Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 13 de marzo de 2012

El imperio de los sentidos.

Hoy empezamos la publicación, de una serie de 5 notas, (con algunos años encima), relacionadas con el cine de Súper 8 MM., si, ya sabemos amigo lector, que este formato no existe más, que fue sustituido por la cinta de Video (VHS), y que este formato también fue sustituido por el Digital, pero nos parece que el cine de Súper 8, generó en la Argentina un movimiento importante en su momento, estamos hablando de la década de 1970 y parte de 1980, y que de este formato han surgido importantes realizadores argentinos, es por eso que hemos rescatado este material, que resulta ser interesante a pesar de los años, léanlo y disfrútenlo.
Los editores.



Roberto Cenderelli.


Por Guillermo Fernández.

Cuando todavía no se han acallado los ecos de la agonía de nuestro cine en paso tradicional, el Súper 8 se empeña afanosamente en continuar sus huellas.

La dispersión cinematográfica del Instituto Goethe de Buenos Aires, colabora ineludiblemente con esa extinción. También hacen lo suyo, realizadores que se ufanan en calcar los modelos argumentales y monierescos del biógrafo industrial, cuando precisamente el cine en paso reducido, nada tiene en común con los medios de producción. Es en nuestro país una actividad marginal.

En el Instituto Goethe, durante varias temporadas, se han proyectado una gran cantidad de films (¿Por qué no decir películas?) que querían producir y produjeron un cambio importante. Algunas de esas películas, reflejaban ideas inusuales para nuestro cine. Desde luego que la conmoción no fue publicitaria, por lo tanto, careció de espectacularidad y de una mayor aceptación para la gente habitué al Súper 8.

Esa no aceptación masiva, no invalidó su aporte casi único para nuestro lenguaje. Si bien es cierto que no todo fue trigo limpio, esa oxigenación dispersó el enrarecimiento cinematográfico.


Camisola (1977)


Se nota en general un rechazo por el cine experimental. En la mayoría de los debates (aún en el Goethe), se manifiesta esta tendencia. Por otra parte, se hace visible (y audible), el poco interés que existe por los problemas del lenguaje, por el estilo, por la firma de los films. Sin embargo, se comprueba (y no por reiterado deja de alarmar) que, en general, hay una aceptación casi unánime por las películas sin firma, sin un estilo particular, casi anodinas, irreconocibles si no se lee en los títulos el nombre del realizador, películas que hacen una reproducción prácticamente mecánica de la realidad.

También se pone de manifiesto el exceso de raciocinio y la poca o ninguna importancia que tienen los sentidos. No se ve ni se escucha, se piensa sobre lo visto u oído.

Esas proyecciones produjeron cierto estremecimiento; se notaba en las conversaciones posteriores a las mismas. Se oscilaba entre el total rechazo o el tímido y discreto elogio. Se manifestaba que eso no era cine, o que ya había sido hecho en 1920 y en muy pocas oportunidades, que las películas estaban realizadas con una no escasa autoridad. Preferentemente en estos casos es mucho más saludable un juicio de adhesión o discrepancia desprejuiciado.


Ultimas cosas sobre la señora Peyi (1978)


Poco importa, si en realidad nos interesa sacarnos la etiqueta (muy latente) de colonia, si esto o lo otro fue hecho por el surrealismo francés o la más reciente ciencia ficción portuguesa. Nuestra propia historia del cine profesional nos demuestra que nuestro andar, nada tiene de semejanza con Hollywood ni con la Nouvelle Vague. La misma tesitura es aplicable al cine de paso reducido.

Por qué entonces, ese empecinamiento en copiar los clichés del cine publicitario, o una narrativa absolutamente perimida del cine en 35 MM. Creo que el camino de un cine que no está profesionalizado (y probablemente no lo esté nunca), es buscar nuestra propia experimentación, con el propósito de enriquecer nuestro propio lenguaje, aun tomando de soslayo técnicas foráneas, pero insertándolas en nuestra propia narrativa. Es probable que muchos entiendan perfectamente a que nos referimos. De lo que sí estamos seguros, es que los brasileños aprendieron muy esta lección, que por otra parte aplicaron todas las cinematografías de avanzada.

No es preciso visitar las “Metrópolis” de “Marienbad” para hacer un cine interesante o importante, pero es necesario no desechar ese aprendizaje. Se puede hacer un cine cotidiano, muy nuestro, muy simple en su estructura narrativa, pero sin olvidar que el cine, sea en 35, en 8 ó en 2 mm, tiene su lenguaje especifico, único, casi intransferible. Mientras no se respete esa premisa, se continuara con un cine mecánico, monocorde, tramposo, desde luego muy entendible, muy dulcificante, pero neutro e inútil.

En algunas salas donde se proyecta Súper 8, parecieran existir varias consignas. Una de las comunes, es tener una confortable veneración por lo visto una y mil veces en el “cine grande”, y una abundante histeria sentimental por el prestigio (no es paradójico) que da lo mediocre.

De cualquier manera no resulta raro esta metodología de aceptación de lo aprobado por largo tiempo, dado que nuestra sociedad privilegia mucho más al triunfador que al luchador.


La fruta en el fondo del tazón (1975)


En el cine profesional se asistió, en varias oportunidades, al siempre renovado mito del Ave Fénix. Cuando el cine estaba “Sin aliento”, en cuatro semanas de filmación Jean Luc Godard le colocó un pulmotor. Ante la alarma de la resurrección, un centenar de afiliados al celuloide se encargó pacientemente de desconectarlo. Con la alianza del tiempo, en parte se lo logró.

Aquí y ahora en el Súper 8, estamos en un peligro similar. Quizá muchos realizadores no alcanzaron la categoría de personajes, pero en el Instituto Goethe la mayoría fueron protagonistas de un proceso único. Las razones que esgrimían con sus películas no eran las comunes, los resultados tampoco.

El Goethe colaboró en la gestación de un movimiento importante. Todo ese alumbramiento puede convertirse en cenizas en muy poco tiempo. En gran parte depende de nosotros continuar, aunque sea independientemente con esa trayectoria. Existe un camino más fácil; hacer del Súper 8 un cine de juguete como el que habitualmente se ve. Y para los que quieran jugar al cine pero como adultos, bueno, tendrán que “m morir con las botas puestas” y seguramente no heroicamente como Gary Cooper.
Es de esperar que los pudores de la razón declinen y que pueda renacer y afianzarse nuevamente “el imperio de los sentidos”.

Fuente: Revista Foco, Número 20, Julio de 1979.

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