Julio Diz

Nació en la ciudad de Lanús, Buenos Aires, Argentina, el 27 de junio de 1956. Desde muy pequeño concurrió al cine, descubriendo a Walt Disney en el viejo Cine Monumental de la ciudad de Bernal. Ya de grande, Román Polanski y su film, “Cul de Sac” fueron los movilizadores hacia el cine de culto. En los años ’70, estudió cine en la EDAC, (Escuela de arte cinematográfico) de la ciudad de Avellaneda. En los ’80 cursó en CECINEMA, (Centro de estudios cinematográficos) dirigido por José Santiso, y asistió al Seminario Introducción al lenguaje cinematográfico, dictado por Simón Feldman. Incursionó en el Cine de Súper 8 y 16 MM. Asociado a UNCIPAR (Unión cineistas en paso reducido), fue cofundador del Biógrafo de la Alondra. Es editor de Woody y todo lo demás, Series de antología y el presente blog. Actualmente trabaja en su primer libro, “Los tiempos del cine”.

martes, 30 de octubre de 2018

El cine como instrumento de conocimiento.

Siegfried Kracauer y el cine como instrumento de conocimiento

   Un pensador más allá de las fronteras, una compilación de artículos de los personajes más curiosos y penetrantes de la ensayística alemana de su tiempo, el de la célebre Escuela de 
Frankfurt.



Por ADRIAN LASTRA 
   
 

Desde sus orígenes
el cine mantiene una íntima relación con la filosofía; desde ambos espacios se expresa un mundo a través de un lenguaje propio, cada vez más sofisticado. Este vínculo fue explotado una y otra vez por distintas personalidades de la cultura,
entre ellas, el judeoalemán Siegfried Kracauer, quizá la más relevante dentro del espectro que enlaza la filosofía con la imagen por medio del estudio de la
estética.

Kracauer, a través de un intercambio permanente de puntos de vista con el intelectual de la Escuela de Frankfurt (Theodor Adorno, Georg Simmel,
Walter Benjamin, entre otros), se convirtió en uno de los personajes más
curiosos y penetrantes de la ensayística alemana de su tiempo. Sus obras oscilan
entre cuestiones netamente filosóficas, tratamientos de las peculiaridades
cinematográficas y aproximaciones a las nuevas tecnologías en relación con la
cultura moderna. El lanzamiento de Siegfried Kracauer. Un pensador más allá de
las fronteras (Editorial Gorla), compilado por el filósofo Carlos Eduardo Jordão
Machado y el doctor en Letras Miguel Vedda, en el que distintos autores europeos
y latinoamericanos interpretan y dan a conocer las virtudes del intelectual
frakfurtiano es un interesante puntapié para revisitar su obra. 

Dada la diversidad de fenómenos que fueron objeto de interés de este
multifacético pensador, sería una injusticia circunscribir su obra a un ámbito
determinado de la cultura y del mundo intelectual. Sus miles de estudios acerca
de la sociología, la religión, la arquitectura, la filosofía y los avatares
relacionados con un nuevo mundo en construcción, dan fe de esta problemática.
Durante la República de Weimar, Kracauer escribió más de 700 críticas de cine
(entre otros dos mil ensayos, artículos y reseñas), la gran mayoría publicadas
en el diario Frankfurter Zeitung (1921-1933). Luego, cuando los nazis tomaron el
control de Alemania, se exilió en París y, más tarde, en Nueva York. Desde allí,
sus trabajos críticos sobre el cine, sobre todo De Caligari a Hitler (1947) y
Teoría del Cine (1960), eclipsaron sus otras facetas pero, al mismo tiempo, lo
lanzaron más allá de las fronteras, tanto de las de la territorialidad como de
las del pensamiento.



Siegfried Kracauer fue uno de los pioneros en advertir que el séptimo arte no
era un mero espectáculo. Se ocupó de reflexionar sobre la construcción del
lenguaje cinematográfico y su relación con las masas espectadoras que acudían al
cine por los años 30 del pasado siglo.

Si tal como atestigua Salo Lotersztein en El cine y su relación con el
inconciente, para Joseph Gregor los espectadores son amantes del engaño, para
Kracauer los espectadores son testigos de la realidad: no se trata de una nueva
alegoría de la caverna platónica. Sino todo lo contrario: recogiendo el concepto
de epojé de la filosofía fenomenológica, Kracauer proponía comprender la
articulación del lenguaje cinematográfico (basándose en las películas mudas del
impresionismo alemán) como un procedimiento de suspensión, como una actitud de
conocimiento que implica una suerte de poner entre paréntesis el mundo para
luego analizarlo en detalle, lo cual provoca una gran diferencia en el modo en
que el sujeto se relaciona con el objeto. La cámara irrumpe la correspondencia
natural entre sujeto y entorno y de este modo produce un efecto en el cual ya no
media una representación, sino que el sujeto se encuentra con las cosas tal como
son. El objeto intencionado resulta ser el objeto en sí, y no una mera
representación del objeto como lo sostuvo la tradición filosófica moderna.
Quizá, por este motivo, Kracauer veía en el cine una suerte de capacidad
redentora al mostrar las cosas tal cual son por medio de la cámara-realidad. La
posibilidad de que a través del cine se superara el problema de la imposibilidad
de la representación era, según este pensador, un potencial imperdible que
ofrecía el cine. Visto desde este punto de vista el horror no es el resultado de
una construcción artificial, sino, justamente, el fondo desde donde emerge la
figura del hombre en toda su naturaleza.



Como sostiene Nia Perivolaropoulou, investigadora de la Universidad de Essen, en
Un pensador más allá de las fronteras, lo que el cine ofrece según Kracauer no
es un refuerzo de la identidad del sujeto, pues no continúa en la línea de un
saber histórico que se alimenta de las tradiciones, de los ritos o de cualquier
otra forma de transmisión de la memoria colectiva, sino que es la propia
experiencia de los espectadores frente a la pantalla la que es capaz de provocar
el abandono previo de algún tipo de saber y la que da lugar a otro tipo de
conocimiento mediante la experiencia estética. Inmerso en ella, el sujeto no
puede afirmarse como autónomo, sino como una experiencia de la alteridad. 

Desde el contexto actual de la industria cinematográfica, resulta interesante
volver a leer el pensamiento de Kracauer, puesto que las artes audiovisuales en
su conjunto continúan desarrollando y modificando sus instrumentos técnicos,
colocándonos constantemente en una nueva instancia de comprensión. Ante el éxito
del cine 3D, por ejemplo, cabe preguntarse si no estamos ante el regreso a
aquella primera instancia natural anterior a la epojé, en la que el sujeto se
encuentra rodeado de las cosas, mezclado entre ellas, inmerso en el mundo
nuevamente. Pero ¿es este su entono natural o por el contrario, en el nuevo cine
3D, el sujeto es puesto en un mundo que le es completamente ajeno y que lo aísla
de toda posibilidad de conocimiento acerca de su vivencia propia y cotidiana?
Lo que podría considerarse una gran evolución en la industria del cine también
podría ser pensado entonces como una vuelta al engaño, como un regreso a la
caverna platónica. El sujeto-espectador cree que el mundo que lo rodea es real,
dado que puede verlo en 3 dimensiones, sin embargo no advierte que aquello sigue
siendo una sombra, una representación de la cosa en sí, que ahora se presenta a
través de un dispositivo mejorado.

Extraído de La Razón Biblioteca Digital Publicidad Grupo Clarín   

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