunca para clasificarlos: el que está de acuerdo conmigo es bueno, y el que no, es malo (risas). Descubrí que es la misma que tiene todo el mundo. Es más, hay críticos que a veces son malos y a veces buenos, depende de lo que digan de mi película. Algunos críticos tienen un problema personal conmigo. Uno, por ejemplo, me llegó a decir que fue tres a ver “El secreto de sus ojos” para confirmar que era una mierda. Algunos me agredieron mucho, como si yo les hubiese hecho algo, pero no sé ni siquiera quienes son. En un momento, me afectaba mucho. Tengo cincuenta y dos años, un hijo…, ahora me empieza a dar risa.

Siempre mencionas a tu mujer Cecilia Monti como un sostén en tu vida privada y profesional, ¿Qué influencia tiene sobre vos a la hora de dirigir una película o escribir un guión?

Tiene mucha influencia sobre mí, no solo porque es mi mujer, sino porque tiene la virtud de ser muy aguda en sus comentarios. También fue la directora de vestuario de mis tres últimos trabajos y de “Vientos de agua”. Su función es muy importante como el arte de esta película, porque está siempre en primer plano y es un pilar fundamental en la construcción de los personajes. No me los imagino sin los aportes de Cecilia. Los aparatos de Vicky (Gimena Nóbile), la hija de Rafael (Ricardo Darín), en “El hijo…”; el pulóver gordo de Verónica (Silvia Kutika), en “Luna de Avellaneda”; o la ropa blanca y negra de Espósito (Darín), en “El secreto…”.

En tus películas, se nota un gran cuidado en la dirección de imagen, y una hermosa fotografía, ¿te inspiras en otra expresión artística que no sea el cine a la hora de filmarlas?

Tomo como referencias a pintores más que a otras películas. Incluso, más que a fotógrafos, aunque también trabajo con ellos. En diversos momentos, y por distintos motivos, tomé como referencia a Lucien Freud, a Eduard Munch, a Caravaggio, a Egon Schiele y siempre a Edward Hopper.

Desde el 2010, estás trabajando en “Metegol”, una película de animación para chiscos, ¿Cuál es la diferencia? Y ¿Cómo se está realizando la grabación de las voces?

Es un proceso prácticamente al revés, empezas con el montaje. Además, en una película para chicos, me tengo que poner en la cabeza de ellos para poder transmitir con sutileza la historia y las emociones. Pablo Rago y David Masajnik son los dos protagonistas; también participan Fabián Gianola, Horacio Fontova, Miguel Ángel Rodríguez, Lucía Maciel y Diego Ramos, entre otros actores. El proceso de casting fue totalmente distinto. Como no quería ver sus caras, solo quería escuchar los sonidos, hicieron una especie de dibujos; y yo escuchaba las voces, mirando a esas imágenes. Por eso, no sabía que actores se habían presentado. Me sorprendieron artistas de gran trayectoria que se acercaron para hacer las pruebas, como por ejemplo Pablo Rago, con el que ya trabajamos en muchas películas juntos, y nunca le habría hecho un casting. Es mucho trabajo, es un gran desafío porque la voz es la mitad del actor. La grabación de las voces no la hicimos frente a un micrófono, sino en una sala de sonido que era un espacio grande en el que actuaban la escena. La grabamos con boom (un micrófono especial que se usa para tomar el sonido en un set de filmación), como si fuera cine, para después tener referencia de la animación. Esto también permitió que los actores tuvieran la oportunidad de improvisar; luego se llevaron los cambios al guión. En este caso, nosotros estamos haciendo una película que se va a doblar en el resto del mundo; tenemos la ventaja de trabajar con el lenguaje original y que los otros idiomas se adapten al nuestro.

¿Cambia el método de trabajo con los actores si estás haciendo cine o televisión?

Hay una diferencia entre los ensayos. Para televisión, solo se ensaya el primer capítulo; pero en cine los ensayos duran, más o menos, dos semanas. No me gusta leer el libro con todo el elenco, lo hice en mi primera película y juré que nunca más lo repetiría; es un proceso muy denso y la mitad del elenco se aburre. El actor se siente juzgado en la primera lectura. Recuerdo que, en esa oportunidad, uno de los protagonistas tenía que tartamudear y lo hizo muy bien, pero la lectura duró seis horas.

Cuando elegís los actores, ¿Qué es lo que más valoras en ellos?

Primero, y sobre todo, que tenga verdad, que yo crea lo que está actuando. Segundo, sentido del humor, como el del actor que tiene mucha verdad y además giritos que te hacen reír, pero no desde el clown. Algunos de ellos son Ricardo Darín, Guillermo Francella, Mercedes Morán, Valeria Bertucelli y Eduardo Blanco; todos los actores que trabajan en mis películas son grandes comediantes. Me gusta la comedia realista.

¿Qué actor extranjero te gustaría dirigir y por qué?

En este momento, no hay ningún actor extranjero que me muera por dirigir. Me habría encantado trabajar con James Stewart (Vértigo de Alfred Hitchcock) y Nino Manfredi (Una rosa per tutti de Franco Rossi). Parte de mi crisis como espectador es que no hay actores que me den ganas de ir a ver al cine.

Si tuvieras la posibilidad de tener un presupuesto indefinido, ¿Qué tipo de película harías?

La verdad es que tuve mucha suerte en la vida; hace cuatro películas que hago la película que quiero y me va bien, realmente lo consigo. Por suerte, no se me ocurre La guerra de las galaxias, no es mi estilo. El secreto de sus ojos moja el dedito en el agua de la época en la que se desarrolla la película. Una de mis sueños es hacer una miniserie de una familia que transcurra en los años setenta, que cuente todo, cómo se vivió… Me parece que no se está historiando bien esa época. Creo que los chicos hoy no tienen ni idea de lo que sucedía en esos años. Depende de quién te cuente la historia, cambia completamente. En el último tiempo, hay un intento importante de reescritura. Una de las cosas que más me gusta de El secreto… es cuando se menciona la Triple A. Pensé que me iban a matar en las críticas con ese tema, pero, por suerte, no fue para tanto.

¿Cuál fue la película que dirigiste que más te gustó, y por qué?

Luna de Avellaneda, porque siento que fue la película que más vida extra cinematográfica tuvo. Provocó un fuerte impacto en la sociedad; no hay taller, club, biblioteca popular o sociedad de fomento donde no se haya pasado. Yo no filmo mucho; entre Luna y El secreto, pasaron cinco años. Filmé El secreto hace tres y todavía no tengo otra película. Filmo cuando tengo algo fuerte que contar, entonces las quiero a todas.

¿Tenes pensada alguna idea para la próxima película?

Estoy más que nada con un tema: la muerte. Murieron mis dos padres, y soy el próximo en la línea. Desde hace unos años empecé a pensar en el tema. En el 2006, falleció mi papá, y nació mi hijo. En ese momento, dejé de ser hijo, que es lo que fui durante 47 años, y pasé a ser padre. Todavía estoy tratando de dilucidar qué significado tiene. Fue un cambio grande.

¿Cómo fue tu experiencia de tener un hijo?, ¿tu forma de observar cambió a partir de ese momento?

Es algo inexplicable, porque yo siempre me reía de mis compañeros que ahora tienen hijos de veintipico de años. Me parecían cargosos, me mostraban las fotos enloquecidos, y yo les decía: Lo único que tienen de especial tus hijos es que son tuyos. Pero, cuando nació el mío, me di cuenta de que todos esos lugares comunes eran ciertos y de que, si tenes que morir para que sobrevivan, lo haces, no lo pensás ni medio segundo. Nunca tuve miedo a volar, debo tener cerca de mil vuelos en mi vida; desde que nació mi hijo, me da pánico que pase algo. Todo lo que pasa, es por él. Dejé de trabajar mucho en Estados Unidos y renuncié a mi tarjeta de residencia porque no puedo garantizar que voy a ir una vez por año. Mi forma de observar es la misma que tengo desde siempre, pero si se me hizo más presente la sensación de que esto se acaba.

¿Cómo vez la industria del cine, siendo presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales?

Es muy compleja la situación, y cualquier cosa que diga va a ser un reduccionismo. El cine no está en buenas condiciones en este momento, es muy difícil hacer una buena película pagando todo lo que hay que pagar. Estamos en un tiempo de transición, todos los que participamos en el cine tenemos que sentarnos y hacer un nuevo paradigma, el SICA, el INCAA, los productores, los distintos sindicatos. Hay que empezar a ver cómo podemos hacer para tener un cine que sea una industria y que sea competitivo en el extranjero. Pero también, al mismo tiempo, hay que incorporar nuevas voces. Hay películas independientes muy buenas, de nuevos directores, que tienen que buscar recursos por otro lado porque, en este momento, no tienen cabida. Además, para las instituciones estatales que otorgan los subsidios es muy difícil ver, en la tapa de un guión, si una película va a ser buena o no. Todos los que participamos en el mundo del cine coincidimos en que, haciendo muchas películas pagadas por el estado, se atomiza el mercado, y no le sirve a nadie. Lo que pasa es que no nos ponemos de acuerdo sobre cuáles son las que no se tienen que hacer y cuáles sí.

¿Qué pensás de las películas argentinas que se hacen en la actualidad?

El cine argentino, como el cine de todo el mundo, tiene una pequeña cantidad de películas que me gustan mucho y una enorme mayoría que no. Lo mismo me pasa con la comida, la música, los libros. Considero que el noventa por ciento de todo es mierda.

En este momento que alcanzaste un gran reconocimiento y consolidación profesional, ¿qué tema te preocupa, y cuál te interesa?

Me preocupa la polarización de las ideologías políticas que hay en los amigos y la familia porque no me parece que vengan de nada real. Son posturas extremistas que no las justifica la realidad. Me da miedo la escalada que pueda tener. Lo que me interesa, me maravilla, es el ciclo de la vida, el paso del tiempo, incluso, la muerte; por eso, creo que es un tema recurrente en todas mis películas. Cuando hice “Vientos de agua”, realicé una investigación que me llevó a descubrir que los tipos de 1920 no eran esa foto en blanco y negro acartonada que se sacaban en el estudio fotográfico del barrio cada cuatro años. Mi abuelo caminaba por la misma ciudad por la que camino ahora yo; y mi hijo va a recorrer y va a vivir circunstancias similares cuando tenga cincuenta años.

Fuente: Revista La Maga, diciembre de 2011


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