lunes, 17 de septiembre de 2018

El cine según Federico Fellini.



Selección de textos por Gilbert Salachas.





El músico 

Mi predilección por Nino Rota como músico se debe al hecho de que me parece que él mismo está muy próximo a mis temas y mis historias y porque trabajamos juntos (no hablo de resultados sino de la manera como se hace nuestro trabajo) en forma muy satisfactoria. No soy quien le sugiere los temas musicales, puesto que no soy músico. Sin embargo, como tengo ideas bastante claras del film que estoy tramando, en todos sus detalles, el trabajo con Rota se efectúa exactamente como para la elaboración del guión. Me paro junto al piano donde se instala Nino y le digo exactamente lo que quiero. Naturalmente, no le dicto los temas, sólo puedo guiarlo y decirle con precisión lo que deseo. Entre todos los músicos del cine, en mi opinión él es el más humilde porque para mí hace una música totalmente funcional. No tiene la presunción del músico que quiere hacer oír su propia música. Sabe que la música de una película es un elemento marginal, secundario que no puede colocarse en primer plano salvo en raros momentos y que, en general, debe conformarse con apoyar el resto.


Federico junto a Alberto Sordi


Sobre los productores

"Después de haber leído el tratamiento (Le notti di Cabiria), Godoffredo Lombardo, llamó a Federico. Su conversión se desarrolló poco menos como sigue: "Se trata de un film peligroso... Hablemos francamente de ello... Hiciste un film sobre los pederastas (aludia a I Vitelloni, pensando sin duda en el personaje de Natali), después uno sobre los saltimbanqui, otro sobre los estafadores. Querías hacer uno sobre los locos, ¡Y ahora me sales con las prostitutas! Me pregunto cuál será tu próximo film... " Fellini, encolerizado le respondió: "Sobre los productores".

El productor cinematográfico, uno de los personajes más típicos del capitalismo moderno, aliena la vida de sus subalternos. Nuestra profesión (cuando no conservamos con total claridad la idea de "frontera hostil" entre nosotros y el hombre que se encuentra detrás de su enorme escritorio) es la de "vidas vendidas".

No existen films malos que no hayan sido hechos por falta de productor y por afectación intelectual, o buenas películas que no hayan sido hechas "a pesar de" los productores. Los productores no sólo deciden el sentido de la producción, sino también el sentido de la mentalidad y el vestuario, e incluso la atmósfera psíquica de las masas que, por lo menos una vez por semana, son víctimas de las imágenes que las pantallas despliegan ante sus ojo. Quisiera decir, en suma, que el cine (en el plano comercial y únicamente desde este punto de vista) es una venta de cocaína bien organizada (por el dinero que reporta), pero injústamente autorizada.

Me gustaría que todas las películas nocivas, es decir idiotas, psíquicamente malas (promotoras de aridez, de alteración...) fuesen prohibidas y quemadas en la plaza pública al toque de tambores. Por el contrario, los films al final de los cuales uno se encuentra enriquecido, los films que nos hacen "respirar" -sea cual fuere su "mensaje"- deberían dar la vuelta al mundo y no detenerse nunca. ¡Ojalá hiciéramos más de uno o dos por año!.



En cuanto a los directores, es en esta situación donde hay que buscar la razón por la cual, también ellos, incluso los "más grandes", se derrumban por lo general después de tres o cuatro buenas películas y son aprisionados por el conformismo banal o por la ostensión maniática. El cine es una pequeña sociedad que respira el aire limpio o infecto de la gran sociedad (el de la humana y la política, para entendernos). El cine se adapta trágicamente a la moralidad y a la costumbre de una "época". Sin embargo, muchas veces el cine anuncia y despierta tiempos nuevos: y entonces se debate y se desprende de esta esclavitud (incluso el neo-realismo). Los nuevos, los auténticos realizadores son los autores de las revoluciones artísticas; los productores son los autores de las reacciones antiartísticas. Nosotros construimos, ellos derrumban. Lo destruyen todo: espíritus y cuerpos; gracias a ellos generaciones enteras de mujeres aprenden a menearse y los hombre a raparse la cabeza. Y estos serían los males menores.

¿Qué puedo sugerir sino la resistencia más encarnizada, la lucha más feroz, a puñetazos? Que el público haga oír bien alto la voz de sus gustos. ¡Que los realizadores se alíen y les muestren sus miradas cargadas de rabia, que griten con toda la voz su desprecio y que no doblen la espalda!.

Y Fellini termina su carta escribiendo: "Perdoneme este desborde desordenado que algún día tendré que negar."

Publicado originalmente en L'Express, 16 de agosto de 1957.





Las profesías habían sido desastrosas, incluso para "La Strada" y para "Cabiria" y podría hacer reír a toda Italia durante una semana entera si enumerase las previsiones catastróficas que recibieron cada una de mis nuevas ideas, pero eso sería muy fácil. Por lo demás, nunca realicé un film con el productor con el cual estaba comprometido por contrato.

Firmé con La Cines para "El jeque Blanco" la hice con Rovere; estaba comprometido con Rovere para "I Vitelloni, la filmé con Pegoraro; firmé con Pegoraro para "La strada", pero la hice con Ponti; "Il Bidone", con Ponti, terminé filmándola con La Titanus; estaba comprometido con La Titanus para "Cabiria", la hice con De Laurentis; había firmado con De Laurentis, para "La dolce vita" y vaya a saber Dios con quién la haré. Cambio de productores (para "Cabiria" llegué al buen número de once), pero jamás de tema. Durante estos avatares mis pretensiones disminuyen y, finalmente, agotado, acribillado de deudas, estoy dispuesto a aceptar cualquier condición. De manera que puedo considerarme el director peor pagado de Italia. Pero por lo menos quiero poder trabajar a mi gusto. No quisiera filmar "La dolce vita" en inglés con un actor tipo americano y muchachos de café de la Via Veneto que hablen a la manera de Laurel y Hardy y no en romano.

Esto hubiera sido como filmar "I Vitelloni" en inglés. Más habría valido dejar de rebelarme contra esas tentativas de corrupción que llueven de todas partes e irme al Brasil a filmar, por trescientos millones de liras, Simón Bolivar; o arrepentirme de haber rechazado, con el pretexto de cálculos al hígado (para no pasar por loco), el ofrecimiento de doscientos mil dólares que me hizo Hal Wallis para ir al interior de un país, a no sé qué llanura, para rodar una película sobre caballos.

No quiero pasar por un poeta, pero siempre tuve un complejo casi infantil con las cifras que me impide traducirlas inmediatamente -como lo hacen otros- en proyectos maravillosos: coches de lujo, quintas, visones. Pero, por encima de todo, para trabajar, necesito divertirme, estar galvanizado por la confianza y el entusiasmo. De otro modo, no aceptarían por nada del mundo levantarme a las siete, importunar a la gente a cualquier hora del día como un vulgar SS a fin de que se ponga a mi disposición. o aullar por un megáfono,en plena calle, como un payaso.


Publicado originalmente en Cinema 59, número 34.

Estriado de Fellini por Gilbert Salachas, Monte Avila Editores. 1971.




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