Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

domingo, 12 de abril de 2020

CinemaRock: Una mirada hibrida.


Buenos Aires Rock 82

Por Alan Pauls

Contra lo que sucede en otros países, el rock argentino no ha gozado de un fácil acceso al cine. Mientras los rockeros vernáculos colmaban las precarias instalaciones del Cine Ritz, legendaria sede de las exhibiciones tumultuosas de "Woodstock", los Spinetta, los Pappo, los Nebbia y demas colegas toleraban estoicamente la marginacián del celuloide. Pese a que la historia registra algunos testimonios fílmicos sobre el rock (Hasta que se ponga el sol, de Anibal Uset, Adiós Sui Generis, de Bebe Kamin, y mas recientemente Prima Rock, de Osvaldo Andechaga, versión fílmica de un gran concierto organizado en Ezeiza, en 1981), el cine nacional no ha dado con el equivalente local de "Woodstock", un verdadero film-faro que empezó a convocar espectadores desde el momento de su estreno, pero perpetuó su éxito a lo largo de los años, agolpando miles y miles de fanáticos en las trasnoches del Ritz, cuando ya el acontecimiento musical del que hablaba el film había entrado como un clásico en las páginas de la historia.

Buenos Aires Rock 82 tuvo a su favor, al menos, una suerte de auxilio coyuntural. Como se sabe, el episodio Malvinas produjo una verdadera avalancha de música nacional, de buenas a primeras, y por obra de un gobierno que hasta entonces no parecía tener en su mira semejantes reivindicaciones, el rock invadió los medios de comunicación masivos. Con la brusquedad de una iluminación, los músicos jóvenes argentinos dejaron de suscitar sospechas y murmuraciones, y su capacidad representativa abandonó los canales del underground para asomar a la superficie. La representatividad del rock ya era evidente al nivel de grupos; pasaba por ser una especie de contraseña que identificaba y permitía el reconocimiento de los miembros de una pasion o un mismo culto. Y lo que el efecto Malvinas contribuyó a crear fue su representatividad a nivel nacional. De ser una música "bastarda", algo irritante, a menudo proclive a alentar ciertos "desbordes", el rock se convirtió así en un emblema de alcances insospechados. Algún día habrá que analizar en profundidad las condiciones que provocaron este vuelco valoratívo, estudiar desprejuiciadamente qué ganó y qué perdió esta corriente musical con su advenimiento a la luz publica, que tuvo que sacrificar de sus principios, y finalmente que efectos produjo el hecho de que quienes favorecieron (quizás a pesar de si mismos) su resurgimiento fueran los mismos que lo persiguieron e intentaron silenciarlo.

La cámara, una intrusa desaprovechada entre gente y músicos. A la izquierda vemos a Luis Alberto Spinetta

Lo que el rock ganó, sin duda, fue una cierta libertad de circulación, más impulsada por los alcances de la situación objetiva creada por el caso Malvinas que por la voluntad benefactora de tal o cual capitán de navío. Y el adjetivo cierta sirve para atenuar las contundencias y no perder de vista que la música popular, de la que el rock forma parte, sigue siendo sospechosa, al menos encarnada en sus representantes más combativos,, a los ojos de los defensores del poder. Vencidas ciertas restricciones que pesaban sobre su difusión, el rock ganó su propia legitimidad: los teatros "grandes", habitualmente reservados a manifestaciones artísticas más "elevadas", dejaron de resguardar celosamente sus puertas y admitieron recitales que en otras épocas recientes hubieran sido desechados de plano. No era de extrañar, entonces, que este clima de legitimidad, en el que las perspectivas de rentabilidad del rock juegan un papel importante, permitiera la reedición de B.A.Rock.


Alejandro Lerner, acosado por la cámara.

El film de Héctor Olivera no olvida las condiciones que lo hicieron posible. Mediante los inserts de material fotográfico de la guerra de las Malvinas, el cineasta explicitó (quizás un poco abusivamente) las connotaciones del tema Solo le pido a Dios, de Gieco y en particular los versos que aluden directamente al belicismo. Otro tanto hizo con el tema Algo de paz, de Raúl Porchetto, intercalando fotos fijas de John Lennon, Yoko, su asesino, y su tumba. Estas dos referencias funcionan en el film como el trazado de un cuadro de situación del que el fenómeno B.A.Rock es una expresión eufórica, pero también son un ejemplo de la estructura que sigue la película. Aunque los títulos del principio incluyen una "linea argumental" (su defecto clave, sin embargo, reside en el guión), Buenos Aires Rock 82 es un testimonio casi lineal del desarrollo del festival, apenas interrumpido cada tanto por alguna entrevista a sus protagonistas, por referencias al público, o por pequeños cuadros preténdidamente surrealistas (seguramente urdidos por Renata Schussheim) interpretados por los mismos músicos en escenarios más o menos disparatados.


Renata Schussheim y Héctor Olivera

Filmar un recital de rock es un trabajo amenazado por mútiples convencionalismos, y el film de Olivera no consiguió sortearlos, quizá por su falta de experiencia en la materia. Abundan los montajes alternativos de interpretes y público, en una suerte de contrapunto fatigoso, y las antesalas, esas zonas intermedias donde los músicos despliegan sus intimidades, no reciben mayor atención. El tono de Buenos Aires Rock 82, entonces, es el del registro: las cámaras se limitan a reflejar el material; a lo sumo seleccionan caras, movimientos del público, escenas, y las entrevistas (a los asistentes, organizadores y músicos) no escapan a cierta intrascendencia, aun cuando se las pone en escena fuera del festival y en un decorado deliberadamente artificioso (la entrevista con Piero es un ejemplo).

Piero junto a Héctor Olivera
Tal vez escape a esta regla la secuencia dedicada a la policía, donde el punto de vista de las cámaras parece haber adivinado el poder de una mirada irónica como procedimiento para transformar un material interesante. Desde la apertura del dúo Starc-Lebón hasta el final, el film transcurre en un sostenido clima de armonía, ya anticipado en las leyendas que presiden el afiche publicitario. "Adiós a la pálida", "una película con buenas ondas". Confiado en la intensidad del material filmado. Olivera desdeñó la zona decisiva de la puesta en escena. A mitad de camino entre el documental y el testimonio "comprometido", Buenos Aires Rock 82 elige la hibridéz y proyecta una visión idílica del rock que escamotea muchos de sus puntos de interés fundamentales, sumergiendolo en una uniformidad que el rock desmiente en cada uno de sus pasos.



Extraído de Revista Cine Libre numero 3/4, 1943.



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