viernes, 5 de junio de 2020

Pequeños grandes films: Bagdad café, de Percy Adlon, 1987.



POR NEREA ALONSO.

Desierto de Mojave, Estados Unidos. Un matrimonio alemán discute, entre planos torcidos y ángulos aberrantes que simbolizan un desequilibrio extremo.  La música, sin embargo, tiene aires circenses. Parece que el director de la película, Percy Adlon, se tomara la discusión a guasa. Hasta ahora, el cámara no ha estado quieto ni un segundo. Todo son diagonales.



Estamos viendo BAGDAD CAFÉ, una elección de Nerea Alonso, quizás, mi amiga más antigua y también, de las mejores. Nos conocemos (y queremos) desde preescolar ¡Casi nada!. La mentira no existe entre nosotras y no porque no queramos. Es imposible. Nos tenemos demasiado caladas y cualquier gesto, de una o de otra, basta para saber qué estamos pensando. Transparencia impuesta, más bien.

La mujer alemana pone fin al altercado, cogiendo su maleta y cortando por lo sano. Su marido se larga en el coche dejando caer un termo de café en la carretera y ella, sola, emprende un nuevo camino vagando por aquel desierto ubicado entre el sur de Nevada y el noroeste de Arizona.
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Nerea toma un café con leche, yo lo bebo solo y las dos fumamos. Ella, Pueblo, de liar, y yo Camel, como siempre.  Me alegro de no haber visto la película antes porque así hay más emoción. Desde que éramos pequeñas nos pasan las mismas cosas. En el cine, por ejemplo, si ella ha visto la peli y yo no, se suele hacer la interesante y cuando yo, por fin, me atrevo a preguntarle, porque siento un ansiedad horrorosa y necesito saber qué pasa, me mira con cara de póker y se calla como una puta. ¡No suelta prenda jamás!.
Al final del paseo, la alemana llega al Bagdad Café, un truck stop que, en USA, viene a ser lo que en Europa llamamos área de servicio aunque, eso sí, incluye algunos extras.  Un lugar donde aparcan los camiones, una gasolinera, un motel de carretera, cutre y sucio, regentado por un matrimonio negro que también riñe. Él, tranquilo, despistado y bonachón. Ella, la esposa, se llama Brenda y tiene una mala leche alucinante. No sabe sonreír.
Nerea me avisa: “aquí empieza la película”.


La alemana se llama Jasmín y cuando entra en el motel, el marido de Brenda sale. Su esposa le ha pedido que se marche y no vuelva jamás. Está harta de él, de hacer todo sola, de tener tantas responsabilidades y pedirle, una vez tras otra, que vaya al pueblo a recoger la nueva máquina de café: “¿Qué demonios es un café que no sirve café?”.
Lo mejor de la película es, sin duda, la banda sonora. ¡Buenísima! El tema central es  de Jevetta Steele y se titula ‘Calling you’. Es jazz, suave, sensible y con una elegante voz femenina que dibuja sentimientos de desesperanza con un pincel de terciopelo. Fue la sintonía del programa de mi padre en Radio Salobreña, ‘Martes de Jazz’, durante unos cuantos años.

Seguimos tomando café y fumando cigarrillos. A veces, paramos la película para comentar algunos aspectos. Nerea, que se dedica a la imagen, fija y en movimiento, hace reflexiones más técnicas. A las dos nos llama la atención el color. Todo el largometraje está teñido de tonos sepia con toques verdosos ¿Será un intento de simbolizar la esperanza?
La verdad es que, puestos a interpretar, podemos rizar el rizo…
Aprovecho las pausas para hacer alguna foto de la pantalla. Hay planos que merece la pena capturar.
Bagdad Café es una película alemana, del año 1987, por aquel entonces, Nerea y yo sólo teníamos dos años. Cuando caemos en la cuenta, no podemos evitar recordar algunas anécdotas de nuestra infancia. Las dos vivimos en el Casco Antiguo de Salobreña (Granada), un lugar cuyo acceso obliga a subir unas cuantas cuestas y algunas de ellas, bastante empinadas.  Aquellos maravillosos años de colegio, aquellas mochilas cargadísimas de libros que pesaban como si fueran llenas de ladrillos, aquellas partidas de quema en el C.P. Mayor Zaragoza y los miles de momentos, con disfraces incluidos, que compartíamos con nuestra queridísima amiga Rocío Galiana, ¡Éramos un trío inseparable! Pero, basta de nostalgia. Intentaré convencer a Ro para que también colabore en esta sección. ¡Hace demasiado tiempo que no vemos una película juntas!



Volvemos a Bagdad Café. Es lenta ¡Muy lenta! Pero tiene un buen mensaje. Es increíble cómo una situación tan adversa puede acabar siendo amable. De hecho, creo que se trata de una lentitud premeditada. Seguimos interpretando. Aquel truck stop, en medio del desierto, es un sitio donde nunca pasa nada. Monótono y aburrido, hasta que llega Jasmín, claro. La alemana y su magia…
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El motel regentado por la rancia Brenda, rara vez acoge a huéspedes de una sola noche. Tiene clientes fijos que prácticamente, viven allí. Un viejo decorador de Hollywood que ahora pinta cuadros horribles y se empeña en retratar a Jasmín.   -No voy a destripar la peli pero, por favor, si la veis, pensad de mí y en este apunte: me encanta la relación que nace entre ambos– Una joven y guapa tatuadora que además, se saca una pasta extra con el oficio más antiguo del mundo, el hijo de Brenda, Salomón, un muchacho que tiene un bebé y sólo vibra tocando el piano, su hermana, una chica moderna y ‘sueltecilla’ que tiene más cara que espalda y jamás ayuda a su madre en el negocio familiar y además de ellos, al principio, hay poca gente más.
Los camioneros que hacen uso del parking del Bagdad Café no usan el motel. Si dan alguna cabezada, lo hacen en el interior de sus propios vehículos. El dinero lo gastan en café, gasolina y algún polvo rápido con la tatuadora, una ‘personaja’ que odia la armonía.


California: Bagdad Café, un lugar para la nostalgia


Es el bar donde se filmó la película de los 80 que evoca tantos recuerdos. 



Este sitio tiene magia. Mucha magia. Con sólo entreabrir la

puerta, un soul maravilloso y ronco que parece salir de la vieja

rocola arrumbada en un rincón, acaricia los oídos. Es temprano y el

lugar huele a café. El sol se cuela por las ventanas y aterriza

impertinente sobre la barra y las mesas. El espacio es real, de

carne y hueso. Pero hay algo casi sobrenatural que impregna el

ambiente y es el inconfundible sabor de la nostalgia. Es Bagdad

Café, el punto exacto en medio del desierto de Mojave donde se

filmó la película estrenada en 1988 y premiada en Europa. 



Bagdad Café está sobre la Ruta 
66, en Newberry Springs, California. Aquí se rodó el filme de Percy Adlon, protagonizado por la alemana Marianne Sagebrecht y los estadounidenses Jack Palance y CCH Pounder, que fue un éxito del cine independiente de los 80. En este preciso momento parece asomarse Jasmin, esa turista germana regordeta que abandona a su marido en medio de la ruta desolada y llega caminando con su valija, su desubicado trajecito gris y sombrero con pluma a este lugar, administrado por Brenda, una mujer de raza negra, y habitado por una galería de personajes tan raros como adorables.


En un principio las mujeres se recelan, son tan distintas que casi 

se detestan. Hay un choque de personalidades y culturas que se va 

apaciguando hasta que logran una relación entrañable. En el medio, 

un pintor -el curtido Jack Palance- muere de amor por Jasmin y 

quiere retratarla. Al final, la alemana logra cambiar el lugar y las


vidas de los personajes -también la propia- y Bagdad Café pasa de 

ser un rincón de mala muerte a uno de los sitios más alegres 

y concurridos de la zona.





Parece una deliciosa foto instantánea en el desierto, embebida de la sensual cadencia de I´m calling you, de Jevetta Steele. Aquí está la ruta, el motel desvencijado de los 50 -un cartel descolorido anuncia que hay ¡TV gratis!- y el mítico café. También el inmenso tanque de agua y el carromato plateado donde dormía Palance durante la filmación.
Adentro, es modesto: una barra con asientos altos, algunas mesas, una vieja rocola, un piano y miles de papelitos clavados en la pared, donde los turistas dejan algunos mensajes. 




La dueña se llama Andrea Pruett y cuenta que el café fue construido hace más de 50 años y que se llamaba Sidewinder. En 1987 fue elegido para rodar la película.

"Vivimos en Los Angeles casi 23 años y, junto con mi marido, compramos por aquí un lugar para criar avestruces. Un día paramos en el café a comer y la dueña dijo que quería venderlo. Nosotros no sabíamos de la película en ese momento porque no era muy conocida en EE.UU.", dice Andrea, detrás del mostrador.




Pero su hijo, actor, les hizo ver el filme y les dijo: "Tienen que comprarlo". Trato hecho. "Yo no quería hacerme cargo de un restaurante", recuerda Andrea. El cocinero y un ayudante que había entonces apostaban: "No va a durar ni 6 meses". Pero ella se puso el lugar al hombro.

Le cambió el nombre por Bagdad Café y comenzaron a llegar turistas de todo el mundo, especialmente de Francia. "El 75% de mis clientes habla francés", dice Andrea, y recuerda que la película fue un éxito en Europa y obtuvo el premio César de ese país al mejor filme extranjero. 



Pocos estadounidenses recalan aquí. Como la mayoría es extranjera, no extraña que el candidato favorito entre la clientela para las elecciones del martes sea Barack Obama, el preferido en el exterior, según las encuestas. Los franceses "aman a Obama y también a Hillary Clinton", señala Andrea y agrega que "muchos están desilusionados porque ella no está en la fórmula". 

El negocio, a contrapelo de lo que sucede en el resto del país, marcha al ritmo de las relaciones internacionales. La dueña cuenta que cuando EE.UU. envió las tropas a Irak, "aquí los estadounidenses estaban contentos, pero la decisión nos afectó en el mundo". Y agrega que entonces las cuentas no le cerraban porque "los franceses no querían venir para acá".



Ahora, dice Andrea, "la gente está llorando en el país por la economía, pero éste es un buen año para mí porque llegan muchos turistas". 'Obama o McCain? "Voy a votar a Obama", señala. "Será un comienzo nuevo y fresco. También tiene una mente abierta para escuchar a todos".

Acostumbrada al contacto con gente de todo el mundo, la dueña también dice tener hoy la mente abierta. Andrea ha sufrido mucho y su pequeño mundo de café y hamburguesas la ayudó a salir del pozo. "Perdí a mi hijo, en febrero de 2002, y mi marido murió dos meses después. Por eso estuve en el fondo. Pero por Bagdad Café me mantuve viva".

Como Jasmin en la película, Andrea llegó al desierto con otras intenciones que no eran precisamente las de recalar en un restaurante. Pero a ella también este lugar le cambió la vida. Le cambió el alma. Para ella, la 66 es la madre de todas las rutas y Bagdad Café, el centro del universo. 



http:clarin.com/diario/2008/11/01/um/m-01793635.htm


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