Por Alberto Abuín
Hablar de William
A. Wellman en esta sección de Blogdecine es algo que vengo
haciendo desde hace tiempo, en algunos casos con películas muy conocidas, o
en otros de films menos conocidos. En el segundo grupo se enmarcan la de hace
poco, ‘Escrito en el
cielo’ (‘The High and the
Mighty’, 1954), y la presente, ‘El infierno blanco’ (‘Island in the
Sky’, 1953), ambas protagonizadas y producidas por John Wayne. En las dos películas se nota el amor que el director
tenía por la aviación, y ambas siendo buenas películas pueden considerarse
Wellman menores, aunque ya les gustaría a muchos directores que sus obras
mayores fueran la mitad de buenas que éstas. La que hoy nos ocupa es la
primera colaboración entre el famoso actor y el director, y es la que tiene
la historia más sencilla de todas.
En esta película
también tenemos oportunidad de oír, más que presenciar, por motivos obvios, a
Wellman en su faceta de actor, ya que él se encarga de prestar su voz al
narrador de la historia. Ernest K. Gann adapta su propia novela de
idéntico título al de la película, el original, que traducido sería ‘Una isla
en el cielo’, que no tiene absolutamente nada que ver con la
traducción/doblaje que le pusieron en nuestro país, ese infierno blanco hace
referencia evidentemente al lugar frío de Canadá en el que un avión debe
realizar un aterrizaje de emergencia, pero el original es más poético y se
refiere metafóricamente al modo de vida de los aviadores, que en esta
película actúan como una familia de lo más unida. El carácter grupal de los
personajes puede recordar un poco a las películas de Howard Hawks.
(From here to the
end, Spoilers) ‘El infierno blanco’ narra la historia del aterrizaje
forzoso y posterior rescate de sus tripulación. John Wayne, en una de
esas interpretaciones que podía hacer incluso dormido, da vida al capitán
Doodley, quien sobrevolando zonas canadienses poco transitadas, debe realizar
un aparatoso aterrizaje de emergencia debido al extremo frío que está creando
un peligroso hielo en el fuselaje del avión. Tras el mismo, filmado por
Wellman con una sencillez y efectividad que asusta, la película reparte su
tiempo en mostrar por un lado, la odisea personal de los cinco tripulantes
del avión a temperaturas de 40 grados bajo cero, y por otro, la búsqueda por
parte de los amigos y compañeros aviadores de Dooley. Casi podríamos hablar
de dos películas fusionadas en una y que el director fusiona con extraña
habilidad, aunque para ello tenga que sacrificar apuntes en ambas partes.
Me resulta mucho
más interesante las secuencias que recogen a todos los compañeros que se unen
para acciones de búsqueda y rescate, con un dibujo de personajes más extenso,
situaciones que son comedia pura —la personalidad del rol de Andy Divine,
que se alza como el mejor actor de la función y también el mejor descrito,
tal vez por la excelente composición del actor; también el retrato de la
cotidiana vida profesional de alguno de ellos y sus personalidades, ejemplo,
el aviador que cuando lo van a despertar con urgencia tira a su “despertador”
por la ventana—, y también ese compañerismo latente entre todos, sufriendo
por la terrible suerte de sus amigos perdidos mientras agotan el tiempo de
encontrarlos con vida. Son instantes en los que se refleja una emotividad muy
controlada, sin cargar las tintas pero profundamente efectiva, y sobre todo
bien transmitida al espectador, que sufre con los buscadores su angustia.
Wellman, Devine y Wayne en un
descanso del rodaje de ‘El infierno blanco’
La parte de Dooley y sus hombres luchando contra un temporal de frío que hiela la sangre de sólo verlo en pantalla, es quizá un poco más tópica y recorre caminos más trillados. Así tenemos las típicas reacciones de temor ante una situación que cada vez se pondrá peor, y cómo no, la muerte de uno de ellos, tal vez el mejor instante de esa parte, resuelto de forma brillante por Wellman: un hombre se pierde entre un viento de frío, dando vueltas sobre sí mismo yendo a morir a escasos metros del avión, el cual vemos con una desplazamiento de cámara que nos revela una de las alas del aparato. Un momento tan crudo que recuerda a otro, salvando las distancias, de una de las mejores películas de su director, ‘Fuego en la nieve’ (‘Battleground’, 1949). Ese momento resulta mucho más estremecedor que el íntimo entierro del hombre fallecido en el que destaca otro movimiento de cámara muy significativo, aquel que une tierra y aire a través de dos árboles. La naturaleza, siempre presente en los films de Wellman.
‘El
infierno blanco’
concluye sin demasiados sobresaltos, felices todos, y con ellos el
espectador, de que el coraje y la lógica utilizada por los buscadores
—atención al detalle de uno de los pilotos que insiste en volver a buscar por
el mismo sitio pero a alturas más bajas— dé buenos resultados. Alegoría sobre
el esfuerzo humano, sobre la unión para un bien común, y que en esta caso es
salvar vidas humanas, sin subrayados innecesarios, sin que resulte un
panfleto ideológico, narrando sin más la aventura de hombres sencillos enfrentados
a la caprichosa naturaleza.
La nota fue publicada originalmente en Blogdecine |
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