Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

jueves, 10 de octubre de 2019

El planeta de los simios, todo un clásico.


 Por Sergio Benítez


Inmerso en una década convulsa y llena de radicales cambios, el año 1968 quedará para siempre marcado en la historia del s.XX por suponer un antes y un después a nivel social y político tanto a escala mundial como en suelo estadounidense: mientras en el viejo continente las revueltas estudiantiles caldeaban el ambiente en Francia en el mes de mayo y Mao consolidaba su poder gracias a la Revuelta Cultural en China, en tierras yanquis los hippies hacían mucho más ensordecedora su protesta contra la absurda guerra de Vietnam —casi forzando a Nixon a comenzar la retirada de tropas al año siguiente— al mismo tiempo que Angela Davies o los Panteras Negras removían conciencias con el movimiento de liberación racial.





Este caldo de cultivo fue el propicio para que la ciencia-ficción pariera dos de los mejores filmes que nos ha legado la historia del cine, logrando a través de ellos una madurez que hasta entonces se antojaba lejana e inalcanzable para un género que tan sólo una década antes era el caldo de cultivo de innumerables producciones de serie B y al que pocos, muy pocos, llegaban a tomarse en serio —aunque, como ya hemos visto en este ciclo, alguna que otra semilla ya se plantó en dichos años para el salto a la edad adulta de las fórmulas del sci-fi. ‘2001. Una odisea en el espacio’ (‘2001. A Space Odissey’, Stanley Kubrick, 1968) y ‘El planeta de los simios’ (‘Planet of the Apes’, Franklin J.Schaffner, 1968), adaptaciones correspondientes de ‘El centinela’ de Arthur C.Clarke y la novela homónima de Pierre Boulle, sentaban pues las bases para el paso a la edad adulta de un género que —y disculpen la frase manida— ya nunca volvería a ser el mismo.

Arduo fue el camino de la tinta al fotograma



Con los derechos sobre el texto de Boulle en su posesión desde incluso antes de que la novela fuera puesta a la venta, al productor Arthur P. Jacobs le costó, y mucho, convencer a Richard D.Zanuck, el entonces presidente de la Fox, de que la producción de ‘El planeta de los simios’ era un hecho factible y asumible por las arcas del estudio. Y ello se debió inicialmente a que uno de los primeros tratamientos sobre la historia original que estuvo a punto de pasar a fase de rodaje fue el que había escrito el mítico Rod Serling, un libreto en el que, según parece, el creador de ‘Twilight Zone’ derrochaba genio por los cuatro costados pero que Zanuck miró con malos ojos por el coste que supondría la visualización de la avanzada civilización simia que Serling postulaba.
Con Michael Wilson sustituyéndolo, y la sugerencia de Schaffner de hacer la sociedad de monos más primitiva para así reducir costes, a ‘El planeta de los simios’ le quedaba todavía algo de camino por recorrer antes de que la Fox diera la luz verde definitiva, ya que otro problema que se preveía podía acarrear no pocas complicaciones en el set de rodaje era la extensiva y dificultosa labor de maquillaje a la que tendrían que someterse los actores que fueran a interpretar a los simios.





Pero ninguna cortapisa iba a frenar a Jacobs en su firme intención de que la cinta llegara a ser filmada, y con la ayuda de Charlton Heston, Edward G. Robinson, James Brolin y Linda Harrison, el productor organizó el rodaje de una breve escena extraída de un borrador del guión escrito por Serling. Tan efectiva sería dicha secuencia —que puede verse, por ejemplo, en la edición en Blu-ray de la película— que a la Fox ya no le quedarían argumentos para seguir deteniendo un proyecto que, en principio, y tal como se mostraba en la citada secuencia, hubiera servido para reunir a Heston con Robinson tras su participación conjunta en ‘Los diez mandamientos’ (‘The Ten Commandments’, Cecil B. De Mille, 1958) algo que no se produciría hasta cinco años más tarde ante la negativa del veterano intérprete de someterse a las largas sesiones de maquillaje que necesitaría la producción.

Las inevitables comparaciones



Ya comenté en su momento con ocasión de la entrada del especial dedicado a Tim Burton correspondiente al remake de ‘El planeta de los simios’ (‘Planet of the Apes’, 2001) que esa supuesta fidelidad que el filme del cineasta de Burbank guardaba para con el relato de Pierre Boulle era sólo un espejismo sobre el que el libreto de la terna de guionistas de la nueva versión había entrado cual elefante en una cacharrería, quedándose con lo que les había apetecido de lo desarrollado por el escritor francés —más bien poco— e inventando aquí y allá para obtener un monstruo de Frankenstein que poco o ningún parecido guardaba con la novela.
Mayor fidelidad reviste, no obstante, el trabajo que Serling primero, y Wilson después, efectúan sobre los postulados del canon marcado por Boulle, aunque ello no implique, por supuesto, que la adaptación realizada siga al pie de la letra la trama que comienza con una pareja de novios en luna de miel encontrando una botella flotando en el espacio con un manuscrito en el que en un periodista narra la odisea que lo habría llevado a descubrir un mundo en el sistema de la estrella Betelgeuse en el que el orden “natural” de la Tierra se encontraba invertido: los simios dominaban mientras que los humanos, reducidos a su mínima expresión de inteligencia, eran considerados como animales y esclavos.






A partir del momento en el que Ulysse —el nombre del protagonista— y sus tres compañeros llegan a dicho planeta, lo desarrollado por Serling y Wilson no se aleja en exceso de los planteamientos fundamentales de Boulle, y el tratamiento de ambos guionistas sigue en esencia las mismas pesquisas que llevarán a Ulysse al descubrimiento de que el planeta en el que se encuentra estuvo una vez dominado por unos humanos que terminaron dependiendo demasiado de sus esclavos simios.

Un filme atípico para un cineasta atípico



Con disimilitudes que pasan por las diferencias en los avances tecnológicos de la sociedad simiesca, el hecho de que el protagonista sea casi aceptado por sus captores o ese demoledor final que tan bien se acopla a la idiosincrasia de Serling y que se conservó tal cual del trabajo desarrollado por el guionista, esta claro que ‘El planeta de los simios’ no habría sido el mismo filme de haber caído en las manos de otro director menos ecléctico que Franklin J. Schaffner, realizador con una singular trayectoria en la que encontramos títulos tan dispares como ‘Rosas perdidas’ (‘The Stripper’, 1963), las fabulosas ‘Patton’ (id, 1970) y ‘Papillon’ (id, 1973) o la irregular ‘Los niños del Brasil’ (‘Boys from Brazil’, 1978).
En plena conjunción con un diseño de producción magnífico en el que la austeridad era la línea a seguir, y una magistral banda sonora de Jerry Goldsmith a la que dedicaré las últimas líneas de esta entrada, la desnaturalizada dirección de Schaffner consigue desde los primeros minutos de proyección sembrar la inquietud en el ánimo del espectador, careciendo de relevancia cuántas veces se haya podido visionar la cinta y siendo éste carácter de imperturbabilidad lo que mejor habla de la grandeza de lo conseguido por el cineasta.

El vagar por ese desierto sin fin de los tres astronautas, la visión de unos espantapájaros muy inquietantes, el descubrimiento de los humanos, la electrizante partida de caza, el proceso de inversión del orden normal al que vamos asistiendo a lo largo del cautiverio de Taylor —un Heston que derrocha más chulería de la habitual—, las categóricas aseveraciones del doctor Zaius acerca de la naturaleza humana, la visita a la zona prohibida y ese final —¡¡¡qué final!!!— son momentos todos que por mucho que la memoria cinéfila guarde como oro en paño, siguen produciendo un malestar primario que resulta complicado eludir.

El sonido de los monos



Directo responsable de ello es, de nuevo, un Jerry Goldsmith que desde un primer momento quiso alejarse de forma consciente de las sonoridades electrónicas con las que Bernard Herrmann o los Barron habían marcado al género con sus trabajos para ‘Ultimatum a la Tierra’ (‘The Day the Earth Stood Still’, Robert Wise, 1951) y ‘Planeta prohibido’ (‘Forbidden Planet’, Fred M.Wilcox, 1956) respectivamente. Y para ello, lo que hizo el desaparecido genio de la música de cine fue hacerse eco de esa deshumanización con la que Schaffner se había aproximado al filme, reinventándose el compositor los usos tradicionales de la orquesta.
Sólo hay que escuchar la grabación de su trabajo para poder apercibirse de las intenciones del artista: ejecutando los temas de forma antinatural, y con una partitura que carece por completo de una melodía identificable que apele a nuestra humanidad, Goldsmith enhebra una partitura que se concreta a través de ritmos salvajes y aterradores, más enraizados en el dodecafonismo que en los sonidos sinfónicos de la orquesta clásica. Y ningún ejemplo hay mejor de lo que estamos hablando que la brutalidad que dimana de la secuencia de la partida de caza: tras habernos mantenido en suspense durante casi media hora, Schaffner y Goldsmith estallan en un alarido de violencia en el que la sección de metal y un potente cuerno de caza se van alternando con el piano y las cuerdas para enervar hasta al más pintado.

Que Goldsmith compuso con ‘El planeta de los simios’ una de las partituras más revolucionarias y fascinantes de la época es una obviedad. Que en conjunción con las imágenes de Schaffner nos quedó una de las obras maestras indiscutibles del género, debería serlo para cualquiera que alguna vez se haya acercado a tan asombroso despliegue de talento y se haya maravillado en su desarrollo, quedando marcado para siempre por una conclusión que, imitada hasta la saciedad y homenajeada hasta el hastío, nunca ha sido igualada.



Extraído de Blog de cine.

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