por Sergio Benítez.
La
tercera entrega de la saga de Harry Potter ya había supuesto un salto
cualitativo con respecto a su anterior filme. ‘Hijos de los hombres’
(‘Children of men’, 2006) confirmaba que Alfonso Cuarón era uno de los
talentos cinematográficos más personales y excelsos con los que contaba el
séptimo arte en este inicio de s.XXI. Con ‘Gravity’ (id, 2013) el
cineasta mexicano no sólo logra alcanzar la más alta cima que haya coronado
jamás sino que, teniendo en cuenta los niveles de maestría que demuestra
durante sus ejemplares noventa minutos, podría aventurar sin miedo a
equivocarme que el realizador podría retirarse sabiendo que nunca podrá
llegar a superar la perfección aquí conseguida.
Mucho
hay en el metraje de ‘Gravity’ a lo que uno puede asirse para calificar de algo
más que sobresaliente a la cinta de Cuarón, tanto que pretender desgranarlo
aquí requeriría un doble esfuerzo por mi parte que, sinceramente, no estoy
dispuesto a realizar; al menos no en sus dos vertientes…y me explico: poder
hablar con propiedad del filme exigiría incidir una y otra vez en remarcar la perfección
alcanzada en todos los sentidos técnicos que uno pueda imaginar pero, más
importante aún, solicitaría de éste redactor el intentar verbalizar muchas de
las personales emociones que transmite una cinta que no da descanso al
espectador.
Y
como quiera que reiterar discursos nunca ha sido santo de mi devoción, y
cualquiera que se acerque a los cines durante estos días podrá comprobar que,
se analice por donde se analice, ‘Gravity’ es P E R F E C T A, me voy a
permitir —me vais a permitir— que deje de un lado la disección técnica y
base esta crítica en el terreno puramente sensorial. Esa es la intención
inicial, otra cosa es que lo consiga. 
Una
de las impresiones más evidentes con las que salía del cine tras acometer la
sin par experiencia que resulta ser ‘Gravity’ es que la cinta de Cuarón
funciona, y funciona como un reloj suizo, a dos niveles muy diferentes. Si toda
la película es una experiencia sensorial constante en la que nuestra vista y
oído son puestos a prueba una y otra vez hasta límites que pocas veces —por
no decir ninguna— se han podido experimentar en una sala, también lo es al
mismo tiempo en un campo de percepción que trabaja a un nivel completamente
inconsciente, provocando gracias al asombroso uso de un 3D que nunca ha estado
más justificado, una total inmersión en el relato de supervivencia que el
cineasta y su hijo describen en un guión pulido al máximo para que los únicos
flecos que se le puedan achacar sean aquellos que encontrará un experto en
astronáutica.
En
el primer nivel, el puramente sensorial, el espectador se quedará sin
aliento con la extrema belleza plástica que desprende todo el conjunto, con
el asombro que genera el que uno realmente llegue a plantearse si la cinta ha
sido rodada en el espacio exterior, con ese impecable plano secuencia inicial
de quince minutos —entrar en disquisiciones de su autenticidad es hacerle flaco
favor a las intenciones del cineasta—, con aquellos momentos de auténtico
terror en los que la cámara se vuelve subjetiva, con un diseño de sonido
destinado a potenciar esas nada desdeñables cualidades terroríficas del relato
y con una música con la que Steven Price logra que las extremas
emociones que nos transmiten Bullock y Clooney se sientan mucho
más cercanas. 
Estimulados
hasta el éxtasis nuestros dos sentidos con el espectáculo que Cuarón despliega
en una hora y media que deja clara —por si a alguien se le había olvidado— que la
épica no se mide en minutos como las grandes superproducciones de Hollywood nos
han intentado vender este pasado verano, el plano general final y el
fundido a negro que le sigue sirve para que el inconsciente, que hasta entonces
ha trabajado de forma salvaje tratando de asimilar hasta la última migaja de
información que el cineasta plasma en celuloide, comience a asentar ciertos
posos de reflexión que, sin lugar a dudas, aumentan sobremanera y en progresión
geométrica las sobresalientes sensaciones que la cinta deja en el respetable.
Las
más inmediatas son, no cabe duda, el quedarse con ganas de mucho más, de
permanecer sentado en la sala y esperar a que la siguiente función comience
para dejarse llevar de nuevo por unas imágenes que agotan el tesauro de
superlativos más completo que uno pueda imaginar, de volver a sentir como
la adrenalina nos invade, como la respiración se nos entrecorta y como podemos
llegar a sentir la falta de aire, el frío del espacio y la infinita soledad del
cosmos, sensaciones todas estas que encuentran sublime traslación en los
momentos de más desaforada poética visual de la cinta.
Pero
es cuando ha transcurrido cierto tiempo cuando el constante repaso mental a
ciertos momentos deja atrás la excitación para dar via libre a la aprehensión
de la precisa contundencia del discurso del filme acerca de la capacidad de
superación del espíritu humano y de sus indómitas cualidades, un mensaje
que podrá antojársele a muchos demasiado simplista o poco efectivo en las
formas en las que queda concretado, pero que al que esto suscribe le sirve como
apoyo último para poder aclarar que ese algo más que sobresaliente que
comentaba al principio no es sino un claro eufemismo de la Obra Maestra sin
paliativos que es ‘Gravity’.
| Espectacular y emocionante obra de arte 
por Mikel Zorrilla. 
En
  la memoria de todo cinéfilo hay un puñado de películas que fueron decisivas
  para que el séptimo arte ocupase un lugar primordial en su existencia.
  Además, lo más probable es que la pasión por muchas de ellas sea compartida
  con no pocos amantes del cine, existiendo una especie de consenso oficioso
  sobre la importancia capital que determinados títulos han tenido. También es
  obvio, por mucho que a algunos les cueste aceptarlo, que no existe película
  alguna con la capacidad de maravillar a todo el mundo, por lo que perder el
  tiempo en discusiones al respecto no podría ser más improductivo. 
Soy
  perfectamente consciente de que hasta cierto punto el discutir si una
  película es buena o mala puede llegar a ser divertido, pero lo realmente
  importante es lo que nosotros mismos hayamos disfrutado con ella. Por mi
  parte, soy el primero que defiende la capacidad de entretener como una de las
  claves para que un largometraje pueda gustarme, pero hay un número reducido
  de películas que trascienden esa categoría y sustituyen el simple
  entretenimiento por hacerte sentir una fascinación tal hacia lo que
  sucede en pantalla que el resto de cosas a tu alrededor dejan de existir. ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón, 2013) es una de
  ellas. 
’Gravity’, una experiencia inolvidable 
No
  ha sido necesario que ‘Gravity’ llegue a estrenarse comercialmente en país
  alguno para que las expectativas de los cinéfilos hacia ella se disparen
  tanto que sería un milagro que uno no acabase decepcionado de una forma u
  otra. Al menos eso era lo que temía, pero ni 15 minutos fueron necesarios
  para ser plenamente consciente de que tenía ante mí una película que no
  solamente iba a provocar la rendición de público y crítica, sino que estaba destinada
  a marcar época, tanto a nivel visual como sensitivo. 
‘Gravity’
  comienza con un muy publicitado —falso— plano secuencia que difícilmente
  podría funcionar mejor para todo lo que busca conseguir Alfonso Cuarón
  con él. Sin apenas esfuerzo logra que nos familiaricemos y encariñemos con
  los protagonistas del relato, pero al mismo tiempo nos deslumbra visualmente
  sin por ello dejar de prestar atención al más mínimo detalle de su impecable
  reconstrucción espacial. Todo ello evitando la sensación de ser un mero
  ejercicio de virtuosismo de puesta en escena, sino una fluida introducción
  de todo lo que está por llegar. 
A
  duras penas se me ocurre algún actor de su misma edad en Hollywood que pueda
  cumplir tan bien la función que desempeña George Clooney en ‘Gravity’.
  Él es el oxígeno que necesitamos para poder respirar y la esperanza que nos
  hace confiar en que podamos superar una situación difícil, consiguiendo todo
  esto a través de una actitud entrañable y cercana en la que sobresale su
  tendencia a recordar grandes momentos de su pasado, esos mismos que muchas
  veces son lo único que nos salva de tirar la toalla y mandarlo todo a la
  porra.  
Emociones a flor de piel 
No
  obstante, la auténtica protagonista emocional es una Sandra Bullock que
  realiza un titánico despliegue físico y psicológico sólo al alcance de
  auténticos virtuosos de la interpretación. Cuarón no duda en exprimirlo para
  que nuestra inmersión en la historia sea tan profunda que aceptemos pasar por
  alto pequeños detalles del guión escrito junto a su hijo Jonás en los
  que se toma pequeñas licencias, ya sea para potenciar el lado más
  espectacular de ‘Gravity’ —el, por otro lado, efectivo momento extintor— o
  porque son cosas que tienen que suceder para que la historia siga progresando
  con una precisión milimétrica. 
Ni
  tan siquiera 90 minutos dura ‘Gravity’, pero su visionado te llega a tocar
  tan dentro de ti que es como si hubieras recibido una información que
  requería de fácilmente 30 o 45 minutos adicionales. Muchos hubieran apostado
  por ello mediante la utilización de flashbacks del pasado traumático
  del personaje de Sandra Bullock o simplemente alargando más de la cuenta los
  instantes con mayor capacidad para impactar visualmente a los espectadores
  —las luchas contras los restos espaciales que amenazan con acabar con la vida
  de los protagonistas—, pero Cuarón no cede a la tentación y a cambio se ve
  recompensado con un inusual ritmo vertiginoso, pero en el que al mismo tiempo
  hay espacio para momentos más íntimos, con simbolismos constantes, pero
  llegando a ellos con una naturalidad y visceralidad tal que cualquier
  alternativa parece inviable. 
Alfonso
  Cuarón ya nos había regalado una magnífica película titulada ‘Hijos de los
  hombres’ (‘Children of Men’, 2006), cinta con la que ‘Gravity’ comparte
  varias constantes vitales, pero todas ellas han sido pulidas y mejoradas,
  demostrando también tener la capacidad para ofrecernos el relato espacial más
  fascinante de toda la historia del cine. Para ello ha contado con un equipo
  de primera que nos ha permitido sentir literalmente que estamos flotando
  en el espacio, completamente indefensos ante la infinidad de peligros que
  nos acechan.  
Básico
  para ello resulta el trabajo fotográfico de Emmanuel Lubezki, quien ya
  había demostrado un gran talento visual —y un arsenal muy amplio y variado—
  en todas sus colaboraciones previas con Cuarón, ya que la minuciosa
  reconstrucción del insondable espacio exterior es algo que se traslada al
  espectador, mientras que el añadido del 3D funciona aquí no como una
  forma de elevar el lado más espectacular de ‘Gravity’ —que lo tiene y es
  absolutamente impecable, aunque quizá lo sea aún más en formato IMAX, pero no
  tuve la oportunidad de verla así—, sino otra forma de potenciar la necesaria
  sensación de que estamos allí con Sandra Bullock. Ya es cosa de Cuarón que abandonemos
  esa equidistancia y nos convirtamos directamente en Ryan Stone,
  suframos con ella —la angustia que transmite hace que hasta se te entrecorte
  la respiración— y sus pequeñas victorias se conviertan en motivo de júbilo
  para nosotros, y vaya si lo consigue. 
La
  gran mayoría de veces siento que la banda sonora de una película no es más
  que un añadido más para crear tensión o dramatismo intentando esquivar al
  máximo posible su naturaleza como mero artificio. Hay películas que lo
  consiguen y otras que logran crear una sincronía tan perfecta con
  determinadas escenas que acaban pasando a la historia. En ‘Gravity’ se
  consigue que todo encaje como un traje hecho a medida, pero es en el tramo
  final cuando la música compuesta por Steven Price alcanza tal grado de
  mimetismo e integración con lo que sucede en pantalla. 
— que no tengo
  dudas en atribuirle gran parte del mérito de que estuviese literalmente con la
  piel de gallina durante los minutos finales.  
Hay
  películas que te entran por los ojos, otras por el cerebro y algunas que te
  tocan el corazón. ‘Gravity’ es el perfecto ejemplo de que se pueden conseguir
  las tres cosas
  y de paso dejarte con la boca abierta y echado tan hacia delante en tu butaca
  por la tensión que un ligero empujón te haría caerte de bruces. No es que
  estemos solamente ante la mejor película de 2013 y de los últimos años,
  sino ante una obra de arte llamada a hacer historia y a conseguir que la
  pasión de muchos cinéfilos primerizos crezca hasta tal punto que ya nunca
  podrán dejar de ver películas con la esperanza de volver a encontrar otra con
  la capacidad para provocarles las mismas sensaciones que ‘Gravity’. 
‘Gravity’
  es una de esas películas que justifican el hecho de que el cine sea considerado
  un arte. No es perfecta, pero tampoco le hace falta. | 








 
 


