Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

domingo, 11 de enero de 2015

Invictus o el crimen de la mirada blanca sobre la liberación étnica.

Por Nicolás Damín *

Construir un relato cinematográfico sobre un momento trascendental para un pueblo es un gran desafío. Estar a la altura de lo que soñaron sus protagonistas (algunos con presencia mediática y otros desde la intimidad del anonimato) y poder compartirlo con un público mas allá de las fronteras es casi una acción humanitaria dado que miles de personas solo se relacionan con "otros mundos" gracias a la pantalla grande.

Invictus viene a intervenir justo en esa empresa; recupera la historia de Nelson Mandela, líder de la liberación étnica del sur de África,  sus intentos una vez electo presidente para garantizar el fin del sistema de exclusión racial Apartheid y la construcción de una democracia sin discriminación por color de piel o religión. Tarea nada simple de realizar y menos de filmar. Clint Eastwood, veterano actor, productor y director de los Estados Unidos elige centrar su película en la estrategia de Mandela, interpretado por un notable Morgan Freeman, para utilizar al campeonato de Rubgy de 1995, en el cual su país era anfitrión, en pos de acercar a negros y blancos. Mandela introduce una jugada de manual de ciencia política al reapropiar los símbolos del viejo régimen racista (el himno y el equipo Springbox) para su idea de Sudáfrica sin diferencias raciales. Matt Damon, de correcto desempeño, interpreta al capitán del equipo de rugby que se deslumbra por la sabiduría y el carisma de Mandela y se compromete a intentar entender la lucha del nuevo presidente y su movimiento para anular las leyes del Apartheid (segregación en el transporte, ciudades, matrimonios, impuestos, etc.), dejando de lado su impronta de máximo exponente de valores blancos sudafricanos.




Pero como decíamos, ésta no es una tarea fácil. Hay momentos sociales muy difíciles de captar por el ojo de la cámara de un director extranjero, aún si éste tuviera una genuina vocación de representar la realidad y buenas herramientas para hacerlo. Las formas del mirar, del decir, del sentir y del representar están condicionadas fuertemente por relaciones simbólicas y materiales existentes entre los diferentes grupos sociales, y el director de cine no es ajeno a este juego social.

El telón de fondo de la película es la situación de segregación racial que afectó a Sudáfrica durante cuarenta años. Más conocida como Apartheid (separación en afrikáans) condensa todas las estructuras de dominación que acompañaron al nacimiento de la modernidad (aunque algunas ya son anteriores): exclusión étnica, religiosa, de género y laboral; así como las estrategias de subyugamiento para llevarlas a cabo: aparatos del Estado perfectamente ajustados para la represión, campañas de propaganda por medios masivos de comunicación, consenso activo legitimador de la "comunidad de países centrales", and last but not least: aceptación del lugar de productor de materias primas y consumidor de manufacturas industriales importadas. Sudáfrica las concentra todas. Hacer un film que aborde un momento en el cual muchas de estas estructuras están en jaque es un gran mérito, y más para alguien nacido y criado en los Estados Unidos de Norteamérica, país exportador de estas estructuras por el mundo globalizado por excelencia. El premiado y taquillero director Eastwood aborda el tema de una forma "políticamente correcta", al estilo Holywood, en la cual todo el "mundo espectador" queda conforme. ¿Todo el mundo?





¿Se puede exigir una postura militante a Clint Eastwood, ex alcalde por el Partido Republicano, a favor alguna lucha de liberación? Tal vez no tenga sentido hacerse esa pregunta. Eastwood no es Fanon. El prólogo a su película no lo escribió J. P. Sartre, pero la problemática que aborda está atravesada por los mismos sueños que Fanon describió en sus Condenados de la tierra.

Centrada en un Mandela lavado, mediático y polite, casi un Obama del sur de África, la película seguramente desilusionará a aquellos  que pasaron media vida en las cárceles de la segregación racial sudafricana (o de cualquier región de la tierra). Sin dudas, el presidente Madiba (apodo a los pertenecientes a su tribu) no es militante del Partido Demócrata, y sus sueños de liberación son mucho más profundos que los plasmados en Invictus.

El film es prolijo, aunque reduce la complejidad y la riqueza social al nivel de los peores reduccionismos. La primera escena -la más lograda-, un largo travelling, en el cual se puede ver a los blancos-propietarios-dueños de los símbolos nacionales jugando al rugby, y en el otro lado del camino, los niños negros-desposeídos jugando al football (deporte colonial reapropiado y resignificando) y celebrando el cruce de Mandela y la comitiva presidencial por la calle que separa ambos campos deportivos y sociedades. La película deja ver algunas reapropiaciones simbólicas y resistencias al Apartheid por parte de la población negra: respeto por el único jugador negro del equipo de rugby, odio a la camiseta de los Springbox y manifestaciones de solidaridad con el equipo que enfrente al seleccionado de rugby de Sudáfrica.




El Mandela de Eastwood omite algunos de los pasajes más interesantes de la vida del líder sudafricano, como su acercamiento con la vía insurreccional armada con el Umkhonto we Sizwe, brazo armado del Congreso Nacional Africano y su viaje a la Argelia liberada. Todo relato es un recorte de la realidad, pero no estaría mal preguntarle a Clint si su invitación a la "reconciliación" no es solamente un llamado a los marginados a no tocar la celda que los oprime y a aceptar el mundo tal cual está. La cárcel de Robben Island, donde Mandela pasó dieciocho de los veintisiete años preso se erige como un lugar de memoria para que estas situaciones no vuelvan a repetirse. Invictus nos invita a todos a volver a pensar nuestra historia y las exclusiones sociales de nuestro presente.
Festivales y premios

Globos de oro, 2009. 3 nominaciones: mejor director, mejor actor (Morgan Freeman) y mejor actor secundario (Matt Damon).
Oscars, 2009. 2 nominaciones: mejor actor (Morgan Freeman) y mejor actor secundario (Matt Damon).

Ficha técnica

Invictus, EUA, 2009
Dirección: Clint Eastwood
Guión: Anthony Peckham (Libro: John Carlin)
Fotografía: Tom Stern
Música: Kyle Eastwood, Michael Stevens
Interpretación: Morgan Freeman, Matt Damon, Tony Kgoroge, Julian Lewis Jones, Adjoa Andoh, Patrick Mofokeng, Matt Stern, Leleti Khumalo


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* Nicolás Damín es sociólogo. Cursa seminarios de doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde es investigador y profesor. Participó de varias compilaciones sobre los vínculos entre la producción cinematográfica, la política y el Estado.


Extraído de  http://elespectadorimaginario.com/pages/marzo-2010/criticas/invictus.php

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