“¿Esto es solo cariño? ¿Es amor? ¿Es amistad?” | Ricardo Darín, Mercedes Morán y El amor menos pensado
El paso del tiempo puede consolidar una relación de pareja, hacerla más madura e indestructible o bien pueden emerger conflictos que estaban anquilosados y desatar una crisis profunda. Lo que les pasa a Marcos y Ana no es ni una cosa ni la otra. Hace veinticinco años que formaron matrimonio y ahora que su hijo decide dejar la casa familiar, ellos se dan cuenta de que no funcionan de la misma manera. Es cierto que no hay un desencadenante dramático y mucho menos doloroso, pero ambos deciden separarse. ¿El tiempo acomoda todo, como suele decirse? Mmmm... La vida de solteros les parece fascinante y excitante al principio, pero pronto se torna también monótona para ella y pesadillesca para él. Ricardo Darín y Mercedes Morán son quienes les dan vida a Marcos y Ana en El amor menos pensado, la ópera prima de Juan Vera, quien tiene una amplia trayectoria como productor y ahora debuta como cineasta. El film se estrenará el jueves 2 de agosto y permitirá a los espectadores reencontrarse con esta dupla exitosa, tras la participación de ambos en Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella, estrenada hace catorce años. En este caso, se trata de una comedia romántica que, por momentos, tiene humor y en la que también participan Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Andrea Politti, Norman Briski y Juan Minujín, entre otros.
Los unos y los otros
“Es una película que habla de las preguntas más frecuentes que nos hacemos en las parejas después de un tiempo considerable de estar juntos”, señala Morán en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Darín. “Ellos se preguntan si lo que los une es amor, si todavía están enamorados. Como la pareja está bien y no hay un conflicto que los atraviese, se interrogan: ¿Esto es solo cariño? ¿Es amor? ¿Es amistad? Ellos se hacen esa pregunta y ese es el disparador”, entiende la actriz. A su lado, Darín tiene su propia visión al respecto: “Si hacés foco sólo en los personajes centrales podés hacer un análisis del amor y la convivencia, el amor conyugal. Ahora, creo que la película va un poco más allá de eso porque hace una especie de muestrario de distintas posiciones frente a situaciones diversas en distintas relaciones de pareja”, sostiene.
–¿Un mapa afectivo?
–¿Un mapa afectivo?
Ricardo Darín: –Lo hace un poco deliberadamente para poder volver a ocuparse de la pareja central, para alimentar un poco esa relación, pero hace un mapeo.
–¿El punto de partida del conflicto es el nido vacío?
R. D.:–Es un disparador. El personaje de Mercedes dice: “No es eso lo que nos está pasando”. Y ahí es donde se ponen a intentar profundizar qué es lo que les ocurre a los dos. Y tiene que ver con cuestiones que son más personales que de pareja. Tiene que ver con qué le está pasando en la vida a cada uno y cuál es su pronóstico a futuro. Ella lo dice claramente: “¿Cuál es el próximo evento que va a ocurrir en mi vida? ¿Ser abuela?”.
–¿Estos personajes tienen miedo a envejecer?
Mercedes Morán:–No está desarrollado, pero están atravesando un momento de su vida donde el porvenir los inquieta, los interpela con muchas preguntas: ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué va a ser de mi deseo? ¿En qué me voy a convertir? ¿Qué somos nosotros? ¿Qué nos une? ¿Qué nos separa? Creo que siempre el paso del tiempo te interpela. A un adolescente también.
R. D.:–Eso que decís del deseo es claro. Normalmente hay como una especie de acuerdo tácito universal en que después de veinte años, en una pareja el deseo pasa a otro plano. Y esa es una de las preguntas clave: ¿Por qué pasa a otro plano? Es muy inteligente el guion desde ese punto porque plantea cosas individuales; son personales y metidas en lo que es el contexto de una relación de pareja. Fíjese que cada uno de los personajes (sobre todo los centrales) esgrime en determinado momento algún tipo de argumentación en función de lo que es la individualidad. Marcos dice: “Yo tengo miedo de quedarme quieto, de que no pase nada, que todo esté programado y sea todo previsible, no tener lugar para una sorpresa, no tener espacio para estar solo si se me canta”.
M. M.:–Los personajes están atravesados por esos conflictos existenciales, y no saben, por estar en el medio de todos ellos, si atribuirlos a la relación de pareja o no. Esta no es una pareja que entre en crisis por alguna cosa concreta y cierta sino que los dos empiezan a hacerse todas estas preguntas y responden así.
R. D.:–Además, se permiten un recreo largo (risas).
M. M.:–Me parece muy acertada la frase del cartel de la película: “Se casaron, se separaron y fueron felices”. Es como el anticuento, ¿no? Es el anticuento por excelencia. Y me parece que es atractiva porque derriba un montón de lugares comunes.
–Es interesante lo que dicen acerca de la crisis porque los personajes no se sienten lastimados uno por el otro al separarse. En ese sentido, hay como un punto de llegada en la relación pero que puede transformarse también en un punto de partida, ¿no?
R. D.:–Todo aquel que haya atravesado una situación complicada y tensa en una relación de pareja sabe que hay zonas, frases, palabras y cosas que no se pueden decir porque es un punto sin retorno. Cuando entrás en el nivel de la agresión, de pasar facturas o pelear por las estupideces más triviales del materialismo es muy difícil volver para atrás y reconstruir. Sólo es posible un universo como el que atraviesan estas dos personas teniendo en cuenta dos cosas: una, que se aman (y dicen que se quieren), y la otra es que no se han permitido atravesar ninguna situación conflictiva. Por eso es que es especial el foco en lo que le pasa individualmente a cada uno; es decir, no se han herido.
M. M.:–Ellos deciden empezar a responderse esas preguntas que se les están armando en sus cabezas por separado, lo cual es una actitud súper respetable. Por supuesto, el punto de partida es cuando el hijo se va, pero termina algo que han hecho juntos, que es esta construcción o proyecto que llegó a su fin. Fue un éxito porque el hijo va en búsqueda de su destino. Y aparentemente, ellos se quedan sin una cosa en común para hacer. Entonces, es lógico que las respuestas a esto las busquen de manera separada. Me parece que la película desdramatiza algunos temas que está bueno hacerlo, como por ejemplo, la separación.
R. D.:–Lo desacraliza, lo pone en otra órbita.
R. D.:–Lo desacraliza, lo pone en otra órbita.
–Sin embargo, no está anulado el deseo de uno por el otro. Esa la impresión que queda...
R. D.:–No, esa es una cuerda que, además, no se cortó. Y probablemente mantengan la relación que mantienen, a pesar de estar separados. Hay tensión ahí, incluso sexual.
M. M.:–Pero también es cierto que ellos no tienen encuentros sexuales estando separados, a pesar de que esa tensión existe.
R. D.:–Pero él la boludea un poco (risas).
–Gabriel Rolón dice que uno puede estar enamorado y, a la vez, desear a otras personas. ¿Qué piensan de esto en relación a sus personajes?
M. M.:–Te puede pasar que pongas el deseo en otro lado. Es el famoso vínculo que tuvimos en Luna de Avellaneda: a nuestros personajes les pasaba eso. Eran amigos, tenían una relación casi de hermanos y un día se atravesaron los papeles y sintieron un deseo, lo llevaron a cabo y al otro día ya estaba, ya había sucedido.
R. D.:–Lo que pasa es que los deseos se agigantan en la medida en que te sentís muy alejado de ellos. Si los tenés más al alcance de la mano o tenés algún camino de acceso posible, a lo mejor se transforma en una cosa menos dramática o sacralizada.
–¿Qué factor juega la nostalgia en cada uno de ellos?
R. D.:–No hablo concretamente de nuestros personajes en la película, pero tengo la leve sensación (y espero que me perdonen si esto es una barrabasada) de que el hombre está más cercano a la nostalgia que la mujer. La mujer tiene una reacción que me parece infinitamente más saludable: cuando hay que hacer la valija y mover, mueve rápidamente. Los tipos nos quedamos más enganchados con el tango, con la cosa...Yo me separé de mi mujer hace muchísimos años (por suerte nos volvimos a elegir, para decirlo de una forma perfumada) y yo estuve como tres o cuatro meses que me arrastraba por el piso; me paraba en la esquina de mi casa y hasta que no apagaban las luces de los cuartos de los chicos y del de ella no me podía ir. Se me ocurrían letras de tango, boleros, una cosa ridícula (risas). No digo que ella no lo haya padecido o sufrido pero tenía otra actitud. No sé si son todas las mujeres o es así ella.
–Acá hay una mujer. ¿Cómo lo ve?
M. M.:–Soy bastante parecida a la mujer de Ricardo en ese sentido. Yo tengo una incapacidad de sostener en el tiempo un bajón, una tristeza. No sé si es que me da mucho miedo, pero necesito dar vuelta la página. Y, a medida que pasa el tiempo, como soy consciente de que es menos el tiempo que me queda por delante, se me profundiza eso. No la voy a pasar mal. No es mi naturaleza sino una incapacidad porque me acuerdo que de adolescente me gustaba, por supuesto, regodearme en el dolor. Me veía llorar en el espejo. Había algo del sentimentalismo que me abrazaba con fuerza. Ahora soy más fría (risas).
R. D:–No, pero eso no es frialdad.
–Elabora más rápido los duelos...
M. M.:–Puede ser.
R. D.:–Sí, pero eso no es frialdad. Es el instinto de conservación de la especie.
–Igual, el amor tiene algo de dolor, ¿no?, sin que llegue a ser patológico...
M. M.:–Por supuesto. No existe un vínculo profundo que no sea atravesado por todos los sentimientos. Así como hay deseo también hay un sentimiento paternal, maternal, de hermanos, de amigos. Por eso es tan indefinible porque es todo.
R. D.:–Lo que pasa es que lo que más intoxica al amor es el sentido de la posesión. Hemos sido muy mal educados realmente. Hemos sido educados solamente para retener, para acaparar, para agarrar, para anudar. Muy pocas sociedades se encargan de educar a la gente para soltar, para liberar, para acompañar. Ahí entra a jugar el sentimiento de la posesión del otro; es decir, “si yo te quiero sos mío”. Y todos sabemos que no es cierto.
M. M.:–Es tremendo, incluso desde el punto de vista de la ley: “Sos la señora de”. Después, ¿por qué se nos va a acusar de que el otro te quiera controlar y vos te pongas dependiente? Ya hay algo más que cultural: es algo legal que está marcando eso. Es perverso en ese sentido. Y yo creo que ese tipo de cosas no ayudan a que las relaciones sean exitosas. Si vos tenés que hacerte cargo de ocuparte y ser mi dueño y yo tengo que acostumbrarme a ser tu posesión es difícil que no jodamos esta felicidad que hoy nos toca. Entonces, no conduce a relaciones muy exitosas ni para los hombres ni para las mujeres.
R. D.:–Por eso, hoy muchos chicos están eligiendo el camino de la experimentación. No se casan a priori, como ocurría décadas atrás que vos veías gente que se casaba tan temprano. Y eligen experimentar sin lazos formales o legales: “Vamos a ver qué pasa”, dicen. Me parece que es como buscar un punto de equilibrio frente a esto que vos decís que es tal cual.
M. M.:–Sí, son unas construcciones tremendas que las hemos naturalizado y nos hemos sentido fracasados cuando no nos fue bien. Hay que cruzar este océano. No es la tormenta creada. No es fácil por más buenas intenciones que tengas.
–Igual, esas cosas se están derribando por la lucha de las mujeres y la reivindicación que han logrado en los últimos tiempos, ¿no?
M. M.:–Sí. Yo soy una convencida de que esta lucha de igualdad de derechos va a contribuir a un mundo más feliz para hombres y mujeres.
–Para encontrarse con uno mismo, como lo buscan estos personajes, ¿hay que estar en soledad?
M. M.:–A veces, ayuda para empezar porque no estás escuchando otra voz que las propias.
R. D.:–En el caso de la esquizofrenia ni hablar (risas).
M. M.:–Hay que empezar a discriminar de todas las voces interiores que escuchás cuáles hablan de deseo, cuáles hablan de mandato, etcétera, pero no como un estado permanente. A mí me gusta. Cada tanto, necesito estar en soledad. No me asusta. Me entretengo. Y me gusta también cómo salgo de ahí para reencontrarme con mis afectos. Hay algo de poder tocar esos opuestos y revalorar las compañías. Nunca lo he padecido porque tampoco nunca estuve condenada a largos períodos de soledad. A lo mejor, si me sucediera eso, no diría lo mismo. Pero para mí ha sido de mucha utilidad.
R. D.:–Hay momentos y momentos. Hay momentos en que estás más encimado sobre el otro. Hay como una intención inconsciente de formar con la otra persona una unidad. Es como una tendencia casi animal que, en muchos casos termina arrojando como resultado un producto que es precisamente producto de esa fusión. Después, hay otras etapas en la vida, donde el ensimismamiento no contribuye ni a la claridad ni a la salud de la relación. Yo adoro la soledad. Por suerte, con mi mujer tenemos una casa grande y casi diría que tenemos espacios, donde podemos estar en soledad. Mi mujer es una ermitaña por naturaleza y yo creo que también en un punto. Entonces, nos juntamos y nos acercamos cuando nos andamos buscando. Y es muy gracioso porque nos andamos buscando seguido y, a veces, en forma circular (risas). Yo voy por un lado y ella está viniendo por el otro. Esa es la parte humorística de esto. Pero quiero decir que es muy bueno tener períodos de soledad con uno mismo para ser reflexivo y para desintoxicarse de todos los deseos del otro que, en muchos momentos, se puede confundir una cosa con la otra. Hay una negociación permanente y decís: “¿Qué vamos a ver?”, “¿Qué vamos a comer?”.
M. M.:–No sabés si tomás sopa porque te gusta o porque el otro te la prepara (risas).
R. D.:–Bueno, yo he incorporado elementos alimenticios a mi dieta que aborrecía, pero no me ha quedado más remedio. Si no, me cagaba de hambre (risas). Ahora, estoy comiendo vegetales y legumbres todo el tiempo, que son muy buenos y se lo agradezco, pero son cosas que ni mamado hubiera probado (risas).
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/131576-esto-es-solo-carino-es-amor-es-amistad
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