Considerando lo que
nos queda por recorrer del cómic adaptado al cine en la década de los
sesenta, resulta muy obvio afirmar que en aquellos tiempos de tantísima
convulsión social en Estados Unidos, los norteamericanos no tenían muchos
ánimos para el escapismo que suponían los filmes de superhéroes como el que
os traíamos en la anterior entrega de éste especial de “Cómic en cine”, la
correspondiente al ‘Batman’ (id, Leslie H.Martinson, 1966) de Adam
West. Sólo así se explica que durante dichos años sea una y sólo una
la cinta de producción U.S.A que encontramos sobre cómic en contraposición a
las seis que se llegaron a rodar en el viejo continente.
De ellas ya hemos
dado cuenta de las dos concernientes a Tintín y, antes de recalar en Francia e
Italia para las tres que nos quedan previa entrada en el erial que supondrá
la década de los setenta en el mundo de las viñetas en celuloide, nos
detenemos en Reino Unido para analizar lo que en 1966 dió de sí esta
esperpéntica adaptación de uno de los personajes de tira de periódico más
queridos en la pérfida Albión, la bella y letal heroína Modesty Blaise.
‘Modesty Blaise’, el cómic
Creada en 1963 por Peter
O’Donnell llevando a cabo una idea que se le había ocurrido tras un
casual encuentro con una fémina mientras servía en el medio oriente, esta
joven de excepcionales habilidades y un peculiar sentido de la justicia que
es ‘Modesty Blaise’ vió por primera vez la luz impresa en las páginas de
‘Evening Star’ de Londres, sindicándose después a gran cantidad de
rotativos a lo largo y ancho de nuestro planeta.
Siempre en compañía
de su inseparable Willie Garvin, algunos años mayor que ella y nunca interés
romántico por expresa voluntad de su creador, las aventuras de Modesty
abarcaron desde 1963 hasta 2001, año de publicación de la última tira. En
dicho tiempo, el personaje contaría con hasta cinco dibujantes diferentes,
siendo dos los que realmente determinaron la gran mayoría de lo que existe
hoy publicado del personaje: Jim Holdaway, su creador gráfico, y Enrique
Badía Romero, dibujante español que estaría junto a la singular heroína
durante veintitrés años.
Caracterizada por
el peculiar uso del humor, un sentido de la violencia descafeinado de forma
consciente —Modesty y Willie nunca hacen uso de la fuerza letal, evitándola
en lo posible gracias a unas espectaculares habilidades físicas que dejan K.O
a sus enemigos— y una estructura más o menos permanente con personajes
recurrentes como Sir Gerald Tarrant, un oficial de alto rango del Servicio
Secreto Británico, ‘Modesty Blaise’ es uno de esos títulos aparecidos en las
páginas de un rotativo que siempre deben considerarse a la hora de nombrar
lo mejor que ha aparecido en formato tabloide.
‘Modesty Blaise,
superagente femenino’, pastiche infumable
Creo que lo primero
que habría que comentar de la traslación de ‘Modesty Blaise’ al cine, antes
de entrar en ningún otro tipo de apreciación es lo perplejo que se queda uno
cuando descubre que tras las cámaras de tamaño despróposito se encuentra
un director de la talla y el talento de Joseph Losey. Una perplejidad que
se torna en horror cuando la cinta va ofreciendo el festival de sinsentidos
con el que se alimenta su metraje y a la memoria del cinéfilo acuden las
turbadoras y ejemplares imágenes con las que se vertebraban esos dos grandes
títulos que fueron ‘El sirviente’ (‘The Servant’, 1963) y ‘Rey y
patria’ (‘King and Country’, 1964), que el cineasta norteamericano
perseguido por la caza de brujas de McCarthy rodó desde su exilio británico.
Huelga decir que
poco o nada queda en este delirio kitsch y alucinógeno que es ‘Modesty
Blaise, superagente femenino’ (‘Modesty Blaise’, 1966) de las formas
naturales del cineasta, de ese realizador que hizo de la alienación y la
paranoia su marca de fábrica y que aquí parece que ha puesto el nombre por un
lado, la mano para cobrar por otro y ha dejado al primero que pasara por
allí la responsabilidad controlar este barco que se va a pique tras pocos
minutos de comenzar la función.
Afirmaba Losey en
la presentación del filme en Cannes que ‘Modesty Blaise’ era “la cinta que
acabaría con todos los filmes de corte James Bond”. Afirmando
seguidamente que no había visto nada más que la mitad de uno de los cuatro
filmes que hasta aquél momento se habían estrenado del agente 007, la
pregunta más evidente que viene a colación es cómo pretendía el cineasta
romper moldes sin saber qué moldes tenía que romper.
Perdido pues en su
propia contradicción, Losey no es capaz de poner remedio al desaguisado que
es el guión escrito por Evan Jones, que se subió al proyecto tras la
multitud de reescrituras que O’Donnell había hecho de su idea original,
quedando de ésta, según el creador del personaje, “una única línea de diálogo
en el libreto final”; un libreto que se supone hace gala del mismo tipo de
humor que las cintas del agente secreto al servicio de su majestad sin darse
cuenta de que la mezcla entre un equivocado slapstick, un villano de opereta
—sobre el que ahora volveremos a hablar— y escenas sueltas entre las que casi
es inexistente el concepto solución de continuidad albergan menos gracia que
cualquier secuencia escogida al azar de las películas de James Bond.
De rabiosa estética
sesentera, con todo lo bueno —poco— y todo lo peyorativo que pueda asociarse
a tal descripción, ‘Modesty Blaise’ desaprovecha sobremanera a su terna
protagonista en los continuos saltos que el guión va dando de acá para allá.
Para empezar, tenemos a la bella Monica Vitti, una actriz elegida por
su “parecido” con el personaje que no es capaz de aportar nada más allá de su
hermoso rostro y la rotundidad de su físico, paseándose su interpretación por
un alarmante desconocimiento de lo que es el humor en general, y el humor
británico —con todas sus idiosincrasias— en particular.
Junto a ella, y
flanqueándola, los dos hombres de la función, Terence Stamp y Dirk
Bogarde. El que años después sería el General Zod de ‘Superman’
(id, Richard Donner, 1978) traza aquí a un hierático compañero de acento
Cockney que lo único que parece hacer es saltar a la mínima palmada de la
protagonista, quedando su personaje como mera comparsa de la misma durante
la totalidad de la función.
Pero más doloroso
que lo que tenemos que soportar con estos dos es lo que la cinta consigue
hacer con Bogarde. El brillante intérprete británico, que ya había
intervenido en las dos citadas cintas de Losey, no es más que una burda
caricatura, un pálido remedo de los archivillanos de Bond, sujeto a
excéntricos caprichos como beber champán en diferentes vasos a cada cuales
más extraños y desdibujado hasta decir basta por el nefasto guión y, por qué
no, esa imposible peluca blanca que viste durante un 90% del metraje.
Si a todo lo
anterior, que no es poco, se añade una trama que no lleva a ninguna parte,
con personajes que aparecen porque sí y desaparecen del mismo modo y que
podría haberse resuelto en poco más de media hora —siendo muy generosos—,
y un par de momentos musicales entre Vitti y Stamp que provocan ansias de
salir despavoridos a lanzarse de cabeza por el balcón más cercano, se hace
comprensible que tarde o temprano se volviera a intentar adaptar al personaje
con mayor justicia, algo que no conseguirían ni un piloto de televisión
rodado en 1982, ni una precuela filmada en 2003 llamada ‘Mi nombre es
Modesty’, aún más infumable que el desatino que hoy ha ocupado vuestro
tiempo…y el mío.
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