lunes, 1 de agosto de 2016

Homenaje a King Kong, (parte 3).

 
Por Roman Gubern

Sobre la tragedia del gorila





Se dice que en cierta ocasión unos jovenes cinéphiles franceces visitaron a Paul Eluard para proponerle la presidencia de un cine-club. El poeta respondió sin vacilar: De acuerdo, pero ¿pasarán King Kong?

La admiración de Eluard y de todos los surrealistas hacia King Kong (film considerado entonces menor la cultura highbrow) no es sorprendente, porque King Kong es una conmovedora tragedia de amor o, si se prefiere, la historia de un ser que se pierde por el exceso de su pasión amorosa. Veamos su argumento, Carl Denham (Robert Armstrong), que al igual que los realizadores de King Kong es un director de películas de aventuras en países exóticos, busca desesperadamente una protagonista para su nueva película cuando conoce casualmente en la calle a la rubia Ann (Fay Wray) -una muchacha que a causa de la Depresión ha perdido su empleo como figurante en los estudios de Long Island- en el momento en que ella está robando una manzana de un puesto de venta ambulante. Denham ofrece a la chica empleo como estrella protagonista de su nueva película, que proyecta rodar en una isla lejana, para la que debe embarcarse con su equipo a la mañana siguiente. Aunque el primer oficial John Driscoll (Bruce Cabot) no le gusta la idea de embarcar a una mujer, la atractiva Ann se convierte en su pasajera, se pasea por cubierta con un traje tenue y sin sostenes y cultiva una buena y premonitoria amistad con un pequeño mono, mascota de la tripulación.

Al igual que The most dangerous Game, la película comienza también, por lo tanto, como una aventura marina que conducirá a los protagonistas a un lejano y fantástico mundo de pesadilla, más allá de las fronteras de lo real. También como en aquella película, el capitán del barco (Frank Reicher) hace frente a una ruta nueva, desconocida para él, puel el proposito de Denham es alcanzar una isla del sur de Sumatra que estuvo habitada en otros tiempos por una civilización superior y que ha sido descubierta por un navegante noruego. La peculiaridad de la isla reside en que la peninsula que de ella emerge, habitada por una tribu de indígenas, está separada del resto del territorio por una inmensa y majestuosa muralla, que los nativos preservan y restauran cuidadosamente. Tras esta gigantesca valla se esconde, naturalmente, la incógnita de su aventura.


El barco arriba a la misteriosa isla cuando los indígenas están celebrando una ceremonia ritual, con varios de ellos cubiertos con pieles de gorilas y danzando ante una doncella cubierta de flores, a la que han declarado novia de Kong. La irrupción de los exploradores blancos en la ceremonia irrita al jefe de la tribu y a su hechicero, creando una peligrosa situación para el equipo de Denham. El jefe indígena, que ha reparado en Ann, propone cambiar la mujer de oro por seis mujeres de su tribu, pero los blancos no aceptan y se retiran a su barco.

 Aquella noche, sobre la cubierta, John Driscoll declara su amor a Ann y ambos se besan. Pero después de que el primer oficial se ha marchado, unos indigenas suben al barco y raptan a la muchacha. Un poco más tarde, el cocinero chino descubrirá el secuestro y pondrá en marcha la operación de salvamento de la chica.

Entretanto, los indígenas, con cantos rituales y al resplandor de sus antorchas, han transportado a la bella Ann al misterioso reino que se abre al otro lado de la muralla y la han atado a dos postes fálicos. Tras cerrar las enormes puertas que separan los territorios, los indígenas golpean un gran gong y a su llamada aparece entre la espesura la imponente mole de King Kong, el gorila gigante y rey de la selva (King), que ruge y quiebra los árboles para aproximarse a la víctima que le es ofrecida.

El encuentro con el gorila gigante aterra a la chica, a pesar de que el animal le sonríe con expresión amistosa y la libera de sus ataduras, adentrándose luego en la selva con la presa en su mano. En este momento del film queda explicitado el misterio de la isla y del rito de sus indígenas, a la vez que se descubre un rasgo netamente humano de King Kong: su vocación polígama.

Los hombres de Denham penetran en los dominios de King Kong, una selva fabulosa que recuerda intensamente las viñetas creadas por Burne Hogarth para su Tarzán, con la intención de rescatar a la chica. Pero la selva está plagada de peligros y tienen que hacer frente, con armas de fuego y bombas de gases, a temibles bestias prehistóricas, que diezman al equipo expedicionario.

Kong se ha adentrado en la selva con su hermosa presa y defiende a la chica de la intrusión de los hombres blancos y de las bestias antediluvianas, librando espectaculares peleas (8). Seguido por John Driscoll, King Kong lleva a la muchacha al interior de su cueva, en donde la desnuda cuidadosamente, la acaricia con su dedo y olfatea luego el dedo. Pero una temible ave antediluviana trata de arrebatar a Ann y mientras King Kong libra una feroz pelea con el pajarraco, John Driscoll rescata a la chica y se aleja del lugar.




Ann y John consiguen traspasar la gigantesca puerta que separa al reino de King Kong del mundo exterior y sus compañeros la cierran tras ellos. Pero King Kong, furioso, les ha perseguido y arremete contra la puerta hasta derribarla y causar luego grandes destrozos en la tribu. Para reducir al gigantesco gorila, Carl Denham utiliza granadas de gases que dejan inconsciente al animal y luego ordena que sea encadenado para transportarlo vivo a los Estados Unidos y exhibirlo en un teatro de Broadway.

Anunciado en un letrero luminoso como la octava maravilla del mundo y a pesar de las reservas de Ann, King Kong es exhibido en el escenario de un teatro, atado con cadenas de acero y en postura de crucifixión, cuya connotación religiosa y martiriológica es muy obvia.

Los fotógrafos de prensa disparan varias fotografías del gorila gigante y luego Carl Denham anuncia en el escenario que Ann y John Driscoll se casarán al día siguiente. John toma del talle a Ann mientras los fotógrafos disparan sobre los flashes de sus cámaras, y King Kong, enfurecido al ver cómo John abraza a su amada, rompe las cadenas, provocando un gran pánico y desbandada en la sala, y sale luego del local derribando una pared del edificio.

King Kong escala un rascacielos y por una ventana observa a una mujer en su lecho. La toma con su manaza, la examina y huele, y al comprobar que no es Ann la deja caer en el vacío. Escena capital que revela que la pulsión polígama de King Kong se ha extinguido al encontrar a su auténtico amor.
O, empleando conceptos gratos a Marañón, que Ann ha hecho evolucionar a la bestia de una etapa de amplia indiferenciación a una muy selectiva diferenciación sexual.

Finalmente, King Kong descubre en el interior de una habitación a John y Ann, a la que arrebata. Con ella en la mano destroza un tramo del metro elevado de Nueva York y luego comienza a escalar la fachada del Empire State Building. Cuatro aviones de caza despegan del aeropuerto de Nueva York para abatir al animal, mientras en lo alto del edificio el gorila se dispone a hacerles frente a manotazos, después de haber depositado amorosamente a su amada en una cornisa. En un combate desigual entre la naturaleza primitiva y la tecnología occidental, King Kong consigue derribar a uno de los aparatos, pero es ametrallado en el cuello y en el pecho por los restantes aviones. El gorila mira con infinita ternura a su amada y cae al vació, estrellándose contra el asfalto. Al pie del rascacielos, ante el cadáver de King Kong, tiene el último diálogo del film. Un teniente de la policía le dice a Denham: los aviones han podido con él. Pero Denham responde: No han sido los aviones, ha sido la bella que ha matado a la bestia.

En efecto, King Kong es la tragedia de un ser que se pierde por su excesivo amor, que le hace abandonar su medio natural y le precipita en un mundo hostil y en manos de sus enemigos. Amor especialmente puro e idealista si se tiene en cuenta que la unión sexual entre King Kong y su amada es físicamente imposible de resultas de su desmesurada diferencia de tamaños. Al lado de King Kong, el mediocrísimo John Driscoll y el explorador cineasta Carl Denham, utilizando bombas de gases y aviones de caza, quedan reducidos a una dimensión moral y épica verdaderamente ridícula. King Kong es, en suma, el protagonista y el héroe positivo del film, la encarnación de las fuerzas puras de una naturaleza no contaminada por el mercantilismo y la ambición de unos productores de cine y empresarios circenses, que se complacen en encadenar a otros seres para exhibirlos ante una platea de curiosos bobalicones y obtienen así beneficios económicos. King Kong encarna la pureza primigenia de la infancia humana y a pesar de su evidente fealdad física consigue polarizar intensamente la adhesión y simpatías de los espectadores del film.

Es fácil desarrollar teorías acerca de la poética de este hermoso film y recordar que, como en los célebres viajes de las películas de Murnau (y particularmente el del mundo real al ultrarreal de Nosferatu), King Kong ofrece también una impresionante fractura entre dos mundos separados por una inmensa muralla: el mundo fantástico del inconsciente y de nuestros fantasmas intimos y alucinantes y el mundo consciente de lo real y cotidiano, finalmente confundidos ambos por la transgresión del gorila en su itinerario desesperado que le hace abandonar los arcanos del más allá para convertir al más acá en aquelarre onírico.




Nacido como un film de género en los días más negros de la Depresión, la estatura poética y mitológica de King Kong ha ido creciendo con los años hasta rebasar la de su propio protagonista, convertido en personaje universal familiar al público de cinco continentes, en motivo decorativo, en emblema iconográfico, en número de circo, en manía de coleccionista, en tema de chistes escabrosos y en passe-partout en cualquier divagación acerca del tema de la Bella y la Bestia. Trivializada su dolorosa pasión, crucifixión y muerte por la industria de los mass media, King Kong ha resucitado al fin como uno de los mitos más sólidos y universales creados por la cultura del siglo veinte, con abundantes hijos y nietos  más o menos espúreos repartidos por todo el mundo (9). Por todas estas razones nos ha parecido cumplir con un deber de justicia al rendir este merecido homenaje al maltratado gran gorila, dejando que en las páginas que siguen hable por sí misma la película de la historia, en cuyos discurrir y vicisitudes (incluyendo los contratiempos con la censura) el lector verá como aquel film menor que se estrenó en el Radio City Music Hall de Nueva York ha acabado por ser, finalmente, uno de los más indiscutidos fetiches de la cultura contemporánea.
   

(8) Las peleas de King Kong contra otras bestias dan lugar a unos felices gags de fina matización psicológica, pues después de vencer a sus enemigos en aparatosos combates, comprueba con cuidado que sus mandíbulas o sus defensas se han convertido en inofensivas.

(9) Entre los hijos espúreos de King Kong figuran dos engendrados por el propio Ernest B. Schoedsack:  Son of Kong (1933) y Mighty Joe Young (El gran gorila, 1949), producido por John Ford y Merian C. Cooper.



Extraído de Homenaje a King Kong, de Román Gubern, Cuadernos Ínfimos 41, Tusquets Editor, Barcelona, 1974.



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