viernes, 11 de diciembre de 2015

El Padrino, el regreso.


 

La publicación de un libro de culto con mil fotografías inéditas de la saga más famosa de Francis Ford Coppola hará las delicias de los fanáticos de esta historia de gangsters que atraviesa tres generaciones.


 

Fotos Steve Schapiro / Taschen

Steve Schapiro podría haber sido un buen nombre para un gangster, pero el destino quiso otra cosa: que fuera el fotógrafo privilegiado de la saga El Padrino, una trilogía sin la cual el cine del siglo XX no sería el mismo. Claro que a principio de los setenta pocos fantaseaban con hacer historia. “En esa época nadie pensaba que la película iba a ser importante, ni siquiera buena. Sí, se sabía que los directivos de la Paramount mandaban a sus secretarias a comprar el libro de Mario Puzo (sobre el que se hizo la película), con la esperanza de que alcanzara la lista de best sellers de The New York Times y aumentara así las expectativas por el film. Schapiro no se anda con vueltas para contar algunas anécdotas que vivió con su cámara en los escenarios de la saga y en el generoso detrás de escena. Tampoco fue remilgado para sacar fotos. Ahora unas mil imágenes de las tres partes de El Padrino aparecen en un libro de editorial Taschen. The Godfather Family Album parece estar a la altura de las películas: sólo mil ejemplares de 456 páginas, tapa dura encuadernada en cuero y tela moiré en un estuche, numerados y firmados por Schapiro, a un precio redondo de quinientos euros, aunque para la versión Premium (arte) –doscientos ejemplares con una foto original de Brando o Pacino autografiada por el fotógrafo- habrá que pagar 1.240 euros. No es demasiado si uno piensa que no se está comprando sólo un libro objeto sino una leyenda. Resulta una pena, lo mismo, que Schapiro no escribiera tanto como fotografiara. Pero apenas tres páginas del prólogo sirven para regodearse. Vamos por ellas.
 
 

Cuando Schapiro llegó a la parte este de Nueva York donde se iba a filmar, había una multitud que hasta llenaba las escaleras de incendio de los edificios vecinos. Todos querían ver a Marlon Brando para desmentir o no los rumores sobre su mala salud. La impresión del fotógrafo: “Cuando me acerqué al set vi a un viejo de cara amarillenta, enfundado en un sobretodo gastado, con sombrero, hablándole a un asistente en voz baja de fraile. De pronto me di cuenta que era Brando y pensé que todos esos rumores eran verdad. Pero Brando se dio vuelta y, mirando a todos los que estábamos allí, nos conmovió con una mirada eléctrica de un hombre joven”. Y al parecer ya estaba tan posicionado en su papel –se estaba por filmar la escena que muestra cuando quieren  asesinarlo- porque enseguida le dijo al asistente: “Hay alguien con una cámara”.
 
Por supuesto que Schapiro no era un recién llegado a los sets. Por eso dice antes de contar que debió trabajar con un adminículo para amortiguar el ruido de su cámara en la escena inicial, que “como fotógrafo, a veces, precisas ser una mosca en la pared”. Así y todo, mal no le fue: de las oficinas de Vito Corleone salieron las dos fotos iconográficas, como él mismo las define, de la primera parte de la película de Francis Ford Coppola: Brando sosteniendo un gato y Salvatore Corsitto, como Bonasera, susurrando en el oído del Don. El fotógrafo no se priva tampoco de explicar que en ese entonces la película era difícil de llevar y hasta Coppola tenía serias dificultades para acaparar la atención de sus asistentes. Aunque le reconoce al director la intuición de todo genio. “Coppola encontró un gato en el set y lo empujó sin comentarios a la falda de Brando. Dejó que éste desarrollara la escena que se transformaría en una epifanía para el personaje y en el afiche para la película”. Por suerte para el fotógrafo también existieron escenas distendidas donde pudo fotografiar a voluntad, como la de la boda, un caos organizado, “una oportunidad maravillosa para capturar el trabajo de los actores”.
Con una apreciable ironía, Schapiro cuenta que en la parte dos, Gordon Willis, el jefe de fotografía de la película que, al parecer, se llevaba pésimo con Coppola, parecía buscar un Oscar, que no logró en esa oportunidad. “Generalmente esperaba hasta mediodía para empezar a filmar porque antes, según él, la luz no era apropiada. Y tardó cuatro días en filmar la escena ambientada en República Dominicana en la que Lee Strasberg y Al Pacino se sientan a cortar una torta, que en la simbología de la película no era otra cosa que Cuba.” Renglón seguido, agrega que llevó a Pacino a hacer un retrato en un balcón. “Y con la mitad del rollo ya me había dado más de lo que yo le podía pedir y habíamos terminado la tarea.” Para Schapiro, el recuerdo más preciado de esta película fue una escena que no fue filmada: la de la mamá de Coppola disfrazada como el director –con barba incluida- y su hijo fotografiados en Sicilia bajo el cartel del pueblo de Don Corleone.
 
 

Para “El Padrino III”, Schapiro agregó a su trabajo de fotografiar las escenas, el encargo de hacer el afiche de la película. En Palermo, Sicilia, se decidió que debía sentar a Al Pacino en un pasillo, con una luz natural que atravesara una ventana e iluminara el piso. La hora pautada para la sesión fue las nueve de la mañana, pero Pacino estaba filmando una escena difícil y recién apareció a las cinco de la tarde. De la luz natural, ni hablar. Schapiro cuenta: “Solo tenía una lámpara estroboscópica (luz de múltiple destello que da una sensación visual de movimiento retardado) que servía para iluminar a Al. Pero el único modo de iluminar la ventana y el suelo era hacer una exposición de cuatro segundos con la cámara. Pero Al no es el tipo de persona a la que le gusta estar erguida en una silla ese tiempo. Entonces yo prendía la cámara, se disparaba la luz pero también Al. El primer rollo salió todo movido. Finalmente le expliqué a Pacino lo que pasaba y reduje la exposición a tres segundos. Al se sentó otra vez y la foto salió con la imagen que habíamos soñado y sin hacerle casi ningún retoque”.
La primera y la tercera parte de El Padrino se llevaron nueve estatuillas del Oscar: La segunda, ninguna… Hubo también un Oscar para Brando, a mejor actuación. El temperamental actor no se presentó a buscar su premio y mandó a una descendiente de los pueblos originales a pronunciar un discurso anti establishment, como para darle la razón a los directivos de la Paramount, para quienes el Don Corleone de ficción era un tipo tan difícil como el protagonista de la película. Pero a esa altura, ése era un detalle menor porque los mandamás de Hollywood ya se habían dado cuenta de que no debían ordenar a sus secretarias comprar más libros de Puzo para que la película fuera un éxito de aquéllos.

Extraído de Revista Viva, 14/12/2008.

 

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