Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

jueves, 7 de agosto de 2014

Los creadores de argumentos.


Por Leopoldo Torre Nilsson


Me asusta el cine. Me asusta tanto por sus dificultades como por su facilidad. Eso que en literatura es un tartamudeo, se transforma en apóstrofe definitivo en el cinematógrafo. Los mejores films de Chaplin, René Clair y Cluzot no tienen las dificultades vencidas de dos páginas de James Joyce y sin embargo, es forzoso reconocerlo, han tenido un significado mucho más trascendente en lo social y quizá hasta en la cultura (no he pensado incultura, aunque la involucre) de nuestra época.




Estamos en el momento económico del cine. En el que no es necesario pensar demasiado, y no por imposiciones mercenarias de un medio, sino por intrínseca necesidad del cine mismo. La genialidad de Marcel Proust está constituida con los mismos elementos que hicieron la decadencia de Von Stenberg; y un mediocre -Jacques Prevert ("Amanece")- es más recordado que William Faulkner (un desgraciado film irrecordable) y Aldous Huxley ("Más fuerte que el orgullo"), Es que el cine no tiene nada que ver con la literatura. Es decir, lo que hace la grandeza de la literatura no tiene nada que ver con el cine (cosa por otra parte que favorece tanto a la literatura como al cinematógrafo). Argumento, diálogo, factores casuales, son todos elementos de origen indudablemente literario, pero traducidos a otro lenguaje, a un lenguaje ajeno, hostil a todo lo que no sea trasvasado; y con esto no quiero decir que un excelente libro no pueda seguir siendo un excelente libro fotografiado en imágenes, pero también sostengo que cualquier libro puede ser un excelente film.

Una obra de teatro, filmada exactamente como en su representación teatral, nunca tendrá la fuerza de la representación; "Enrique V", de Olivier, es casi el texto íntegro de la obra original, está montado con la misma fortuna y desventura de cualquier buena temporada dramática. Y sin embargo, mientras una representación teatral de "Enrique V" nos transporta, el film nos deja impávidos; es lógico, puesto que la palabra viva y la presencia física del actor son las armas fundamentales del teatro -lo que hará que siempre exista como representación- y el relato por imágenes, imágenes y sonido como corroboración ambiental, como subrayado, no como fin, son las armas fundamentales del cinematógrafo. ¿Por qué, pese a esa apariencia puramente formalista, es, sin embargo, cada vez más necesaria la presencia de escritores en el cine? Porque todo escritor es un creador de argumentos, un fabricante de realidades para que el director seleccione, desintegre, lo que ha de ser la creación cinematográfica; y porque tengo la convicción de que los grandes directores vendrán de la literatura, pero no  a contar las cosas con los mismos elementos que utilizaron allí, sino a contarlas con las fuerzas específicas del cine.

Hasta ahora, el llamado séptimo arte por los hombres que sólo se han preocupado por hacerlo una industria, está salvado por momentos, brevísimos, preciosos momentos en los cuales un hombre, ignorando a productores, actores, argumentistas, iluminadores, sonidistas, escenógrafos y utilizándolos a todos, ha tomado la cámara por su cuenta -como un poeta su lapicera- y ha escrito con el verdadero, con el indiscutible, con el siempre recuperable lenguaje de las imágenes, y nos ha contado cualquier cosa: la desventura de un muchacho francés que extravía su billete de lotería, la tristeza o la alegría de Carlitos ante una calle y un telón pintado...


Publicado originalmente en Heraldo del cine, 26 de julio de 1950.
Extraído de Torre Nilsson por Torre Nilsson, Editorial Fraterna, 1985



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