La publicación de un libro de culto
con mil fotografías inéditas de la saga más famosa de Francis Ford Coppola hará
las delicias de los fanáticos de esta historia de gangsters que atraviesa tres
generaciones.
Fotos Steve
Schapiro / Taschen
Steve
Schapiro podría haber sido un buen nombre para un gangster, pero el destino
quiso otra cosa: que fuera el fotógrafo privilegiado de la saga El Padrino, una
trilogía sin la cual el cine del siglo XX no sería el mismo. Claro que a
principio de los setenta pocos fantaseaban con hacer historia. “En esa época
nadie pensaba que la película iba a ser importante, ni siquiera buena. Sí, se
sabía que los directivos de la Paramount mandaban a sus secretarias a comprar
el libro de Mario Puzo (sobre el que se hizo la película), con la esperanza de
que alcanzara la lista de best sellers de The New York Times y aumentara así
las expectativas por el film. Schapiro no se anda con vueltas para contar
algunas anécdotas que vivió con su cámara en los escenarios de la saga y en el
generoso detrás de escena. Tampoco fue remilgado para sacar fotos. Ahora unas
mil imágenes de las tres partes de El Padrino aparecen en un libro de editorial
Taschen. The Godfather Family Album parece estar a la altura de las películas: sólo
mil ejemplares de 456 páginas, tapa dura encuadernada en cuero y tela moiré en
un estuche, numerados y firmados por Schapiro, a un precio redondo de
quinientos euros, aunque para la versión Premium (arte) –doscientos ejemplares
con una foto original de Brando o Pacino autografiada por el fotógrafo- habrá
que pagar 1.240 euros. No es demasiado si uno piensa que no se está comprando
sólo un libro objeto sino una leyenda. Resulta una pena, lo mismo, que Schapiro
no escribiera tanto como fotografiara. Pero apenas tres páginas del prólogo
sirven para regodearse. Vamos por ellas.
Cuando
Schapiro llegó a la parte este de Nueva York donde se iba a filmar, había una
multitud que hasta llenaba las escaleras de incendio de los edificios vecinos.
Todos querían ver a Marlon Brando para desmentir o no los rumores sobre su mala
salud. La impresión del fotógrafo: “Cuando me acerqué al set vi a un viejo de
cara amarillenta, enfundado en un sobretodo gastado, con sombrero, hablándole a
un asistente en voz baja de fraile. De pronto me di cuenta que era Brando y
pensé que todos esos rumores eran verdad. Pero Brando se dio vuelta y, mirando
a todos los que estábamos allí, nos conmovió con una mirada eléctrica de un
hombre joven”. Y al parecer ya estaba tan posicionado en su papel –se estaba
por filmar la escena que muestra cuando quieren
asesinarlo- porque enseguida le dijo al asistente: “Hay alguien con una
cámara”.
Por supuesto
que Schapiro no era un recién llegado a los sets. Por eso dice antes de contar
que debió trabajar con un adminículo para amortiguar el ruido de su cámara en
la escena inicial, que “como fotógrafo, a veces, precisas ser una mosca en la
pared”. Así y todo, mal no le fue: de las oficinas de Vito Corleone salieron
las dos fotos iconográficas, como él mismo las define, de la primera parte de
la película de Francis Ford Coppola: Brando sosteniendo un gato y Salvatore
Corsitto, como Bonasera, susurrando en el oído del Don. El fotógrafo no se
priva tampoco de explicar que en ese entonces la película era difícil de llevar
y hasta Coppola tenía serias dificultades para acaparar la atención de sus
asistentes. Aunque le reconoce al director la intuición de todo genio. “Coppola
encontró un gato en el set y lo empujó sin comentarios a la falda de Brando.
Dejó que éste desarrollara la escena que se transformaría en una epifanía para
el personaje y en el afiche para la película”. Por suerte para el fotógrafo
también existieron escenas distendidas donde pudo fotografiar a voluntad, como
la de la boda, un caos organizado, “una oportunidad maravillosa para capturar
el trabajo de los actores”.
Con una
apreciable ironía, Schapiro cuenta que en la parte dos, Gordon Willis, el jefe
de fotografía de la película que, al parecer, se llevaba pésimo con Coppola,
parecía buscar un Oscar, que no logró en esa oportunidad. “Generalmente
esperaba hasta mediodía para empezar a filmar porque antes, según él, la luz no
era apropiada. Y tardó cuatro días en filmar la escena ambientada en República
Dominicana en la que Lee Strasberg y Al Pacino se sientan a cortar una torta,
que en la simbología de la película no era otra cosa que Cuba.” Renglón
seguido, agrega que llevó a Pacino a hacer un retrato en un balcón. “Y con la
mitad del rollo ya me había dado más de lo que yo le podía pedir y habíamos
terminado la tarea.” Para Schapiro, el recuerdo más preciado de esta película
fue una escena que no fue filmada: la de la mamá de Coppola disfrazada como el
director –con barba incluida- y su hijo fotografiados en Sicilia bajo el cartel
del pueblo de Don Corleone.
Para “El
Padrino III”, Schapiro agregó a su trabajo de fotografiar las escenas, el
encargo de hacer el afiche de la película. En Palermo, Sicilia, se decidió que debía
sentar a Al Pacino en un pasillo, con una luz natural que atravesara una
ventana e iluminara el piso. La hora pautada para la sesión fue las nueve de la
mañana, pero Pacino estaba filmando una escena difícil y recién apareció a las
cinco de la tarde. De la luz natural, ni hablar. Schapiro cuenta: “Solo tenía
una lámpara estroboscópica (luz de múltiple destello que da una sensación visual
de movimiento retardado) que servía para iluminar a Al. Pero el único modo de
iluminar la ventana y el suelo era hacer una exposición de cuatro segundos con
la cámara. Pero Al no es el tipo de persona a la que le gusta estar erguida en
una silla ese tiempo. Entonces yo prendía la cámara, se disparaba la luz pero también
Al. El primer rollo salió todo movido. Finalmente le expliqué a Pacino lo que
pasaba y reduje la exposición a tres segundos. Al se sentó otra vez y la foto
salió con la imagen que habíamos soñado y sin hacerle casi ningún retoque”.
La primera y
la tercera parte de El Padrino se llevaron nueve estatuillas del Oscar: La
segunda, ninguna… Hubo también un Oscar para Brando, a mejor actuación. El
temperamental actor no se presentó a buscar su premio y mandó a una
descendiente de los pueblos originales a pronunciar un discurso anti
establishment, como para darle la razón a los directivos de la Paramount, para
quienes el Don Corleone de ficción era un tipo tan difícil como el protagonista
de la película. Pero a esa altura, ése era un detalle menor porque los mandamás
de Hollywood ya se habían dado cuenta de que no debían ordenar a sus secretarias
comprar más libros de Puzo para que la película fuera un éxito de aquéllos.
Extraído de
Revista Viva, 14/12/2008.
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