Uno de los datos más
llamativos de las nominaciones a los Oscar que se entregarán el
próximo 24 de febrero es que, después de más de treinta años, una película
vuelve a competir por las estatuillas de mejor película, dirección, guion y las
cuatro categorías de interpretación. ‘Rojos’ (‘Reds’, Warren Beatty, 1981)
había sido la última, hasta que ha llegado ‘El lado bueno de las cosas’ (‘Silver Linings Playbook’, David
O. Russell, 2012).
Gane o no (lo tiene
muy difícil pero no imposible), la película ya es un éxito. Ha recibido un buen
puñado de premios desde su presentación en el festival de Toronto y lleva
recaudados más de 100 millones de dólares en las taquillas de todo el mundo
—ocupa el segundo puesto en el actual box office español—, cuando su
presupuesto fue de apenas 20. La crítica norteamericana parece haberse puesto
de acuerdo en señalar que tiene el mejor reparto del año, y aunque esto me
parece una exageración, es evidente que lo mejor de ‘El lado bueno de las
cosas’ son las interpretaciones. Russell vuelve a exprimir a sus
actores y logra disimular así las torpezas de un relato que es más convencional
de lo que aparenta.Pat sufre un trastorno bipolar, ha perdido su empleo, sus antiguos compañeros huyen al verle, su mujer se divorció y tiene una orden de alejamiento contra él, un policía sigue de cerca sus pasos por si vuelve a tener un arrebato violento, y para colmo, tiene que vivir con sus padres, que es poco menos que admitir que tu vida ha sido un fracaso. Pat ha tocado fondo. Pero mira tú por dónde, un día conoce a una chica que está disponible y que también atraviesa una mala racha tras perder a su marido; y no es cualquier joven, es Jennifer Lawrence, otra de las estrellas del Hollywood actual, es habitual verla en revistas y páginas de cotilleos y moda. Del mismo modo que Cooper como Pat, chirría la elección de Lawrence para Tiffany, a pesar de que la actriz maneja perfectamente las claves de su personaje y habla como si los diálogos salieran originalmente de su cabeza.
Quedaría mejor si David
O. Russell apostase decididamente por un enfoque cómico y absurdo,
ahondando en la idea de que todos estamos un poco locos, nos obsesionamos de
forma absurda y necesitamos sentirnos amados, pero no puede hacerlo o no
quiere —quizá porque tiene un hijo con el mismo trastorno que el protagonista
y/o por presiones de los hermanos Weinstein, expertos en el juego de los
Oscar—, optando por acercar la historia al drama, mostrando ligeramente el
sufrimiento de Pat y quienes le rodean. Hay escenas donde parece que el
cineasta va a retratar con crudeza los diversos problemas en los que están
envueltos los personajes, pero no lo hace, solo rasca la superficie.
Porque en el fondo ‘El
lado bueno de las cosas’ no es más que una amable dramedia romántica
con toques excéntricos pensada para cautivar al mayor público posible, envuelto
de forma muy competente. Pat encuentra su medicina en ese nuevo amor y aprende
a bailar en tiempo récord —lo justo para que todo salga bien—, su padre —un Robert
de Niro más controlado de lo habitual pero lejos de su mejor nivel— se
queda en un entrañable maniático, Jacki Weaver está de adorno, Tiffany
solo necesitaba otro novio serio, John Ortiz exagera tanto su
comportamiento que pierde sentido y Chris Tucker se limita a ser el
típico negro gracioso del cine comercial.
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