Werner y su balada.
Herzog durante el rodaje de Fitzcarraldo |
Por Adolfo C. Martínez
Con un equipo de cincuenta personas el prestigioso director alemán está rodando al sur de nuestro país “Grito de piedra”, un film sobre el valor. En entrevista exclusiva con La Nación comenta aspectos de su obra.
Desde hace casi dos meses el director alemán Werner Herzog, al frente de un equipo artístico y técnico integrado por cincuenta personas, rueda la coproducción alemana-canadiense-suiza “Grito de piedra”. Y todos ellos, desafiando vientos de más de 80 kilómetros por hora y temperaturas de 40 grados bajo cero, instalaron su campamento en El Chaltén, un pequeño pueblo santacruceño ubicado en la base del monte Fitz Roy, donde se desarrolla la mayor parte de esta historia basada en un casi inhumano desafío entre dos escaladores para ver quién puede llegar primero a la cima del monte Torre, el más inaccesible del mundo.
La pasión de un creador
En un perfecto español, Werner Herzog describió los avatares de este proyecto cinematográfico que lo trajo, por primera vez a la Argentina.
“Soy un apasionado de la naturaleza –señaló- y con el guión de “Grito de piedra” en mis manos supe que debía trabajar en los escenarios auténticos que pedía la historia. La empresa no era fácil. Estamos filmando a casi dos mil metros de altura con vientos que impiden la estabilidad de las cámaras y, muchas veces, poniendo en peligro la vida de los hombres de mi equipo. Pero estoy acostumbrado a estos desafíos. Con “Fitzcarraldo” pasé similares penurias mientras rodaba en la selva del Amazonas, y no menos riesgosa fue la labor en Australia para concretar el trabajo de “Donde suenan las verdes hormigas”. Pero el cine es mi vida y mi angustia. Y me brindo a él sin reservas.
Habla con entusiasmo de Walter Saxer, productor alemán de “Grito de piedra”, y señala que “esta es la primera vez que no soy productor de mi obra, pero en Saxer a alguien consustanciado con mi modalidad y mis caprichos. También hay una compenetración total entre los actores y los técnicos. No era fácil que tantas personas de distintas nacionalidades se entiendan a la hora de filmar. Pero toda esta labor es apasionante. La naturaleza patagónica me incentiva y me hace olvidar la comodidad de rodar en estudios”.
El realizador evita dar detalles de la trama de “Grito de piedra”. Apenas concede, con infantil sonrisa, un somero bosquejo de su film. “Es una historia sobre el honor y el valor –explica-, pero nunca me gusta narrar los argumentos de mis películas cuando están en plena elaboración. La magia del film se da en el momento de su proyección en la pantalla. El público es el encargado de dictaminar si nuestra labor fue acertada o desacertada. ¿De qué vale enterar al espectador acerca de su argumento, si cuando lo ve concretado en la pantalla se desilusiona o le haya elementos que yo mismo ignoraba?”.
El hombre y su entorno
“Cuando dialogo con periodistas o cinéfilos –explica- ellos siempre desean de mi algunas respuestas intelectualizadas acerca de mi obra. Y mis películas parten, sin excepción, de mi forma de ver al hombre y a su entorno. En mis films apelo constantemente a las circunstancias extremas y a la tensión de los límites, y así construyo historias que no aceptan mediaciones y que prescinden del sentimentalismo. Creo que esta necesidad de expresión nació en mi infancia –no demasiado feliz-, y en mi recalcitrante rechazo a la escuela y al estudio. Quizás también, y algo inconscientemente, mis películas se emparentan con esa lejana magnificencia expresionista del cine de mi país. De lo que si estoy seguro es de ser un francotirador no atado a escuelas ni a modas. De ello surge un cine personal y, sobre todo, auténtico.”
Herzog, desafiando la lluvia, hace un alto en la desolada costanera de Rio Gallegos y habla lentamente de las bellezas patagónicas. “Este paisaje –medita- une lo inhóspito con lo fascinante. Capturar con la cámara esta escenografía es descubrir la soledad y la magnitud de la naturaleza. Todo aquí habla de miedo y valentía.”
El cineasta se siente atraído por este panorama “que –casi susurra- se está convirtiendo en el gran protagonista de “Grito de piedra”. A esta altura de la charla, Herzog retorna a sus inicios en el cine: “A los 14 años elaboré mis primeros guiones. Eran apuntes de sueños y realidades que me marcarían para siempre. A los 17 años presenté a un productor un proyecto que nunca se concretó, y en 1964 escribí, produje y dirigí el cortometraje “Spiel im Sand”, que tuvo cierta aceptación entre los cinéfilos. Desde ese momento realicé numerosos cortos y mediometrajes hasta que en 1967 filmé “Señales de vida”, mi primera película de largo aliento”.
En ese momento el nombre de Werner Herzog se convirtió en sinónimo de ruptura con los valores convencionales del cine internacional. A diferencia de las obras de otros realizadores germanos de su generación, que tendían más hacia lo contemporáneo y lo político, las películas de Herzog se ocupaban de situaciones extremas de la existencia en las que resulta difícil distinguir la conducta humana de lo animal.
La reflexión lo incita a explayarse sobre el tema: “Además de mi interés por los limites, mi cine se caracteriza sobre todo por su conciencia del mundo físico. Frecuentemente la naturaleza se presenta en términos grandiosos y hostiles: selvas, volcanes o desiertos, mientras que el mundo humano aparece de manera completamente distinto. Las ciudades alemanas y holandesas, en las que transcurre la mayoría de mis películas son mostradas como lugares exquisitos, no afectados por el paso del tiempo; son casi museos, pero lo natural sigue teniendo una fuerte presencia dramática”.
Claros ejemplos de esta búsqueda son sus films “Todos los enanos nacieron pequeños” y La balada de Bruno S.” en los que sus protagonistas carecen de rasgos humanos que los diferencien de manera inmediata de otras formas de vida orgánica. Y a lo largo de este camino que, en definitiva, lleva a la total comprensión del hombre y su micromundo, la obra de Herzog se ganó la admiración de los espectadores de todo el mundo.
El realizador no puede dejar de mencionar “Aguirre, la ira de Dios”, un relato sobre la sed de poder y la rebeldía; “Woyzeck”, basada en la famosa obra del poeta y dramaturgo alemán, Georg Büchner, o “Nosferatu” y “El enigma de Kaspar Hauser”, en los que se amalgaman el terror y la opresión. “Todos mis films, y mucho más allá de sus éxitos o sus fracasos –añade- son hijos muy queridos. Amo a mis películas de un modo físico, aunque parezca extraño. Por ejemplo, llevo los rollos de negativos de un sitio a otro y me encanta sentir su peso. Cuando estamos rodando, me da un gran placer tocar el celuloide”.
“Cuando dialogo con periodistas o cinéfilos –explica- ellos siempre desean de mi algunas respuestas intelectualizadas acerca de mi obra. Y mis películas parten, sin excepción, de mi forma de ver al hombre y a su entorno. En mis films apelo constantemente a las circunstancias extremas y a la tensión de los límites, y así construyo historias que no aceptan mediaciones y que prescinden del sentimentalismo. Creo que esta necesidad de expresión nació en mi infancia –no demasiado feliz-, y en mi recalcitrante rechazo a la escuela y al estudio. Quizás también, y algo inconscientemente, mis películas se emparentan con esa lejana magnificencia expresionista del cine de mi país. De lo que si estoy seguro es de ser un francotirador no atado a escuelas ni a modas. De ello surge un cine personal y, sobre todo, auténtico.”
Herzog, desafiando la lluvia, hace un alto en la desolada costanera de Rio Gallegos y habla lentamente de las bellezas patagónicas. “Este paisaje –medita- une lo inhóspito con lo fascinante. Capturar con la cámara esta escenografía es descubrir la soledad y la magnitud de la naturaleza. Todo aquí habla de miedo y valentía.”
El cineasta se siente atraído por este panorama “que –casi susurra- se está convirtiendo en el gran protagonista de “Grito de piedra”. A esta altura de la charla, Herzog retorna a sus inicios en el cine: “A los 14 años elaboré mis primeros guiones. Eran apuntes de sueños y realidades que me marcarían para siempre. A los 17 años presenté a un productor un proyecto que nunca se concretó, y en 1964 escribí, produje y dirigí el cortometraje “Spiel im Sand”, que tuvo cierta aceptación entre los cinéfilos. Desde ese momento realicé numerosos cortos y mediometrajes hasta que en 1967 filmé “Señales de vida”, mi primera película de largo aliento”.
En ese momento el nombre de Werner Herzog se convirtió en sinónimo de ruptura con los valores convencionales del cine internacional. A diferencia de las obras de otros realizadores germanos de su generación, que tendían más hacia lo contemporáneo y lo político, las películas de Herzog se ocupaban de situaciones extremas de la existencia en las que resulta difícil distinguir la conducta humana de lo animal.
Ensayo durante el rodaje de Aguirre... |
La reflexión lo incita a explayarse sobre el tema: “Además de mi interés por los limites, mi cine se caracteriza sobre todo por su conciencia del mundo físico. Frecuentemente la naturaleza se presenta en términos grandiosos y hostiles: selvas, volcanes o desiertos, mientras que el mundo humano aparece de manera completamente distinto. Las ciudades alemanas y holandesas, en las que transcurre la mayoría de mis películas son mostradas como lugares exquisitos, no afectados por el paso del tiempo; son casi museos, pero lo natural sigue teniendo una fuerte presencia dramática”.
Claros ejemplos de esta búsqueda son sus films “Todos los enanos nacieron pequeños” y La balada de Bruno S.” en los que sus protagonistas carecen de rasgos humanos que los diferencien de manera inmediata de otras formas de vida orgánica. Y a lo largo de este camino que, en definitiva, lleva a la total comprensión del hombre y su micromundo, la obra de Herzog se ganó la admiración de los espectadores de todo el mundo.
El realizador no puede dejar de mencionar “Aguirre, la ira de Dios”, un relato sobre la sed de poder y la rebeldía; “Woyzeck”, basada en la famosa obra del poeta y dramaturgo alemán, Georg Büchner, o “Nosferatu” y “El enigma de Kaspar Hauser”, en los que se amalgaman el terror y la opresión. “Todos mis films, y mucho más allá de sus éxitos o sus fracasos –añade- son hijos muy queridos. Amo a mis películas de un modo físico, aunque parezca extraño. Por ejemplo, llevo los rollos de negativos de un sitio a otro y me encanta sentir su peso. Cuando estamos rodando, me da un gran placer tocar el celuloide”.
El cine y su destino
Sin embargo, Herzog confiesa no frecuentar las salas cinematográficas “y –añade- no tengo realizadores preferidos. Creo, si, que en estos últimos años el cine pasa por un periodo muy comercial: busca competir abierta y burdamente con el video hogareño y con la televisión. Pero la magia del cine se impondrá… aunque no sé si esto es una certeza o un deseo personal”.
Nacido en Múnich en 1942, Herzog recorrió las más difíciles sendas para concretar sus sueños. Cosechó sinsabores, aplausos, envidias y premios. “Siempre supe que esta lucha –dice- no iba a ser fácil. Pero fui fiel conmigo mismo y con mi obra. Cada uno de mis films pretende indagar en la esencia del hombre y de su destino, más allá de hipocresías y de falsas esperanzas”.
¿Qué representan para el realizador alemán los críticos de cine? Su respuesta no se hace esperar: “Muchas veces son seres egocéntricos a quienes les interesa más su propia crónica que la obra de quienes están juzgando; otras, se creen dueños de la verdad absoluta, y los menos son auténticos enamorados del arte cinematográfico que se juegan por su honestidad”.
Sin embargo, Herzog confiesa no frecuentar las salas cinematográficas “y –añade- no tengo realizadores preferidos. Creo, si, que en estos últimos años el cine pasa por un periodo muy comercial: busca competir abierta y burdamente con el video hogareño y con la televisión. Pero la magia del cine se impondrá… aunque no sé si esto es una certeza o un deseo personal”.
Nacido en Múnich en 1942, Herzog recorrió las más difíciles sendas para concretar sus sueños. Cosechó sinsabores, aplausos, envidias y premios. “Siempre supe que esta lucha –dice- no iba a ser fácil. Pero fui fiel conmigo mismo y con mi obra. Cada uno de mis films pretende indagar en la esencia del hombre y de su destino, más allá de hipocresías y de falsas esperanzas”.
¿Qué representan para el realizador alemán los críticos de cine? Su respuesta no se hace esperar: “Muchas veces son seres egocéntricos a quienes les interesa más su propia crónica que la obra de quienes están juzgando; otras, se creen dueños de la verdad absoluta, y los menos son auténticos enamorados del arte cinematográfico que se juegan por su honestidad”.
Herzog integra con Fassbinder, Kluge, Wenders y Schlóndorff una generación de directores que surgió en la Alemania de la década del 70; pero él se convirtió en el más reputado y talentoso exponente de esa pléyade y fue señalado por François Truffaut como “el cineasta más importante de la actualidad”. Su estilo personal trascendió rápidamente en su país natal para lograr los más destacados elogios de la crítica internacional. El diálogo profundiza esta vertiente capital de la carrera artística del realizador.
Grito de piedra |
“Siempre me gustaron las aventuras –dice en un inglés mezclado con algún giro español-, y esta película es un verdadero desafío al peligro. Aquí interpreto a un periodista que se convierte en “sponsor” de un andinista dispuesto a escalar un altísimo monte. Claro que aquí no todo es riesgo, Herzog no es de esos directores encandilados por la acción. Hay en el argumento una profunda mirada hacia los hombres, esta vez enfrentados a la naturaleza”.
Frustrado estudiante de ingeniería en la Universidad de Toronto, este canadiense al que es muy difícil arrancarle una sonrisa confiesa: “Cuando tenía 18 años me sentía muy mal por no ser judío o irlandés o por no pertenecer a una nación o a una raza con un toque poético. Yo admiraba lo romántico y quería ser Oscar Wilde”.
Pero su destino fue el de actor de cine. “A pesar de mi figura desgarbada y de mis grandes orejas –reflexiona- llegué a la pantalla. Hoy todavía me pregunto cómo ocurrió este milagro”. Catapultado a la fama a través de “Mash”, la carrera de Sutherland registra títulos de indudable valía internacional, “Casanova”, “Novecento”, “Gente como uno” o “Cosecha de odio”, integran una filmografía de casi cincuenta títulos. “El trabajo de un actor –señala- es subjetivo. Debo actuar para el director, satisfacerlo. En términos simples, yo soy su concubino. Lo que quiero es ser manipulado”.
Vittorio Mezzogiorno es el compañero de elenco de Sutherland. Este italiano sonriente y nervioso se ha convertido en uno de los favoritos del público de la península. “Mi personaje de escalador –explica- es muy arriesgado, pero trabajar con Herzog es un lujo que no se paga con nada”. Su participación en el film “Mahabharata”, de Peter Brooks, le dio fama internacional y ahora, dice a modo de despedida, “el cine se convirtió para mí en una necesidad vital”.
Herzog el caminante
Werner Herzog, caracterizado por Pauline Kael como “un Tarzan metafísico”, ha buscado siempre escenarios inexplorados para sus parábolas sobre la conducta humana en un mundo cercano al absurdo. Esa búsqueda lo ha llevado a los lugares geográficos más diversos. Bruce Chatwin, el escritor inglés autor de “In Patagonia”, un libro singular sobre su viaje por nuestro país, asistió en Ghana a la filmación del film de Herzog “Cobra verde”, basado en su libro “El virrey de Ouidah”, y registró sus principales impresiones.
“Como me resultaba imposible penetrar en la mentalidad extraña de mis personajes mi única esperanza era avanzar en la narración con una secuencia de imágenes cinematográficas y en esto me sentí fuertemente influido por los films de Herzog. Y recuerdo que me dije: “Si alguna vez esto se filmara sólo Herzog podría hacerlo”. Pero esto era sólo una ilusión… Unos tres años después estaba viajando por el desierto australiano y al llegar al motel en Alice Springs me encontré una nota de Herzog. Alguien le había alcanzado uno de mis libros mientras filmaba “Fitzcarraldo” en el Amazonas y me preguntaba si estaría interesado en ayudarlo con el guión de su nuevo film llamado “Donde sueñan las verdes hormigas”.
“En el aeropuerto de Melbourne estaba esperándome. Una figura ascética en pantalones de fajina gastados y una camiseta que permitía ver una calavera sonriente tatuada en su hombro. En pocos minutos nuestra conversación saltó hacia las más variadas e intrincadas direcciones. Era, según pude comprobar, un compendio de contradicciones, sumamente rudo y sin embargo vulnerable, afectuoso y distante, austero y sensual, no perfectamente adaptado a las exigencias de la vida cotidiana pero capaz de funcionar con eficiencia en condiciones extremas”.
“Era también la única persona con quien yo podía tener una conversación sobre lo que llamaría el aspecto sacramental de la caminata. El y yo compartimos la creencia de que caminar no es solamente una terapia, sino una actividad poética que puede curar al mundo de sus males. Herzog resume su posición en una sobria declaración: “Caminar es una virtud, el turismo un pecado mortal”. Un ejemplo sorprendente de esta filosofía fue su peregrinaje de invierno para ver a Lotte Eisner, estudiosa del cine y asociada de Fritz Lang que emigró a París a comienzos de los años 30. Werner era su director favorito. En 1974, cuando oyó que ella estaba muriendo, marchó caminando desde Múnich a París con nieve y heladas, confiado en que su peregrinaje de alguna manera alejaría a su enfermedad. Cuando llegó a su departamento Lotte Eisner se había recuperado y llegó a vivir diez años más”.
(*Extratado de “What Am I Doing Here” de Bruce Chatwin, Londres, 1989).
“Como me resultaba imposible penetrar en la mentalidad extraña de mis personajes mi única esperanza era avanzar en la narración con una secuencia de imágenes cinematográficas y en esto me sentí fuertemente influido por los films de Herzog. Y recuerdo que me dije: “Si alguna vez esto se filmara sólo Herzog podría hacerlo”. Pero esto era sólo una ilusión… Unos tres años después estaba viajando por el desierto australiano y al llegar al motel en Alice Springs me encontré una nota de Herzog. Alguien le había alcanzado uno de mis libros mientras filmaba “Fitzcarraldo” en el Amazonas y me preguntaba si estaría interesado en ayudarlo con el guión de su nuevo film llamado “Donde sueñan las verdes hormigas”.
“En el aeropuerto de Melbourne estaba esperándome. Una figura ascética en pantalones de fajina gastados y una camiseta que permitía ver una calavera sonriente tatuada en su hombro. En pocos minutos nuestra conversación saltó hacia las más variadas e intrincadas direcciones. Era, según pude comprobar, un compendio de contradicciones, sumamente rudo y sin embargo vulnerable, afectuoso y distante, austero y sensual, no perfectamente adaptado a las exigencias de la vida cotidiana pero capaz de funcionar con eficiencia en condiciones extremas”.
“Era también la única persona con quien yo podía tener una conversación sobre lo que llamaría el aspecto sacramental de la caminata. El y yo compartimos la creencia de que caminar no es solamente una terapia, sino una actividad poética que puede curar al mundo de sus males. Herzog resume su posición en una sobria declaración: “Caminar es una virtud, el turismo un pecado mortal”. Un ejemplo sorprendente de esta filosofía fue su peregrinaje de invierno para ver a Lotte Eisner, estudiosa del cine y asociada de Fritz Lang que emigró a París a comienzos de los años 30. Werner era su director favorito. En 1974, cuando oyó que ella estaba muriendo, marchó caminando desde Múnich a París con nieve y heladas, confiado en que su peregrinaje de alguna manera alejaría a su enfermedad. Cuando llegó a su departamento Lotte Eisner se había recuperado y llegó a vivir diez años más”.
(*Extratado de “What Am I Doing Here” de Bruce Chatwin, Londres, 1989).
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