Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

La pelicula olvidada: ‘¿Arde París?’, 1966




Por Alberto Abuin


‘¿Arde París?’ (‘Paris brûle-t-il?’, René Clement, 1966) se recoge uno de los episodios más recordados de la historia de Francia, la recuperación de la ciudad por parte de la Resistencia y el pueblo francés, cuando en 1944, y ante la llegada de los aliados, los nazis recibieron la orden de un Hitler enfadado y dolido para destruir por completo la ciudad. El título responde a esa voz del führer que, en el plano final, pregunta desesperadamente al otro lado de una línea telefónica, si la capital francesa está bajo las llamas como él ordenó. Un plano que cierra de forma irónica todo un alegato a favor de la libertad, construido muy hábilmente.

La película fue la respuesta francesa a ‘El día más largo’ (‘The Longest Day’, Ken Annakin, Andrew Marton, Bernhard Wicki, 1962), film bélico que recrea el famoso desembarco de Normandía, utiliza un obligado blanco y negro para dar mayor veracidad a lo narrado, y se llena de grandes estrellas interpretando personajes breves. Toda una operación comercial de primer orden que, en el caso del film francés —filmado mayormente en inglés— contó con el prestigioso René Clément, quien ya había mostrado las consecuencias de la gran guerra a través de la mirada infantil en ‘Juegos prohibidos’ (‘Jeux Interdits’, 1952).

‘¿Arde París?’ se eleva como un gran fresco, de enorme poder evocador, de lo sucedido en París en el período clave de poco más de dos semanas. Los aliados han desembarcado en Normandía y avanzan hacia la capital del país, que está tomada por los nazis. A ella llega el General Dietrich von Choltitz —Gert Fröbe en uno de los personajes más tratados en el film—, con órdenes estrictas del alto mando de aplicar la mano dura ante una población que se resiste cada vez con más fuerza. Si es necesario tendrá que arrasar por completo la ciudad —incluido el patrimonio histórico— colocando para ello potentes explosivos en calculados lugares de París.




Lo que más llama la atención de una película como ésta, que recordemos, se ha realizado bajo la batuta de la gran producción con claros y evidentes fines comerciales —además de la transmisión de un mensaje más que claro y que aboga por la humanidad—, es precisamente su intento de alejarse del maistream de la época, logrando un portentoso y vitalista relato que entremezcla con vigor escenas reales y ficticias. Comunión entre el arte y la vida, con no pocos elementos que ayudan a la veracidad, como varias de las escenas que reúnen la terrible realidad con la cotidianeidad de las gentes de París.

Así en la parte final, en la que se concentran la mayor parte de secuencias bélicas —hablamos de una película de 158 minutos—, en una en concreto varios soldados aliados deberán meterse en el piso de una anciana para poder acabar con soldados nazis escondidos tras un muro y disparando a los aliados. Mezclando modales de educación, como saludar a la anciana y besarle la mano, se mezclan con acciones bélicas. El momento es de lo más extraño —los soldados realizan su mortal trabajo mientras la anciana se toma algo sentada al pide su mesa— y combina dos tipos de cotidianeidad bien diferentes, por un lado la vida normal en una casa de París, por otro la muerte, siempre presente en la capital francesa durante los últimos cuatro años.

Un canto a la libertad


Hasta esos momentos, en los que Clément introduce más elementos extraños en la imagen, el film parece un documento gráfico de lo acaecido en esos terroríficos días en los que la traición estaba a la orden del día, y la maldad, pura y dura, se mostraba con la simple premisa, la capital será destruida simple y llanamente como venganza personal de alguien herido en su orgullo. El prodigioso montaje, obra de Robert Lawrence, no ofrece el más mínimo respiro; preciso y alternando varias secuencias, transmite a lo grande, un crescendo narrativo que obtiene su catarsis en el canto del himno La marsellesa, cuando la ciudad es finalmente liberada y el peligro ha pasado.





Las imágenes de ‘¿Arde París?’ van más allá de la crónica disfrazada de ficción cinematográfica, hay en ellas un halo poético —a ello contribuye el uso del formato scope— que, apoyadas en la impresionante banda sonora de Maurice Jarre —otro de los puntos en común con ‘El día más largo’—, ayudan a mostrar a la perfección la elevación del espíritu humano, el de resistir, en contra de la opresión, de la dictadura, del terrorismo, de la maldad en sí. Sirva como ejemplo toda la movilización de ciudadanos que desean combatir al enemigo, o la impresionante petición de ayuda por parte del jefe de la resistencia al ejército americano. Si algo muestra muy bien la película es el trato entre ambos bandos a todos los niveles, desde soldados hasta altos mandos. Unos luchando, los otros decidiendo con falsa educación.



Kirk Douglas, Orson Welles, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Simone Signoret, Glenn Ford o Charles Boyer, entre otros muchos, prestan sus caras, en casos, a anónimos rostros. Un gran oleo de personajes históricos y otros no tanto, como el punto más alto de una ficción que vista hoy demuestra dos cosas. El mal no tiene límites; y cuando una ciudad —podría decirse también país, nación…— está destinada a perecer bajo ese mal imperante, es deber de otros —en la película los aliados, que aparcan sus planes en la contienda— el ayudarles, no por intereses políticos, sino por la HUMANIDAD.

‘¿Arde París?’ conmueve en lo más profundo con esas secuencias finales, en las que el tempo narrativo parece estirado milimétricamente, en las que las campanas de Notre Dame están a punto de sonar tras cuatro años de silencio. La manos alzadas del pueblo francés liberado junto a las campanas a punto de sonar preceden al instante del canto de La Marsellesa, el cual no emocionaba tanto desde que había sido tarareado con fuerza en un bar de alguien llamado Rick. Unas imágenes poderosas que nos recuerdan que la historia NO DEBE REPETIRSE.


 http://www.blogdecine.com//criticas/anorando-estrenos-arde-paris-de-rene-clement

Julia y el zorro, la nueva película de Inés María Barrionuevo



Lo que queda del día


Se estrena Julia y el zorro, la nueva película de Inés María Barrionuevo, presentada hace dos meses en la sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián y premiada hace unos días en la competencia argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Una mujer, su hija, el duelo, una casona de Córdoba: cierta lógica de ensueño y el aire de fábula sin moraleja marcan este largometraje bello y triste, una reflexión incierta sobre la pérdida.







La película comienza como un cuento infantil sobre un zorro y su cola. En realidad es la historia de Julia, luego de su llegada a la ciudad cordobesa de Unquillo, a una casa abandonada por el tiempo y el olvido, por las voces del pasado que ahora yacen allí como dispersos fantasmas, como recuerdos de un tiempo que se extingue. Y también es la historia del zorro, austero visitante de las noches estrelladas, al que Julia divisa entre la árida vegetación invernal, en busca de comida, o tal vez compañía para el secreto dolor que lo aqueja. La fábula del zorro orgulloso y su cola perdida resuena en el plano vacío como un retazo de un tiempo feliz que se ha ido, como un lazo entre Julia y su hija Emma que parece hoy suspendido, como los últimos ecos de un duelo que nunca se acaba. El segundo largometraje de Inés María Barrionuevo, estrenado hace dos meses en la sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián y premiado hace unos días con una mención especial en la competencia argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, recorre con los opacos colores del invierno el lento viaje que implica toda despedida, de aquello que quisimos, que todavía extrañamos, que solo nos ha dejado el vacío. 






La casona a la que llegan Julia y Emma guarda en sus paredes los rastros de los ocasionales usurpadores, de improvisados humoristas, de los amantes de lo ajeno. La heladera ya no está y de ella solo parece haber quedado el frío que invade los largos pasillos, los inmensos ambientes, la incierta relación que une a madre e hija. Julia es actriz pero su oficio no le sirve para reinventar su propia vida, para hallar en el papel de madre o viuda las coordenadas de ese nuevo presente. Celebrada en el Festival de Berlín de 2014 por su ópera prima Atlántida, Barrionuevo se revela como una cineasta aguda y observadora. Su mirada fragmenta el espacio alrededor de su personaje, asediado por los marcos de las puertas, por los reflejos de las ventanas, por los pálidos colores de la vegetación del invierno. Julia siempre está en tránsito, arrinconada en la cama en la que duerme, partida por el espejo en el que se mira, corrida del centro del encuadre por ese pulso insistente que la muestra desplazada. La aparición de Gaspar, un amigo que ensaya una obra y milita por la conservación del agua potable en el pueblo, apenas parece contagiarla de verdadero entusiasmo, del deseo de volver a bailar luego de una dolorosa operación de rodilla, del ansia de compartir momentos con el mundo vivo luego de la estela trágica de un accidente.  


“Ya no soy joven”, repite una y otra vez esa Julia a la que Umbra Colombo viste de una melancolía amarga e incómoda, en la que su malhumor se entreteje con su deseo latente, con su contenida impotencia, con su amor ahogado. La que sí es joven es Emma, de apenas 12 años, en su temprana adolescencia que le permite evocar el recuerdo de su padre con calidez y cercanía, que se desprende de tabúes y pasa una noche de camping con el chico que le gusta. El impulso de Emma por encontrar su propio rumbo está en los trazos de incipiente autonomía que la definen: la firmeza en su cabalgar, la temprana seguridad en las conversaciones con su madre, el dominio del arte de hacer una tortilla. La joven Victoria Castello Arzubialde le brinda a Emma un rostro de expresiones concisas, exento de estridencias, cuya clave está en las miradas sostenidas y en esa paciente reflexión que parece concentrarse en su mirada. Contener en el espacio esa misteriosa distancia que se agita entre madre e hija es todo un mérito de la directora, como si pudiera sugerir, en esos largos planos de caminatas nocturnas o en los silenciosos desayunos que comparten, el eslabón ausente que las separa.





Julia y el zorro se afirma sobre el tiempo de la espera. Julia espera que la casa se venda, Gaspar que se estrene la obra que ensaya, Emma que actúe el hombre bala que prometen los carteles de un espectáculo local. Pero esas esperas se dilatan indefinidamente: la casa se resiente frente al peso de la intemperie, la obra se interrumpe entre obstáculos e incidentes, el hombre bala se demora hasta una desaparición casi mágica, coronada por el conjuro del zorro y la fábula de la cola perdida. Esos momentos de suspensión del tiempo, de prolongada dilación de las acciones, en los que la cámara parece apartarse del recorrido lineal del relato y asumir la lógica del sueño, es cuando la película despliega el tejido de las emociones, esas que parecen escaparse a toda dimensión de lo visible. Entonces Julia baila un tango pese a las marcas de muerte que la persiguen, interpreta una escena teatral hasta el límite del llanto desgarrador, se masturba en soledad con angustia, se deja seducir por una chica del pueblo, se pierde en los límites del bosque frente a los ojos del zorro que la observa como mágico prestidigitador. 


A diferencia del rigor que regía la puesta en escena de La luz incidente de Ariel Rotter, en la que el duelo se configuraba en un blanco y negro acerado, deudor de las tácitas normas sociales que impulsaban la reconstrucción familiar después de la pérdida, Barrionuevo apaga su paleta de colores pero consagra su libertad más allá de los límites del encuadre, en la profundidad de los exteriores agrestes y silenciosos, en la ambigüedad que asumen los actos de Julia, en la creciente opresión que casi parece percibirse como autoimpuesta. Lo que en la película de Rotter era social, regido por un mundo de ceremonias y convenciones, aquí emana de un interior asediado por miedos e incertidumbres, por un intento de encontrar un rumbo que no está prefijado, que nunca es explícito, que asume la impronta de una fábula sin moralejas. Ni el oficio de Julia, ni la destreza de su cuerpo, ni la experiencia de la maternidad, ni la amistad recobrada terminan de ser los ensayos de una vida que todavía no cobra forma. Es el incierto viaje del zorro, temeroso de las burlas por esa cola perdida y por esa congoja que resulta indecible, el que ofrece el mejor espejo para Julia. Son sus ojos los que asoman en la noche, llenos de temor y secreto desafío. Es su historia, entonces, la que ahora puede empezar a contarse.




Fuente: www.pagina12.com.ar

Animacine: 'April and the Extraordinary World'

Tráiler de una fascinante propuesta de animación francesa.

¿Y si, al final del siglo XIX, los científicos e inventores más brillantes de la Tierra empezasen a desaparecer? Pues esto es lo que pasa en 'April and the Extraordinary World' ('Avril et le monde truqué', 2015), una película francesa de animación basada en la novela gráfica de Jacques Tardi. Está escrita por Franck Ekinci quien también dirige junto con Christian Desmares.
Su trama nos sitúa en el año 1941, en un París alternativo gobernado por Napoleón VI. Una familia de científicos está a punto de descubrir un suero de la longevidad, pero desaparecen antes de conseguirlo, y su hija April queda huérfana, con la única compañía de Darwin, su gato parlanchín. Diez años más tarde, ambos inician una investigación para encontrar a su familia, descubriendo una extraordinaria conspiración que ha conllevado el secuestro de las personas más inteligentes del mundo...

Avril Et Le Monde

Desde su estreno el año pasado, la película ha recibido muchos elogios y algunos premios (estuvo nominada a los César y fue elegida Mejor Película en el Festival de Annecy), y no es de extrañar ya que se trata de un filme de ciencia ficción bastante extraño y original, que destaca por una capacidad de inventiva ilimitada, muy diferente a lo que nos llega de Hollywood.

La versión original del filme fue grabada en francés y en ella podemos oír la voz de Marion Cotillard saliendo de la boca del dibujo animado de April y la de Philippe Katerine dando vida al gato Darwin. En la versión inglesa, Cotillard vuelve a prestar su voz al personaje junto con otros actores famosos como Paul Giamatti, Tony Hale, Susan Sarandon y J.K. Simmons.

La nueva versión de la cinta se estrenará en el IFC de Nueva York el próximo 25 de marzo y su proyección se extenderá por otros cines estadounidenses durante el mes de abril. De momento no hay fecha para España. A continuación, os dejamos con el primer tráiler en inglés. ¿Qué opináis, os anima a ver la película?




Fuente: Blog de Cine.


martes, 10 de septiembre de 2019

Los ensayos de Jennifer Lopez.

Tensión, sudor y moretones, en Estafadoras de Wall Street