En
 todos lados se cuecen llamados telefónicos para ofrecer productos y 
servicios. El olvido del horario exacto de la entrevista, concertada con
 Página 12 varios días por adelantado, hace que el realizador británico 
Terence Davies no atienda los primeros tres intentos de comunicación. 
Ante la insistencia, el cuarto logra su cometido. Una suave voz del otro
 lado de la línea consulta, muy amablemente, si están intentando 
venderle algo. Los pedidos de disculpas posteriores, entre carcajadas 
sinceras, no hacen más que transparentar la afabilidad y sentido del 
humor british de Mr. Davies, cineasta consumado y dueño de una extensa 
carrera que, sin embargo, continúa siendo poco conocida por el gran 
público. Nacido en 1945 en un barrio céntrico de Liverpool, su trilogía 
de cortos y mediometrajes semi autobiográficos integrada por Niños, 
Virgen con niño y Muerte y transfiguración (realizados de manera 
independiente entre 1976 y 1983) supo ganarse la admiración de la 
crítica y la cinefilia internacionales. Esa fama se cimentó a fines de 
los 80 con su primer largometraje de ficción, Distant Voices, Still 
Lives, retrato sobre una familia de clase trabajadora de la ciudad natal
 del realizador durante los años 40 y 50. Títulos posteriores como The 
Long Day Closes (1992), el documental Of Time and the City (2008) y el 
film histórico La casa de la alegría (2000, basado en una obra de la 
novelista Edith Wharton) continuarían configurando una filmografía 
relativamente escasa pero siempre potente y atravesada por una 
particular sensibilidad y originalidad narrativas.
La
 falta de solemnidad que se desprende del pequeño incidente telefónico 
también forma parte de su último largometraje, Una serena pasión, basado
 en la vida de la poetisa norteamericana Emily Dickinson, autora de una 
vasta obra que sólo sería conocida luego de su muerte en 1886, a los 55 
años. Que hoy Dickinson sea considerada una de las escritoras más 
importantes de la literatura estadounidense es una de las ironías que 
forman parte indirecta del relato cinematográfico, que concentra su 
interés tanto en la vida cotidiana del personaje como en su tumultuoso 
proceso de creación. Y ello en un momento de la historia en el cual las 
mujeres artistas no lograban –ni de cerca– acceder a las posibilidades 
de divulgación de sus obras de las que disfrutaba su contraparte 
masculina. Afligida durante una parte importante de su vida por una 
incurable y dolorosa nefritis, dueña de un carácter particular que la 
hizo recluirse cada vez más dentro de los confines de su hogar, 
Dickinson es para Davies una figura de referencia en su vida personal. 
“Descubrí su obra cuando tenía 18 años, en unos pequeños programas de 
televisión, con Claire Bloom leyendo los versos de Porque no pude 
detenerme ante la muerte. Luego compré un compilado de algunos de sus 
poemas y los leí durante muchos años, pero no fue hasta 1995 que comencé
 a releer sus poesías y a darme cuenta de cuán extraordinaria había sido
 su vida. Incluso a pesar de no haberse movido demasiado de su entorno. 
Fue allí donde comencé a leer sus poemas de manera adecuada y pensé que 
podía hacer algo con su historia, con una obra tan vanguardista”. Además
 de su metier como realizador, Davies también escribe poesía. Pero no se
 ilusiona: “No es de la misma calidad que la de Dickinson, me temo.”
 
–Esta es su primera película biográfica. ¿Provocó eso algún cambio en la escritura del guion o en el formato narrativa?
–Realmente no, porque creo que hay solamente dos maneras de 
contar una historia: desde el punto de vista de alguien o con una 
especie de cámara omnisciente, que en este caso no deseaba utilizar. 
Siempre quise que la historia estuviera narrada desde el punto de vista 
de ella. Lo importante era la poesía, pero también el hecho de que 
Dickinson era una mujer común y corriente que, casualmente, también era 
un genio. Si tenemos en cuenta que escribió cerca de ochocientos poemas,
 que estuvo enferma y dolorida la mayor parte del tiempo, que tocaba el 
piano, que escribió tres volúmenes de cartas –entre ellas, las dedicadas
 al juez Otis Phillips Lord–, es casi heroico haber hecho todo eso y que
 prácticamente nada fuera publicado en su momento. Creo que fueron entre
 siete y once las poesías publicadas durante su vida, en el periódico 
Springfield Daily Republican, que poca gente leía. Desde el primer 
momento supe que la película debía ser construida como una pieza de 
cámara, como un cuarteto de cuerdas.
–Es notable el uso de las elipsis –algo inevitable 
para poder contar toda una vida en apenas dos horas–, en particular 
aquella que transforma a la joven Emily en una Dickinson treintañera 
utilizando una simple técnica digital.
–Era indispensable mostrar a Emily Dickinson como una mujer 
joven, por la sencilla razón de que creo que ella descubrió su alma, por
 llamarla de alguna manera, durante ese tiempo que pasó en el seminario.
 No es cristianismo en un sentido estricto, ya que a ella ni siquiera la
 forzaban a ir a la iglesia o algo por el estilo. Por lo tanto, debíamos
 tener algunas escenas durante su juventud. Y la pregunta era cómo pasar
 de esa instancia a los años posteriores. Sinceramente, no teníamos 
mucho dinero y debimos pensar en algo sencillo. Miré las fotografías que
 fueron tomadas en esa época, cuando tenía 17 años, tanto de ella como 
de su padre, de su hermana y hermano, y pensé que debía haber algo que 
se pudiera hacer a partir de allí. No sé bien de dónde llegó la idea 
final, simplemente pensé que era interesante hacerlos envejecer al mismo
 tiempo que nos acercábamos a los personajes con la cámara. Fue algo que
 me parecía muy concreto y poco caro de realizar.
–Otro elemento destacable es el tono poco solemne 
del retrato, que incluso utiliza mucho el humor, al menos durante la 
primera parte.
–No quería ser solemne porque ella no lo era. Le encantaba 
tocar el piano, tenía un gran sentido del humor. Estas jóvenes habían 
sido muy bien educadas, con un gran desarrollo intelectual. Cuando 
escuché que había existido una amiga de su hermana Vinnie, la señorita 
Vryling Buffam... con ese nombre tenía ser alguien divertido. Eso fue en
 parte autobiográfico, porque durante mis años de infancia y 
adolescencia las amigas de mi hermana venían a casa, los viernes a la 
noche, para maquillarse antes de salir a bailar. Había dos amigas de mi 
hermana que adoraba, eran maravillosas, y quise que el personaje de 
Buffam fuera como alguna de ellas, alguien con quien uno siempre quiere 
estar. Fue una combinación de esas cosas y de ninguna forma podía ser 
algo solemne, se hubiera transformado en algo “inmirable”.
–La elección de Cynthia Nixon seguramente 
sorprenderá a más de un espectador acostumbrado a verla como uno de los 
personajes de la serie Sex and the City.
–Hace bastante tiempo tuve una entrevista con ella en Nueva 
York, por una película que finalmente no pude hacer por falta de dinero.
 Mientras escribía el guion de Una serena pasión no podía dejar de 
pensar en ella, porque a pesar de haberla visto en persona solamente una
 vez me había quedado la impresión de que se trataba de alguien 
especial. A medida que me acercaba al final de la escritura del guion, 
uno de los productores consiguió la única fotografía que se conserva de 
Dickinson, tomada a los 17 años. Y al superponer una imagen de Cynthia 
Nixon sobre ella nos pareció realmente muy parecida a su versión mayor. 
Volvimos a encontrarnos para preguntarle si estaba interesada y ella 
dijo que sí. Fue muy leal con nosotros, fue un trabajo de dos años y 
medio desde que comenzamos a conseguir la financiación. Lo realmente 
encantador fue que ella dijo “voy a ser sincera: debo advertirte que no 
vas a conseguir el dinero necesario si me tenés a mí como protagonista”.
 Le dijimos que sí lo conseguiríamos, que podía tomar algo de tiempo, 
pero que lo lograríamos. Debo admitir también que sólo miré Sex and the 
City una vez, pero sin sonido. Se lo comenté a Cynthia y ella me 
preguntó por qué, a lo que le respondí que quería observar todas sus 
reacciones, que me parecen muy verdaderas.
–La secuencia onírica en la cual Dickinson imagina 
la llegada de un hombre a su casa es el único momento del film que rompe
 cierta idea de realismo. ¿Estuvo siempre presente en el proceso 
creativo?
–Esa escena fue evolucionando. De alguna manera, ella 
ansiaba a este hombre de fantasía, que llegara y la amara, pero ella usa
 esta palabra en inglés para describirlo: looming (amenazante), que 
contiene un sentido de peligro inminente. Supongo que de haber existido 
realmente ese hombre, la hubiera aterrado. Cuando se anhela algo y eso 
no es satisfecho, y se tiene la sensación de que nunca ocurrirá, esa 
fantasía se sale de toda proporción. Por lo tanto, debía ser algo 
extraño, raro. Hay una razón por la cual esa escena está ubicada en ese 
preciso lugar: de alguna manera, es disparada por la presencia de un 
joven que simplemente quiere llevarla a dar un paseo. Un hombre 
totalmente amable, a quien ella malinterpreta completamente, e incluso 
se ofende. Y todo ello porque, de alguna manera, no es el hombre 
amenazante, no es el hombre que va a venir a rescatarla y amarla para 
siempre. Debía dar la impresión de ser algo extraño y anti natural, por 
eso lo filmamos a 48 cuadros por segundo –el doble de lo normal–, lo 
cual hace que se vea ligeramente lento.
–¿Las frases poéticas que se escuchan durante esa secuencia están basadas en algún poema de Dickinson?
–Esas líneas están basadas en un pie de página de una de sus
 biografías, algo acerca de su deseo de encontrar a este hombre 
amenazante.
–El encuentro de la protagonista con el nuevo 
sacerdote de la ciudad da paso a uno de los momentos de mayor 
intensidad: la confesión de Dickinson de su deseo de ser leída y 
reconocida.
–Supongo que ella nunca dijo esas palabras, pero pensé que 
era importante, porque una de las cosas que me atraen de Dickinson es la
 misma que me atrae de las sinfonías de Anton Bruckner –en mi opinión, 
uno de los más grandes ciclos de sinfonías jamás escritos–; esto es, que
 no fue muy conocido en su propia época. Tuvo algo de reconocimiento, 
pero la mayor parte llegó después de su muerte. Básicamente, no tuvo la 
clase de fama que debió tener y quería que ella pudiera decir algo por 
el estilo, expresar ese deseo de que sus versos fueran leídos. Pero eso 
no ocurrió en la vida real, es una invención mía. Como el sacerdote es 
el único que responde intensamente a sus poesías y claramente le 
encantan, ella de alguna manera se enamora de él, aunque esa definición 
no sea estrictamente exacta. El se transforma en una especia de oasis. 
En algún sentido, esas frases reflejan mis propios sentimientos. Temo 
que todo esto viene de mi corazón y también es autobiográfico (risas).
–Ha comentado en varias entrevistas que tuvo una 
infancia y adolescencia marcadas por la educación religiosa, otra 
posible relación con el personaje de su última película.
–Fui criado como católico y era muy devoto. Debe tenerse en 
cuenta que el catolicismo en este país estuvo prohibido hasta mediados 
del siglo XIX, hasta que el Acta de Emancipación permitió que se 
volvieran a construir iglesias y escuelas católicas. La mentalidad 
estaba signada por la idea de que éramos la vanguardia de la verdad 
religiosa y que estábamos rodeados de paganos, los protestantes. Yo era 
muy devoto y creía profundamente. A partir de los 15 años, comencé a 
luchar contra las primeras dudas: quizá todo era una mentira. Finalmente
 me di cuenta de que, efectivamente, así era. Pero si Dios no existe, 
¿qué significa tener un alma? Supongo que nunca lo sabremos. O lo 
sabremos después de estar muertos. Me pregunto sobre la naturaleza del 
alma y sobre la naturaleza de crear algo. ¿Altera eso alguna cosa? No 
estoy seguro.
–¿Le resulta más fácil conseguir financiación para sus películas ahora si lo compara con sus primeros años como realizador?
–Siempre es difícil, especialmente si uno no está en el 
mainstream, como en mi caso. No incluyo estrellas en mis películas y, 
por lo tanto, los presupuestos son moderados. Para Una serena pasión 
hicimos todos los interiores en Bélgica y debo decir que fue realmente 
fantástico. No sé qué ocurrirá cuando salgamos de Europa (yo voté para 
que permaneciéramos). Pero siempre es difícil en mi caso, por el tipo de
 material en el que estoy interesado y por el hecho de que no trabajo 
con estrellas por el mero hecho de hacerlo. Y siempre será así, supongo.
–¿En qué estado está su proyecto de adaptación de Mother of Sorrows, la novela de Richard McCann?
–Eso está en proceso, pero antes haré otra película, 
Benediction, basada en la vida de otro poeta, Siegfried Sassoon, que 
esperamos esté terminada para noviembre del año que viene, cuando se 
cumplen cien años del fin de la Primera Guerra Mundial. Sassoon fue uno 
de los tres grandes poetas británicos que escribieron sobre la guerra, 
junto con Rupert Brooke y Wilfred Owen, pero él fue el único que 
sobrevivió. Luego de completar Benediction comenzaremos con el 
desarrollo de Mother of Sorrows. Estoy realmente ocupado, aunque no sé 
bien qué he hecho para merecerlo.