Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

lunes, 19 de febrero de 2018

Pequeños grandes films: La ley de la calle, de Francis Ford Coppola.


El chico de la moto reina

 



Si quieres guiar a la gente, tienes que tener una meta…

-El Chico de la Moto
El Chico de la Moto no manda (rules), sino que reina (reigns). Eso rezan las pintadas que inundan esa ciudad fantasmal (una Tulsa abstracta), y en verdad está tratado como una figura shakesperiana (un rey en el exilio, le llaman algunos) e inasible para su propio hermano Rusty James. El primero es un pletórico Mickey Rourke de 31 años, el segundo un fabuloso Matt Dillon de 18. En realidad ambos son espejos románticos del hermano mayor de Francis, y del propio Francis, respectivamente. Esto es una declaración de amor.

Y no sólo su propio hermano (al que está dedicada la película), sino también a la literatura de Susan E. Hinton, de quién adapta una segunda novela con pocos meses de diferencia y de manera consecutiva, en un ejemplo sin precedentes, al menos recientes, de una adhesión semejante a un mismo autor. Con la espada de Damocles más lejana, después del grandioso éxito de ‘Rebeldes’, Coppola firma la película más artística, desatada y vanguardista de toda su carrera. Coppola ya no en el abismo, sino frente al espejo de Welles.

De una manera obvia, pero tremendamente natural, ‘La ley de la calle’ (interesante título para el original ‘Rumble Fish’, pez luchador…) es la otra cara de la moneda con ‘Rebeldes’. Todo lo que allí era placidez y luz, aquí es nervio y sombras. Y aunque en aquélla, a pesar de la dureza en el retrato de una juventud desamparada, aún queda algo de esperanza, en esta se estamos en la pérdida de la ilusión. Y si allí el tema era la libertad, aquí es el tiempo, desde luego, muy presente tanto en los diálogos o discursos, como el de Benny (gran Tom Waits, que compuso las canciones de ‘Corazonada’ y que alcanzó la cumbre de su colaboración con Coppola interpretando nada menos que a Renfield en ‘Dracula’), así como en los múltiples relojes y en el sonido, que imita a menudo al minutero de un reloj.
De hecho, gran parte del reparto de ‘Rebeldes’ está presente en este ‘La ley de la calle’, con mención especial para Dillon, que parece prolongar con gran acierto y lucidez su maravilloso personaje de Dallas, para enriquecerlo con su inolvidable Rusty James, el renqueante hermano menor, una fuerza de la naturaleza descarriada que no deja de cometer las más grandes insensateces, y de fastidiar a todo el mundo, obsesionado como está por la figura de su hermano mayor, el misterioso, místico, Chico de la Moto. También vuelve Dennis Hopper, y claro, la guapísima Diane Lane, además de otros intérpretes con los que Coppola forma una troupe unida y muy bien entramada.



Y al color de ‘Rebeldes’ se opone el rotundo, elocuente blanco y negro dirigido por el mismo operador del anterior, Stephen H. Burum, y que busca el manierismo por encima de cualquier otra consideración, buscando en la cualidad de la imagen una razón de ser narrativa y anímica. El referente más nítido es ‘Sed de mal’, pero también ‘El extraño’ y ‘Campanadas a medianoche’. Coppola sabe que está a la altura de lo que intenta homenajear, y se entrega a la labor con una vehemencia digna de elogio. Parece filmar y montar con una alegría y una energía avasalladoras, organizando a sus actores como si fueran bailarines de ballet, haciéndoles girar y moverse dentro y fuera de cuadro, sin importarle una verosimilitud, digamos, realista.
El Chico de la Moto es como Michael Corleone, como Kurtz, como Drácula, una figura patética, vencida por el tiempo, más allá de la moral o de la muerte, incapaz de aleccionar o de hacerse entender por los que le rodean. Está lejos aunque esté cerca, y desde su regreso de California está más extraño que nunca. Sigue protegiendo a su hermano (aunque llega, por dos veces, tarde) pero tiene asuntos pendientes con su propio vacío. El viaje que emprenden juntos, más emocional que físico, por las calles nocturnas de la ciudad, es una maravilla abstracta y poética. Averiguamos que el blanco y negro es por la visión defectuosa del Chico de la Moto. Pero los peces son de colores

No es de extrañar el rotundo fracaso comercial de esta película, con la que Coppola fundió los beneficios recién adquiridos de la anterior. No es un relato clásico, es lo que ‘El padrino II’ a ‘El Padrino’: al pretendido clasicismo se le opone un vanguardismo, una audacia extremas. El tiempo pasa volando y no hay tiempo para lamentarse. Esta será la última vez que Coppola goce de esta libertad y esta plenitud. Su desastroso estreno le obliga a firmar en cierta película de época en la que tendrá muy poco tiempo para rectificar las cosas. La suerte está echada, y a la ambición se une la amarga ley de la taquilla.



Ficha Técnica


 Fuente: Blog de cine.

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