El P-51, el Cadillac de los cielos!
-Jim Graham
Lo que nadie le puede
negar a Steven Spielberg es su capacidad de trabajo, y su interés por proyectos
que no aporten algo nuevo a una filmografía densa y dilatada, sobre todo
teniendo en cuenta la complejidad de algunos proyectos, y la naturaleza de gran
acontecimiento de muchas de ellas. ‘El color púrpura’ era su primera
película, por decirlo de una manera grosera, ‘de prestigio’ para los
norteamericanos, ‘de autor’ quizá para una mentalidad europea. Sin embargo
no logró ninguna estatuilla de su academia, y al igual que Martin Scorsese,
ese era uno de sus sueños.
Desde pequeño, Spielberg estaba obsesionado con los pequeños cazas de guerra, concretamente los de la Segunda Guerra Mundial, evento que, además, es considerado por el cineasta como el más importante del siglo XX, y al que ha intentado hacer justicia con varias películas, la primera de las cuales fue la fallida ‘1941’, y la segunda esta extraña, irregular y a ratos hermosa ‘El imperio del sol’, que hoy sigue siendo considerada una de las películas que forman el ramillete de las “fallidas” de su director.
La pérdida de la inocencia
Este es sin duda el
tema de esta película, que de manera obvia impregna todas las secuencias en las
que un jovencísimo Christian Bale. En realidad, es uno de los temas mayores
de su director, junto a nuestra fragilidad frente a los caprichos de la
naturaleza y a nuestra imperfección moral. Adaptando la novela
semi-autobiográfica de J.G. Ballard, el director se acerca por primera vez, con
un estilo ambicioso y serio, a una tragedia de proporciones globales pero
personalizado en la figura de un chaval privilegiado que, de pronto, se verá
completamente solo en un entorno absolutamente hostil, al que tendrá que
adaptarse o morir.
John Williams volvió a trabajar con el director (y
le dio uno de sus más sentidos y menos recordados trabajos), y Allen Daviau, el
director de fotografía, lo hizo por última vez. El director le pidió que
emulara la luz y la densidad de imagen propias de un filme de los años 50, y
para ser justos hay que decir que lo consiguió plenamente. No en vano este
proyecto ya había pasado por las manos del gran David Lean (y era una
historia ideal para él), un director tan admirado por Spielberg que cuando él
tomó las riendas le ofreció a su ídolo dirigirla, aunque ya era demasiado
tarde.
Fanático irredento de
‘El puente sobre el río Kwai’, es imposible observar el tratamiento de
los soldados japoneses en esta película sin acordarse de aquella de forma
contínua. Claro que la aventura del coronel Nicholson resulta bastante más
emocionante, y a la vez contenida (ese extraño “toque Lean”), que la de
James Graham, ese niño con voz de ángel que experimentará una larga estancia en
el infierno una vez le corten las alas.
Christian Bale
debutaba en esta película, después de algunos trabajos televisivos. Después de
la excelente dirección de actores infantiles que Spielberg desplegó en ‘E.T.’, parecía
muy seguro de sí mismo a la hora de guiar a un chico con un potencial evidente,
pero tendente a interpretar en exceso sus secuencias. Bale es, hoy día, uno de
los actores jóvenes norteamericanos más conocidos y de mayor proyección del
mundo. Y Spielberg puede presumir de haberle descubierto, pero no quizá de
haberle ayudado a componer una gran interpretación.
Hay un gran mérito en
hacer recaer todo el peso de la historia a un chaval casi sin experiencia, y
salir vivo de ello. Bale se dejó literalmente la piel en este difícil trabajo,
pero hemos de decir que, aunque muy esforzada su presencia, son demasiados los
altibajos que la jalonan, y es cierto que por momentos está insufrible. Para
entendernos: Bale es un chaval tan brillante como actor, intenta interpretar
tan bien, que se pasa varios pueblos muchas veces, por lo que su interpretación
es demasiado obvia. Le ha pasado en otras películas posteriores, ya adulto. A
este muchacho hay que contenerle.
A su lado, John
Malkovich da vida a uno de sus personajes más apasionantes. El hombre está muy
bien, aunque quizá, por contra, demasiado contenido. Pero es uno de los
aspectos más notables de la película, pues siempre le observamos con los ojos
del chaval, y el aura, finalmente, que obtiene este personaje es
indescriptible, casi mística. Spielberg se muestra magistralmente
inteligente a la hora de dirigirle, y siempre que está en pantalla la
película sube varios enteros.
Conclusiones
Bienintencionada, con
un punto de autocomplacencia incontestable, al final le acaban pesando a este
buen ‘Empire of the Sun’ su irregularidad y su excesiva duración. Y da la
impresión de que Spielberg se lanza en pos de una seriedad y una trascendencia
algo forzada, sin creérselo del todo. A su lado, ‘El color púrpura’ parece un
relato no sólo mucho mejor acabado, sino más rotundo, menos impreciso.
Pareciera como si
Spielberg pidiera permiso para entrar en el grupo de los directores
consagrados, importantes o prestigiosos, en lugar de reclamar el puesto que le
pertenece. Filma con talento, muchísimo, pero sin convicción, con timidez,
como si los grandes logros obtenidos hasta entonces, más que refrendarle, le
lastraran. Y esta sensación aún duraría un tiempo con sus películas más
ambiciosas.
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