‘Gran Torino’ (id, Clint Eastwood, 2008) es la película más exitosa de la carrera de Eastwood sin tener en cuenta la inflación, evidentemente —si la tenemos en cuenta, las películas que más beneficios han reportado al actor director son la irregular ‘Duro de pelar’ (‘Every Which Way But Loose’, James Fargo, 1978) y la lamentable ‘La gran pelea’ (‘Any Which Way You Can’, Buddy Van Horn, 1980)—, algo en cierto modo inesperado y que terminó por reforzar la leyenda de un actor tan querido —hacía cuatro años que no se ponía delante de las cámaras—, que a estas alturas ya no necesita de ningún éxito o reconocimiento, porque su status en el séptimo arte ya está por encima del bien y del mal, como muchos de los personajes a los que dio vida en pantalla. Y ‘Gran Torino’ parece por momentos un repaso, cargado de emoción contenida, a toda la filmografía de Eastwood.
Tras un proyecto de la magnitud de ‘El intercambio’ (‘Changeling’, Clint Eastwood, 2008) —que un servidor no duda en colocar entre sus grandes obras—, el mítico director decidió romper una de sus más conocidas promesas falsas: no volver a situarse delante de una cámara, algo que empezó diciendo cuando realizó ‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’, 1992) y que hace que cada nuevo papel que interprete parezca el último. En el caso que nos ocupa, el personaje escrito por Nick Schenk, quien ha declarado no escribirlo pensando en Eastwood aunque lo parezca, se adapta a la perfección al estilo del actor, y este lo completa con un registro en el que homenajea su propio cine para dar un paso más. Además, se acerca, aún más, a la muerte como tema, algo de una aplastante coherencia en alguien de la edad de Clint Eastwood.
(From here to the end, spoilers) Un Gran Torino de 1972 —visto en infinidad de películas o series de televisión como la clásica ‘Strasky & Hutch’ (1975-79)— funciona a modo de McGuffin para hablar de cosas como los cambios de época, la tradición, la familia, las conexiones con gente a priori muy diferente, el respeto, la justicia y sobre todo, la amistad. Walt Kowalski es un veterano de Corea —no es la primera vez que Eastwood recurre a dicha guerra en su filmografía— que entabla una curiosa relación con Thao —Bee Vang en su única interpretación en el cine—, un vecino de la comunidad Hmong, que vive con su familia en la casa de al lado. Un intento de robo del coche de Kowalski hará que este y Thao tengan una especial relación que les unirá cada vez más hasta llegar a ese nivel de confianza que sólo las grandes amistades tienen —atención al personaje que da vida John Carrol Lynch, y con el que Eastwood explica algo tan sencillo como la citada confianza—.
Si el film anterior de Eastwood destacaba entre otras cosas por la grandilocuencia, sin que esto suene peyorativo, del proyecto, en ‘Gran Torino’ su director apuesta por todo lo contrario, por la sencillez como mejor arma para llegar a donde quiere. Un trabajo de síntesis en cuanto a guión y también de puesta en escena —en la que una vez más el trabajo de Tom Stern sobresale por encima del resto—, con menos se consigue más, algo que salvo excepciones, está reservado a cineastas que en todo momento saben lo que quieren y cómo lo quieren. Eastwood se despoja por completo de todas sus conexiones con los dos géneros que le hicieron famoso, el western y el thriller, y su personaje semeja una mezcla de otros anteriores, en cierto modo una culminación a los mismos, dando un paso más. Como si el propio actor/director fuese en sí mismo ya un tipo de cine, realiza lo que parece un ejercicio de metalingüismo de su propia imagen. Su personaje recuerda a Josey Wales, a Red Stovall, a Frankie Dunn y a algunos más, sin que dichos parecidos ahoguen al personaje en sí.
Kowalski es un animal herido, esos rugidos de desaprobación que parecen paródicos definen su carácter desafiante, descontento con el nuevo mundo que le ha tocado vivir, lejos, muy lejos del mundo que apenas recuerda, con verdaderos valores que parecen haberse perdido entre la juventud de hoy, y de los que su Gran Torino es el único contacto que le queda con aquellos tiempos, más incluso que su propia familia, de la que prácticamente reniega, aún más, tras la muerte de su esposa —no por casualidad, el film empieza y concluye con dos entierros—; sólo la amistad con el joven Thao le hará replantearse su existencia y enfrentarse a sus demonios, en este caso las atrocidades que hizo en Corea y que le remuerden la conciencia. Pero la vida es una continua lucha y Kowalski tendrá que volver a tomar decisiones comprometidas, las más importantes de su vida. Y por respeto a su mujer, que era creyente, se confesará nada menos que dos veces, una, la falsa, con el pastor de su parroquia y otra, la verdadera, con Thao.
Llama la atención la figura de los curas en el cine de Eastwood, y su respectiva evolución. Siempre mostrando un dilema cuya solución no está en manos de Dios, y mucho menos en la figura de un hombre virgen y al que le faltan varios hervores como ser humano. Pero hay un gran respeto hacia ellos y el visto en ‘Gran Torino’, interpretado por un convincente Christopher Carley, quizá sea el mejor de todos. Atención a la confesión que hace a Kowalski, sin ningún tipo de emoción y para cumplir únicamente, mostrando más tarde una preocupación enorme alejada de los típicos tipos con sotana. El mensaje que desprende ‘Gran Torino’ no es tan desesperanzador como en otros films de Eastwood —sin ir más lejos, la soberbia ‘Million Dollar Baby’ (id, 2004)—, sin embargo el mismo pasa por arreglar grandes problemas con soluciones radicales pero efectivas. Nadie en su sano juicio esperaría que Eastwood falleciese al final del film, aunque la coherencia de dicho acto —una escena por cierto, con una tensión que recuerda a Sergio Leone, con la dilatación del tiempo— es apabullante. Un personaje al que da vida Clint Eastwood fallece, y por primera vez en su carrera el público lo acepta de buena mano. ‘El seductor’ (‘The Beguiled’, Don Siegel, 1970) y ‘El aventurero de medianoche’ (‘Honkytonk Man’, Clint Eastwood, 1982), con idéntico final, habían fracasado estrepitosamente en la taquilla, a pesar de contener dos de los mejores trabajos del actor. Al igual que en ‘Gran Torino’ los tiempos cambian.
De las grandes obras que el actor/director ha firmado es muy probable que ‘Gran Torino’ sea la más sencilla de todas. Como hemos dicho, el trabajo de síntesis realizado es simplemente modélico, y alcanza puntos tan álgidos como el instante en el que la hermana de Thao regresa a casa y su aspecto nos indica que ha sido violada. Una vez más, la cruda violencia narrada en off, y la reacción de Kowalski recuerda a la del honesto policía en ‘El intercambio’ (‘The Changeling’, 2008) cuando oye la terrible confesión de un niño, y la ceniza de su cigarro se consume, cayendo finalmente. ‘Gran Torino’ parece cerrar una época en el cine de su autor, y dar comienzo a otra, interesándose por seguir avanzando como cineasta adentrándose en temas antes solo sugeridos, tal y como veremos en los siguientes posts. Mientras tanto escuchar la ronca voz de Eastwood con Jamie Cullum comiéndoselo es una buena opción.
'Gran Torino', esto es lo que él hace.
Por Jose Luis Caviaro
No es habitual que un director estrene dos películas con sólo unos meses de margen; menos aún cuando cuenta con casi 80 años y la calidad de los trabajos resulta estar muy por encima de la media. Algo llamativo y realmente destacable pero que pierde la condición de sorprendente cuando el individuo en cuestión es Clint Eastwood, etiquetado ya por los medios como “el último clásico”. Dejando a un lado el debate sobre el “clasicismo” de sus películas, no cabe duda que estamos ante un hombre de cine extraordinario, cuyo ritmo de trabajo (dice que es para mantenerse joven) está permitiendo que muchos de nosotros sigamos teniendo fe en este arte-negocio, que no está pasando precisamente por un buen momento.
Precedida de un gran éxito en Estados Unidos, donde ha recaudado casi 140 millones de dólares (unos 100 más de lo que costó hacerla), ‘Gran Torino’ llegará a los cines españoles. Habrán transcurrido apenas tres meses desde el estreno de ‘El intercambio’, película que por cierto situé en lo más alto de mi “top ten” de 2008. Ambos títulos están realizados con la misma maestría y elegancia, pero es evidente por qué una ha tenido éxito y la otra no. Lo que no está nada claro es por qué ambas fueron “olvidadas”, menospreciadas, en la última edición de los Oscars; sobre todo viendo el nivel de las nominadas.
Y no sólo eso, cualquiera que haya visto (las, por otro lado, estupendas) ‘El curioso caso de Benjamin Button’ o ‘The Visitor’ puede llegar a preguntarse cómo es posible que sus protagonistas fueran candidatos al Oscar al mejor actor en lugar de otros, como precisamente Clint Eastwood, que cuatro años después de la impresionante ‘Million Dollar Baby’ vuelve a protagonizar una de sus películas. Una decisión que hasta ahora ha dado resultados magníficos, aunque los reconocimientos le lleguen más por su labor como director. Una decisión tomada con la plena conciencia de lo que puede aportar, sólo él, al personaje; sólo él puede darle los matices y el relleno necesario para que resulte completo, “real”, creíble en todo momento. Por cierto, se dijo que ‘Gran Torino’ sería la última película de Eastwood ante las cámaras, pero quizá sólo era una maniobra publicitaria, pues éste ha declarado que no es cierto, que no lo ha decidido; sólo se lo quiere tomar con calma.
El protagonista de ‘Gran Torino’ es Walt Kowalski, un hombre viejo, alguien que ya no pertenece a esta época. Tras perder a su mujer, Walt se encuentra solo en medio de un mundo en constante cambio, donde nada se hace ya a la manera que él conoce, donde los valores y la integridad que rigen su vida son motivo de risa. Su propia familia lo ha abandonado, incapaz de comprenderlo; tampoco es que él sienta gran pena por ello, valora lo que tiene, su silenciosa mascota le hace compañía, y es perfectamente capaz de mantener en perfectas condiciones su hogar (en cuyo garaje está el preciado coche que da título a la película y que simboliza todo lo que ama y respeta Walt). Sin embargo, esa casa está en un vecindario que ha dicho adiós a los norteamericanos y hola de los inmigrantes, lo que provocará los conflictos más directos e inmediatos de ‘Gran Torino’, que entre otras cosas, también habla de la familia y, más en general, de los valores de la sociedad.
Problemas que en un principio están relacionados con la personalidad, el carácter y los prejuicios de Walt, ante la presencia de una familia vietnamita justo al lado de su casa. Él es un veterano de la guerra de Corea y rechaza todo lo asiático, especialmente a las personas con ojos rasgados; no son los únicos, tampoco se lleva bien con los más jóvenes, por la falta de respeto que les caracteriza. A partir de un violento incidente con una banda de matones, a los que Walt responde con firmeza, tendrá un mayor acercamiento hacia sus vecinos, quienes le acogen como un héroe. Pronto se fijará en el más pequeño, Thao, a quien tomará como ahijado y a quien enseñará todo lo que sabe (a él le dice lo de “yo acabo las cosas, eso es lo que hago“). La relación, cada vez más cercana, de Walt con la familia de Thao le enfrenta a la banda, que acosa al chico y a su hermana. Estos otros conflictos, más violentos, son los que acercan la película al gran público y los que harán que muchos rebajen la calidad del film, pero son tan necesarios para su discurso como eficaces, para servir de contrapunto a todo lo demás y que el dramatismo alcance niveles realmente tensos (el clímax final es memorable).
En un tiempo de excesiva, y aún creciente, corrección política, una película como ‘Gran Torino’ es también, aparte de una buena película, un soplo de aire fresco, aunque es evidente que muchos no lo van a entender así. Al margen de que el film quede reducido a una etiqueta de “thriller palomitero” (que no estaría mal, pero no es el caso), el hecho de que el protagonista, más aún con el rostro de Clint Eastwood (es decir, el de Harry el Sucio), empuñe un rifle y se tome la justicia por su mano es un jugoso cebo para la polémica y el rechazo por parte de los espectadores más “correctos”, mientras que los más “progresistas” probablemente la acusarán de “facha”, entre otros absurdos similares. Sí, sí, puede que te resulte divertido, pero mira lo que ha pasado con Charlton Heston, al que incluso en “revistillas” supuestamente hechas para aficionados al cine se le está recordando más por su defensa de las armas de fuego en su país (algo que, recuerdo, proviene de la constitución estadounidense) que por su memorable trabajo en el cine.
Entendamos, aunque pueda resultar complejo, que una cosa es el cine y otra la vida real; entendamos, de una vez, que una cosa es lo que haga un actor en una película y otra, a veces totalmente diferente, lo que hace y piensa esa persona en su vida privada; y por último, por favor, intentemos entender que hay situaciones, tanto en el cine como en la vida real, que escapan a las convenciones, a lo establecido y a lo estrictamente razonable. A riesgo de que me dirijan a mí también uno de los ataques más injustos que se le hacen a Eastwood (quien se declara políticamente “libertario”), creo que ‘Gran Torino’ plantea algo que para más personas de las que lo admiten es absolutamente lícito; estoy seguro que serán muy pocos los que vean esta película y no suelten (o piensen) en determinadas escenas algo así como “ve a por ellos, Clint“. Y no, esto no es lo mismo que “una de Seagal”, aquí, como he señalado, se tocan muchos temas, hay muchas lecturas.
Necesitamos reglas de convivencia y necesitamos aplicación de la justicia, la sociedad no puede mantenerse con la ley de la selva, pero la que rige hace agua por todas partes, y provoca situaciones escandalosas que vemos todos los días en los medios de comunicación (que cada vez informen menos es para otro debate). Necesitamos orden y justicia, pero muchos de los que deberían vigilar su cumplimiento parecen pensar otra cosa. Lo mismo que los padres, en mi opinión, tener y cuidar un hijo debería quedar en manos de personas que realmente tengan tiempo y capacidad; si no, pasa lo que pasa, los ejemplos los tenéis a diario en la calle, sólo tenéis que dar un paseo (por las noches en las apestosas plazas, por ejemplo) o abrir la ventana y echar un vistazo, con cuidado de no mantener contacto visual. La máxima de “tu libertad acaba donde empieza la de los demás” es bien sencilla, realizable y exigible.
Sobre esto y mucho más nos habla y nos avisa ‘Gran Torino’, una estupenda película que emociona y entretiene, que conjuga con sutileza el drama, la comedia y la acción, además de proponer una reflexión necesaria; en términos más ficticios y convencionales de lo que se hace en Europa, pero ahí está.
'Gran Torino' y la aparente obviedad.
Por Beatriz Maldivia
En ‘Gran Torino’, Clint Eastwood se dirige a sí mismo en el papel de Walt Kowalski, un anciano que se queda viudo y que no se lleva bien con sus dos hijos ni con las familias de éstos. Es uno de los pocos norteamericanos que quedan en su barrio, poblado por asiáticos e hispanos, lo que choca con su forma de pensar, retrógrada y racista. Walt está cabreado con todo el mundo, o eso podría parecer porque, cuando alguien comienza a tratarlo como si fuese su familia, se verá que el problema no estaba en él.
Desde el inicio del film, el personaje que interpreta Clint Eastwood remarca de forma algo exagerada su humor. A su cara de perro añade un gruñido característico de este animal, que puede parecer una sobreactuación. Sin embargo, considero que era necesario dar esta indicación al principio de la película para dejar muy claro el tono. Muchas veces, con las películas que podrían parecer serias o que vienen de la mano de directores que no han hecho mucha comedia, el espectador reprime sus ganas de reír porque no piensa que sea eso lo que tiene que hacer. Por lo tanto, es conveniente hacer esa exageración cómica para decirle a quien la ve que se relaje y deje salir sus más instintivas carcajadas. Sólo de esta forma, la mayor parte del metraje que viene a continuación se verá con el temperamento adecuado.
Y es que el propio Eastwood se está riendo. No se ríe de las personas de otras razas, pero sí de la tontería que existe hoy en día con la corrección política. Esta actitud que implica no ofender nunca con la palabra ni con los comentarios, pero guardarse para uno mismo las ideas xenófobas que se han tenido siempre, no es otra cosa sino hipocresía. El personaje está como pez fuera del agua, pero no por la cantidad de inmigrantes que le rodea (como podría parecer), sino porque no sabe comportarse de acuerdo a las costumbres de hoy en día. Es decir, la diferencia entre él y otros paisanos suyos es que éstos disimulan la incomodidad ante quienes son diferentes, no que éstos no la sientan.
‘Gran Torino’ demuestra cómo la coraza puede ser áspera, pero puede quedarse únicamente en eso: una piel, algo sólo exterior que se resquebraja con poco. Se dice siempre que lo que define a un hombre no son sus palabras, sino sus actos. Y, en guión de cine, esto se dice mucho más aún, como regla inquebrantable. Por ello hay que hacer un estudio muy superficial del film para decir que el mensaje de la película es facha. Claro, vemos a un Harry Callahan de ochenta años que desempolva el rifle para resolver cualquier cuestión y ahí nos quedamos. Pero no es sólo eso. ‘Gran Torino’, por lo tanto, descoloca. Descoloca a los bien pensantes y al mismo tiempo a quienes pudiesen esperar un film de acción desmesurada.
El guión de ‘Gran Torino’ es muy aristotélico (unidad de escenario y de acción) y la trama es sumamente sencilla –no quiero decir simple—. Eastwood no se anda por las ramas con su manera de realizarlo, no le añade interludios pretenciosos ni rebusca en las estrategias para dar rodeos a lo que quiere expresar. Sin embargo, lo que puede aparentar ser obvio no lo es tanto si, como decía antes, las lecturas que se han quedado en lo superficial han sido las equivocadas.
La película habla sobre consecuencias, sobre la necesidad de apechugar con lo que se ha hecho. Desde el primer momento, el personaje del cura imberbe trata de extraer del sr. Kowalski una confesión. Pero él es más de los que prefieren pagar por sus responsabilidades que librarse de ellas. Así, cuando su actitud desencadene una violencia que se va de las manos, no dudará en remediarlo, aunque sea a costa de lo poco que le queda de vida. Esta resolución es lo único que me crea alguna duda sobre la película: si bien con el resto de las acciones nos va dando un mensaje de unión y reconciliación, aquí lo que parece leerse es que hacen falta sacrificios para acabar con los problemas sociales. Si debe morir un viejo para que se encierre a cada pandilla de tres al cuarto, mal vamos. Pero supongo que este sentimiento mío no es otra cosa que la rabia y la impotencia que se produce cuando lo acribillan, es decir, lo que sienten Thao y Sue; es decir, lo que la película quiere hacerte sentir.
‘Gran Torino’ es un film de personajes y especialmente sobre la evolución de éstos. La estrategia de Nick Schenk para retratarlos ha sido partir de los tópicos para luego ir desvelando facetas que los completen. Por ello, lo que se puede tachar de trazo grueso en realidad es la estrategia más acertada para ofrecerte una definición y luego una evolución. Los actores encajan en este modo de escritura, especialmente Eastwood, que desentierra todos sus ademanes de matón, añadiéndoles los gestos de cascarrabias propios de su edad. A través de esto, vemos lo que tenemos que comprender de su personaje perfectamente, así que se puede concluir que su interpretación es perfecta y que, si es verdad que se va a retirar como actor, será una pena, pues de momento sus papeles sólo los puede hacer él. Si el guión no está escrito para él, está hecho a su medida.
Entre el resto del elenco encontramos a sus hijos, nueras y nietos. La nieta pelirroja es la que más destaca de toda esta familia, demostrando ser una niña mimada que no merece nada de lo que su abuelo le pueda ofrecer. Gracias al retrato de estos familiares, ‘Gran Torino’ pone de parte de Walt, es decir, del viejo, a espectadores de cualquier edad. Por la parte asiática, Eastwood ha hecho un cásting con mucho actor no profesional. Parece mentira que Ahney Her, que interpreta a Sue, la adolescente que va consiguiendo penetrar en la vida de su vecino, se estrene aquí como actriz, ya que tiene una actitud muy lograda y es el segundo personaje más interesante de la película. Nos extraña menos de Bee Vang, Thao, que se deja llevar, mientras con su expresión lo que provoca es la ternura. Es gracioso también el personaje del cura, Christopher Carley, que no es lo que podría parecer.
‘Gran Torino’ es un film muy interesante que analiza aspectos de nuestra sociedad al mismo tiempo que penetra en las almas de sus personajes. Cuando se pone en boca de alguien que una película le ha gustado mucho, se suele decir eso de “Me he reído, he llorado…”. En este caso la frase más adecuada.
'Gran Torino', excepcional negrura.
Por Adrian Massanet
Del mismo modo que otros grandes artistas que han dejado una huella imborrable en la historia de la cinematografía norteamericana, como Hitchcock, que emprendió a finales de los años 50 y primeros 60 un viaje hacia la muerte conformado por ‘Vertigo’ (1958) "Intriga internacional" (1959) y ‘Psicosis’ (1960), Clint Eastwood lleva los últimos años emprendiendo idéntico viaje, pues con sus últimas realizaciones va acercándose más y más a la propia muerte, tanto vital como temáticamente. ‘Mystic River’, ‘Million Dollar Baby’, ‘Flags of our Fathers’, ‘Letters From Iwo Jima’, ‘Changeling’ y por fin este ‘Gran Torino’, son peldaños, cada vez más oscuros y desesperanzados, pero también gozosos en su plenitud, hacia la muerte.
Hay quienes, después del estreno hace pocos meses de ‘Changeling’, un filme mucho más de estudio, que aceptaba unos cánones clásicos que siempre han sido ajenos a un falso clásico como Eastwood, han valorado su último largometraje como menor dentro de la brillantez y lucidez de sus últimos tiempos, aduciendo que es una historia pequeña y aunque emocionante con menor mérito que, por ejemplo, ‘Cartas desde Iwo Jima’. Y lo cierto es que nos encontramos ante una de las más complejas, impredecibles, libérrimas y hermosas películas de toda la carrera, como director, productor y actor, de este hombre irrepetible.
En este último capítulo de ese viaje hacia la muerte, Clint Eastwood regresa a la interpretación dando vida a un personaje homófobo, gruñón e inaccesible, verdadero compendio de todos los personajes importantes que conforman su extensa y apasionante trayectoria como actor. No sólo del inolvidable Tom Highway de ‘Heartbreak Ridge’, otro veterano de la pocas veces estudiada en el cine guerra de Corea, sino también del encantador Red Stovall de ‘Honkytonk Man’ y su enfisema letal, por supuesto de la socarronería violenta de Harry Callahan, del laconismo que salva mujeres en apuros que caracteriza a Josey Wales, y un largo etcétera. Ahora, Eastwood, inmerso por fin en la ancianidad, une a su habitual economía expresiva un carraspeo pertinaz que es casi como el rugido de un león herido, solitario y en guerra con el mundo y consigo mismo.
Seguimos a este correoso veterano, a su rostro que es casi un trozo de cuero con ojos, a sus insultos e ironías, a través de un relato sereno y plácido, que poco a poco se va oscureciendo, al sumergirse en los meandros de la América multirracial y multicultural que ha heredado Obama, que ha transformado un país que no se reconoce a sí mismo, gracias a sus errores y prepotencia, su identidad y su dignidad. En ese sentido, Kowalski (para colmo, descendiente de inmigrantes) es un fantasma, o un muerto viviente, incapaz de cambiar, aferrado a un barrio que ya no existe, que vivirá una experiencia de redención al conocer a la comunidad hmong (aunque para él todos los asiáticos son rollitos amarillos) y al enfrentarse a sus terribles demonios de una vez por todas.
Su cámara sigue tan precisa como siempre, y alcanza momentos de narración majestuosa en el uso del 2.35:1, con una distribución de espacios que merecería la pena ir disfrutando a cámara lenta. Pero el máximo objetivo de un artista es la sencillez, y en esta ocasión Eastwood la consigue como si respirase. Algunos le piden al cine que les muestre vidas imposibles, situaciones más estimulantes de las que vivirán en su vida (o eso creen ellos), escenarios grandiosos, movimientos de cámara alucinantes, un diseño de producción que exalte a los sentidos. Pues Eastwood no tiene la menor intención de provocar que esos espectadores acudan a sus imágenes, ya que su materia prima es la misma vida, y sus personajes son seres de carne y hueso que viven historias plausibles. A sus años, no tiene nada que demostrar, y se toma su tiempo contándonos la difícil relación de Kowalski con Thao (Toad, atontao, le llama él), y permitiéndose que la violencia sólo entre con toda su fuerza en el tramo final de la película.
Hasta ese tramo final, en el que Kowalski se enfrenta ante todo a sus fantasmas, y en el que el mito de Eastwood se enfrenta a sí mismo, deconstruyéndolo con una dignidad indescriptible, vivimos el crecimiento de una amistad (o mejor dicho, dos amistades), de forma paulatina y verosímil, que comienza de manera casual gracias al desencadenante que supone el Gran Torino del título, el preciado automóvil de Kowalski. El Gran Torino significa varias cosas dentro de la lógica de este relato. No sólo es el macguffin de la película, sino que simboliza de alguna forma el pasado al que se aferra su dueño, y cristaliza una forma de expresión típicamente americana que ya no existe, y que representa un anacronismo. Poco importa que apenas salga del garaje, para Kowalski es un ser vivo y algo más, forma parte de él mismo.
A medio camino entre el drama social y el western urbano, Eastwood firma una obra maestra incontestable, perfecto testamento interpretativo, conclusión de un discurso moral y estético que, a pesar de sus lógicos altibajos, es ya uno de los más nítidos y apasionantes del reciente arte norteamericano. La dureza de sus imágenes, es como una patada en el estómago que desarma cualquier atisbo de complacencia, pero la compasión conque filma extrae lo mejor de nosotros mismos. El gran cine de Eastwood lleva consiguiendo este milagro más de dos décadas, pero sobre todo en las películas que él mismo ha protagonizado, pues su icono, su rostro, es inseparable de su legado. En sus filmes menores, aún contamos con ese rostro, que nos devuelve el espejo de la soledad, el dolor, la crueldad humanas…pero también el del sosiego, la lucidez, la redención.
Extraído del portal Blog de Cine
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