Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

miércoles, 21 de febrero de 2018

CineCómic: Modesty Blaise, 1966, de Joseph Losey.



 


 
Considerando lo que nos queda por recorrer del cómic adaptado al cine en la década de los sesenta, resulta muy obvio afirmar que en aquellos tiempos de tantísima convulsión social en Estados Unidos, los norteamericanos no tenían muchos ánimos para el escapismo que suponían los filmes de superhéroes como el que os traíamos en la anterior entrega de éste especial de “Cómic en cine”, la correspondiente al ‘Batman’ (id, Leslie H.Martinson, 1966) de Adam West. Sólo así se explica que durante dichos años sea una y sólo una la cinta de producción U.S.A que encontramos sobre cómic en contraposición a las seis que se llegaron a rodar en el viejo continente.
De ellas ya hemos dado cuenta de las dos concernientes a Tintín y, antes de recalar en Francia e Italia para las tres que nos quedan previa entrada en el erial que supondrá la década de los setenta en el mundo de las viñetas en celuloide, nos detenemos en Reino Unido para analizar lo que en 1966 dió de sí esta esperpéntica adaptación de uno de los personajes de tira de periódico más queridos en la pérfida Albión, la bella y letal heroína Modesty Blaise.
 
‘Modesty Blaise’, el cómic
 

Creada en 1963 por Peter O’Donnell llevando a cabo una idea que se le había ocurrido tras un casual encuentro con una fémina mientras servía en el medio oriente, esta joven de excepcionales habilidades y un peculiar sentido de la justicia que es ‘Modesty Blaise’ vió por primera vez la luz impresa en las páginas de ‘Evening Star’ de Londres, sindicándose después a gran cantidad de rotativos a lo largo y ancho de nuestro planeta.
Siempre en compañía de su inseparable Willie Garvin, algunos años mayor que ella y nunca interés romántico por expresa voluntad de su creador, las aventuras de Modesty abarcaron desde 1963 hasta 2001, año de publicación de la última tira. En dicho tiempo, el personaje contaría con hasta cinco dibujantes diferentes, siendo dos los que realmente determinaron la gran mayoría de lo que existe hoy publicado del personaje: Jim Holdaway, su creador gráfico, y Enrique Badía Romero, dibujante español que estaría junto a la singular heroína durante veintitrés años.
Caracterizada por el peculiar uso del humor, un sentido de la violencia descafeinado de forma consciente —Modesty y Willie nunca hacen uso de la fuerza letal, evitándola en lo posible gracias a unas espectaculares habilidades físicas que dejan K.O a sus enemigos— y una estructura más o menos permanente con personajes recurrentes como Sir Gerald Tarrant, un oficial de alto rango del Servicio Secreto Británico, ‘Modesty Blaise’ es uno de esos títulos aparecidos en las páginas de un rotativo que siempre deben considerarse a la hora de nombrar lo mejor que ha aparecido en formato tabloide.
‘Modesty Blaise, superagente femenino’, pastiche infumable
 

Creo que lo primero que habría que comentar de la traslación de ‘Modesty Blaise’ al cine, antes de entrar en ningún otro tipo de apreciación es lo perplejo que se queda uno cuando descubre que tras las cámaras de tamaño despróposito se encuentra un director de la talla y el talento de Joseph Losey. Una perplejidad que se torna en horror cuando la cinta va ofreciendo el festival de sinsentidos con el que se alimenta su metraje y a la memoria del cinéfilo acuden las turbadoras y ejemplares imágenes con las que se vertebraban esos dos grandes títulos que fueron ‘El sirviente’ (‘The Servant’, 1963) y ‘Rey y patria’ (‘King and Country’, 1964), que el cineasta norteamericano perseguido por la caza de brujas de McCarthy rodó desde su exilio británico.
Huelga decir que poco o nada queda en este delirio kitsch y alucinógeno que es ‘Modesty Blaise, superagente femenino’ (‘Modesty Blaise’, 1966) de las formas naturales del cineasta, de ese realizador que hizo de la alienación y la paranoia su marca de fábrica y que aquí parece que ha puesto el nombre por un lado, la mano para cobrar por otro y ha dejado al primero que pasara por allí la responsabilidad controlar este barco que se va a pique tras pocos minutos de comenzar la función.
 

Afirmaba Losey en la presentación del filme en Cannes que ‘Modesty Blaise’ era “la cinta que acabaría con todos los filmes de corte James Bond”. Afirmando seguidamente que no había visto nada más que la mitad de uno de los cuatro filmes que hasta aquél momento se habían estrenado del agente 007, la pregunta más evidente que viene a colación es cómo pretendía el cineasta romper moldes sin saber qué moldes tenía que romper.
Perdido pues en su propia contradicción, Losey no es capaz de poner remedio al desaguisado que es el guión escrito por Evan Jones, que se subió al proyecto tras la multitud de reescrituras que O’Donnell había hecho de su idea original, quedando de ésta, según el creador del personaje, “una única línea de diálogo en el libreto final”; un libreto que se supone hace gala del mismo tipo de humor que las cintas del agente secreto al servicio de su majestad sin darse cuenta de que la mezcla entre un equivocado slapstick, un villano de opereta —sobre el que ahora volveremos a hablar— y escenas sueltas entre las que casi es inexistente el concepto solución de continuidad albergan menos gracia que cualquier secuencia escogida al azar de las películas de James Bond.
 

De rabiosa estética sesentera, con todo lo bueno —poco— y todo lo peyorativo que pueda asociarse a tal descripción, ‘Modesty Blaise’ desaprovecha sobremanera a su terna protagonista en los continuos saltos que el guión va dando de acá para allá. Para empezar, tenemos a la bella Monica Vitti, una actriz elegida por su “parecido” con el personaje que no es capaz de aportar nada más allá de su hermoso rostro y la rotundidad de su físico, paseándose su interpretación por un alarmante desconocimiento de lo que es el humor en general, y el humor británico —con todas sus idiosincrasias— en particular.
Junto a ella, y flanqueándola, los dos hombres de la función, Terence Stamp y Dirk Bogarde. El que años después sería el General Zod de ‘Superman’ (id, Richard Donner, 1978) traza aquí a un hierático compañero de acento Cockney que lo único que parece hacer es saltar a la mínima palmada de la protagonista, quedando su personaje como mera comparsa de la misma durante la totalidad de la función.
 

Pero más doloroso que lo que tenemos que soportar con estos dos es lo que la cinta consigue hacer con Bogarde. El brillante intérprete británico, que ya había intervenido en las dos citadas cintas de Losey, no es más que una burda caricatura, un pálido remedo de los archivillanos de Bond, sujeto a excéntricos caprichos como beber champán en diferentes vasos a cada cuales más extraños y desdibujado hasta decir basta por el nefasto guión y, por qué no, esa imposible peluca blanca que viste durante un 90% del metraje.
Si a todo lo anterior, que no es poco, se añade una trama que no lleva a ninguna parte, con personajes que aparecen porque sí y desaparecen del mismo modo y que podría haberse resuelto en poco más de media hora —siendo muy generosos—, y un par de momentos musicales entre Vitti y Stamp que provocan ansias de salir despavoridos a lanzarse de cabeza por el balcón más cercano, se hace comprensible que tarde o temprano se volviera a intentar adaptar al personaje con mayor justicia, algo que no conseguirían ni un piloto de televisión rodado en 1982, ni una precuela filmada en 2003 llamada ‘Mi nombre es Modesty’, aún más infumable que el desatino que hoy ha ocupado vuestro tiempo…y el mío.


 

Fuente: Blog de Cine.

lunes, 19 de febrero de 2018

Pequeños grandes films: La ley de la calle, de Francis Ford Coppola.


El chico de la moto reina

 



Si quieres guiar a la gente, tienes que tener una meta…

-El Chico de la Moto
El Chico de la Moto no manda (rules), sino que reina (reigns). Eso rezan las pintadas que inundan esa ciudad fantasmal (una Tulsa abstracta), y en verdad está tratado como una figura shakesperiana (un rey en el exilio, le llaman algunos) e inasible para su propio hermano Rusty James. El primero es un pletórico Mickey Rourke de 31 años, el segundo un fabuloso Matt Dillon de 18. En realidad ambos son espejos románticos del hermano mayor de Francis, y del propio Francis, respectivamente. Esto es una declaración de amor.

Y no sólo su propio hermano (al que está dedicada la película), sino también a la literatura de Susan E. Hinton, de quién adapta una segunda novela con pocos meses de diferencia y de manera consecutiva, en un ejemplo sin precedentes, al menos recientes, de una adhesión semejante a un mismo autor. Con la espada de Damocles más lejana, después del grandioso éxito de ‘Rebeldes’, Coppola firma la película más artística, desatada y vanguardista de toda su carrera. Coppola ya no en el abismo, sino frente al espejo de Welles.

De una manera obvia, pero tremendamente natural, ‘La ley de la calle’ (interesante título para el original ‘Rumble Fish’, pez luchador…) es la otra cara de la moneda con ‘Rebeldes’. Todo lo que allí era placidez y luz, aquí es nervio y sombras. Y aunque en aquélla, a pesar de la dureza en el retrato de una juventud desamparada, aún queda algo de esperanza, en esta se estamos en la pérdida de la ilusión. Y si allí el tema era la libertad, aquí es el tiempo, desde luego, muy presente tanto en los diálogos o discursos, como el de Benny (gran Tom Waits, que compuso las canciones de ‘Corazonada’ y que alcanzó la cumbre de su colaboración con Coppola interpretando nada menos que a Renfield en ‘Dracula’), así como en los múltiples relojes y en el sonido, que imita a menudo al minutero de un reloj.
De hecho, gran parte del reparto de ‘Rebeldes’ está presente en este ‘La ley de la calle’, con mención especial para Dillon, que parece prolongar con gran acierto y lucidez su maravilloso personaje de Dallas, para enriquecerlo con su inolvidable Rusty James, el renqueante hermano menor, una fuerza de la naturaleza descarriada que no deja de cometer las más grandes insensateces, y de fastidiar a todo el mundo, obsesionado como está por la figura de su hermano mayor, el misterioso, místico, Chico de la Moto. También vuelve Dennis Hopper, y claro, la guapísima Diane Lane, además de otros intérpretes con los que Coppola forma una troupe unida y muy bien entramada.



Y al color de ‘Rebeldes’ se opone el rotundo, elocuente blanco y negro dirigido por el mismo operador del anterior, Stephen H. Burum, y que busca el manierismo por encima de cualquier otra consideración, buscando en la cualidad de la imagen una razón de ser narrativa y anímica. El referente más nítido es ‘Sed de mal’, pero también ‘El extraño’ y ‘Campanadas a medianoche’. Coppola sabe que está a la altura de lo que intenta homenajear, y se entrega a la labor con una vehemencia digna de elogio. Parece filmar y montar con una alegría y una energía avasalladoras, organizando a sus actores como si fueran bailarines de ballet, haciéndoles girar y moverse dentro y fuera de cuadro, sin importarle una verosimilitud, digamos, realista.
El Chico de la Moto es como Michael Corleone, como Kurtz, como Drácula, una figura patética, vencida por el tiempo, más allá de la moral o de la muerte, incapaz de aleccionar o de hacerse entender por los que le rodean. Está lejos aunque esté cerca, y desde su regreso de California está más extraño que nunca. Sigue protegiendo a su hermano (aunque llega, por dos veces, tarde) pero tiene asuntos pendientes con su propio vacío. El viaje que emprenden juntos, más emocional que físico, por las calles nocturnas de la ciudad, es una maravilla abstracta y poética. Averiguamos que el blanco y negro es por la visión defectuosa del Chico de la Moto. Pero los peces son de colores

No es de extrañar el rotundo fracaso comercial de esta película, con la que Coppola fundió los beneficios recién adquiridos de la anterior. No es un relato clásico, es lo que ‘El padrino II’ a ‘El Padrino’: al pretendido clasicismo se le opone un vanguardismo, una audacia extremas. El tiempo pasa volando y no hay tiempo para lamentarse. Esta será la última vez que Coppola goce de esta libertad y esta plenitud. Su desastroso estreno le obliga a firmar en cierta película de época en la que tendrá muy poco tiempo para rectificar las cosas. La suerte está echada, y a la ambición se une la amarga ley de la taquilla.



Ficha Técnica


 Fuente: Blog de cine.