La escritora, directora de Wakolda y XXY, hace películas en las que el cuerpo ocupa el centro de la escena.
Una escena de "Wakolda". Dirigida por Puenzo y protagonizada por Natalia Oreiro y Diego Peretti.
Por Leonardo Sabbatella
En el cine de Lucía Puenzo puede encontrarse un determinismo físico: el cuerpo es al mismo tiempo un destino y un campo de batalla. Cada una de sus películas pareciera preguntarse por el cuerpo y sus deformidades, como si el suyo fuera un cine anatómico. No se trata de cualquier tipo de cuerpo sino de aquellos que se apartan de las normas dominantes, aquellos cuerpos que podrían ser considerados fallados o de excepción. Cuerpos magnéticos.
Alex, el personaje que encarna Inés Efrón en XXY, es intersexual. “Soy las dos cosas”, dice, y se convierte en un cuerpo ilegible para la lógica binaria. La diminuta nena de Wakolda, Lilith, tiene problemas de crecimiento y también ahí opera la necesidad de “normalizar” su cuerpo. Hasta podría pensarse que la leyenda del niño pez (un cuerpo anfibio), que Puenzo hizo novela y película, o las enfermedades que sufren los personajes en la serie Cromo, también son parte de un catálogo de cuerpos anómalos.
Los trabajos de Puenzo están poblados de médicos, científicos, cirujanos, biólogos que parecieran tener la tarea de documentar ese catálogo fisiológico (y otra constante es la aparición de muñecos, rotos o perfectos, mecánicos). A uno de los personajes de XXY “le interesan las deformidades” y Josef Mengele, el médico nazi prófugo de Wakolda, está obsesionado con la experimentación genética y la pureza racial. La deformidad como sistema, como un modo de desbaratar los estereotipos y los disciplinamientos que caen sobre el cuerpo.
Las películas de Puenzo son sensoriales y rítmicas, están escritas con la gramática de cada protagonista (en sus tres películas el punto de vista es el de una mujer). Existen estructuras dramáticas pero por sobre todo trabaja en las tensiones entre personajes. Nada es evidente en el cine de Puenzo; la intimidad es tan discreta como extraña (la relación entre Mengele y Lilith) al mismo tiempo que puede ser escandalosa y violenta (como el tour de force sexual que vive Ailín en El niño pez).
Si algo identifica a sus personajes es que parecieran estar siempre a punto de sentirse sobrepasados. Personajes que no quieren aceptación o tranquilidad sino que van en busca de hacerle lugar a su deseo (cualquiera sea).
El plano inicial con el que un cineasta se da a conocer puede condensar su proyecto completo o, al menos, una forma de mirar fundante. Alguna vez Lucía Puenzo comentó su debilidad por el principio del filme Lolita, de Stanley Kubrick, que empieza con el plano de un hombre pintando los dedos del pie de una mujer. Deliberado o no, su primer largometraje, XXY, también empieza con un pie: alguien camina descalzo por un lugar silvestre. Si en el caso de Kubrick ese plano daba cuenta del grado de obsesión y devoción por Lolita, en el caso de Puenzo pareciera hablar de un acecho, algo que no se puede terminar de ver, como si hubiera algo oculto desde el principio.
Las producciones de Puenzo indican que hay una investigación previa y una recolección de datos sobre la cual se sostiene la estructura narrativa, como si las películas (o la misma serie Cromo) reclamaran que se convierta en una experta provisoria y amateur sobre ciertas disciplinas. Sin embargo, Puenzo no hace esto para convertir sus filmes en correas de transmisión de conocimiento científico sino que, por el contrario, la ficción interviene esos materiales para desencadenar procesos que generen otros sentidos, que rápidamente se asocian a otros temas.
Quizás uno de los puntos más atractivos del trabajo de Puenzo sea la relación que entabla entre escritura e imagen, entre texto y producción audiovisual. Sus tres largometrajes nacen de textos literarios. XXY de un cuento de Sergio Bizzio, El niño pez y Wakolda de novelas de la propia Puenzo. Si en el primer caso tuvo que adaptar y trabajar el texto de otro, en los casos que siguieron tuvo que autoadaptarse, volver sobre sus libros para leerlos ahora en clave de guión. No deja de ser sorprendente el trabajo de un autor con su propio material, como si Lucía Puenzo fuera en busca de conocer el doble cinematográfico que habita en lo que escribe.
Filmografía
Extraído de https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/cuerpos-anomalos_0_Hk3dw8iOZ.html
Una escena de "Wakolda". Dirigida por Puenzo y protagonizada por Natalia Oreiro y Diego Peretti.
Por Leonardo Sabbatella
En el cine de Lucía Puenzo puede encontrarse un determinismo físico: el cuerpo es al mismo tiempo un destino y un campo de batalla. Cada una de sus películas pareciera preguntarse por el cuerpo y sus deformidades, como si el suyo fuera un cine anatómico. No se trata de cualquier tipo de cuerpo sino de aquellos que se apartan de las normas dominantes, aquellos cuerpos que podrían ser considerados fallados o de excepción. Cuerpos magnéticos.
Alex, el personaje que encarna Inés Efrón en XXY, es intersexual. “Soy las dos cosas”, dice, y se convierte en un cuerpo ilegible para la lógica binaria. La diminuta nena de Wakolda, Lilith, tiene problemas de crecimiento y también ahí opera la necesidad de “normalizar” su cuerpo. Hasta podría pensarse que la leyenda del niño pez (un cuerpo anfibio), que Puenzo hizo novela y película, o las enfermedades que sufren los personajes en la serie Cromo, también son parte de un catálogo de cuerpos anómalos.
Los trabajos de Puenzo están poblados de médicos, científicos, cirujanos, biólogos que parecieran tener la tarea de documentar ese catálogo fisiológico (y otra constante es la aparición de muñecos, rotos o perfectos, mecánicos). A uno de los personajes de XXY “le interesan las deformidades” y Josef Mengele, el médico nazi prófugo de Wakolda, está obsesionado con la experimentación genética y la pureza racial. La deformidad como sistema, como un modo de desbaratar los estereotipos y los disciplinamientos que caen sobre el cuerpo.
Las películas de Puenzo son sensoriales y rítmicas, están escritas con la gramática de cada protagonista (en sus tres películas el punto de vista es el de una mujer). Existen estructuras dramáticas pero por sobre todo trabaja en las tensiones entre personajes. Nada es evidente en el cine de Puenzo; la intimidad es tan discreta como extraña (la relación entre Mengele y Lilith) al mismo tiempo que puede ser escandalosa y violenta (como el tour de force sexual que vive Ailín en El niño pez).
Si algo identifica a sus personajes es que parecieran estar siempre a punto de sentirse sobrepasados. Personajes que no quieren aceptación o tranquilidad sino que van en busca de hacerle lugar a su deseo (cualquiera sea).
El plano inicial con el que un cineasta se da a conocer puede condensar su proyecto completo o, al menos, una forma de mirar fundante. Alguna vez Lucía Puenzo comentó su debilidad por el principio del filme Lolita, de Stanley Kubrick, que empieza con el plano de un hombre pintando los dedos del pie de una mujer. Deliberado o no, su primer largometraje, XXY, también empieza con un pie: alguien camina descalzo por un lugar silvestre. Si en el caso de Kubrick ese plano daba cuenta del grado de obsesión y devoción por Lolita, en el caso de Puenzo pareciera hablar de un acecho, algo que no se puede terminar de ver, como si hubiera algo oculto desde el principio.
Las producciones de Puenzo indican que hay una investigación previa y una recolección de datos sobre la cual se sostiene la estructura narrativa, como si las películas (o la misma serie Cromo) reclamaran que se convierta en una experta provisoria y amateur sobre ciertas disciplinas. Sin embargo, Puenzo no hace esto para convertir sus filmes en correas de transmisión de conocimiento científico sino que, por el contrario, la ficción interviene esos materiales para desencadenar procesos que generen otros sentidos, que rápidamente se asocian a otros temas.
Quizás uno de los puntos más atractivos del trabajo de Puenzo sea la relación que entabla entre escritura e imagen, entre texto y producción audiovisual. Sus tres largometrajes nacen de textos literarios. XXY de un cuento de Sergio Bizzio, El niño pez y Wakolda de novelas de la propia Puenzo. Si en el primer caso tuvo que adaptar y trabajar el texto de otro, en los casos que siguieron tuvo que autoadaptarse, volver sobre sus libros para leerlos ahora en clave de guión. No deja de ser sorprendente el trabajo de un autor con su propio material, como si Lucía Puenzo fuera en busca de conocer el doble cinematográfico que habita en lo que escribe.
Filmografía
Año | Película | Papel |
---|---|---|
2000 | (H) Historias cotidianas | Guionista |
2003 | La puta y la ballena | |
2006 | A través de tus ojos | |
2007 | XXY | Directora y guionista |
2008 | Los invisibles | Directora |
2009 | El niño pez | Directora y guionista |
2010 | Más adelante (corto) | Directora |
2013 | Wakolda | Directora y guionista |
Año | Ficción | Papel |
---|---|---|
2015 | Cromo (serie de TV) | Directora |
Extraído de https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/cuerpos-anomalos_0_Hk3dw8iOZ.html
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