Andrés Bustamante y su film "Andrés no quiere dormir la siesta".
¿Podés presentarte?
Soy un director que prefirió estudiar montaje. Guionista más por obsesión que por convicción o talento para ello. Soy egresado de la ENERC, y "Andrés no quiere dormir la siesta", es mi primer largo.
¿Cuáles son las características particulares de tu trabajo?
Me gusta contar historias, intensas. Me interesa lo extremo de las relaciones y los sentimientos entre las personas, eso extremo que se manifiesta de muchas maneras y en esas maneras es donde se gestan las buenas historias.
¿Cómo fue tu acercamiento al cine?
Crecí viendo Tinayre, Christensen, Soficci y Del Carril, directores sanguineos y viscerales, en el Cine Club Santa Fe o viendo películas de Scorsese, Ridley Scott o Polanski en el viejo cine Roma en mi ciudad. En esos lugares descubrí el cine; después solo fue encontrar el camino. Estudie montaje en la ENERC, y empecé a trabajar en el medio audiovisual como jefe de producción y asistente de dirección. El día que vi La muerte caminando bajo la lluvia, de Christensen, yo tendría diez, once años, dije: “yo quiero hacer eso”, y no sabía que era, pero si percibía que
detrás de esa historia que se estaba contando había como un mundo mucho más interesante.
¿Qué es para vos el cine?
Ser un buen cuentista. A mí me gusta contar historias, ser un narrador. El cine es la mejor manera que encontré para hacerlo. Porque contar una historia es muy bueno, pero poder verla, poder marcar caminos al espectador para que entre a mundo que salió de tu cabeza; experimentar la adrenalina de “todo puede suceder” es lo mejor que me pasó en la vida y eso me lo dio el cine.
¿Cómo fue tu aproximación al tema de tu película en Competencia?
Hace unos años atrás vi un documental sobre centros de detención en Santa Fé, me atrapó el relato de una mujer que había estado secuestrada por unos cinco meses y había perdido la noción del tiempo y del espacio, no sabía si era de día, si era de noche, y su manera de reconstruir el momento del día, era escuchar a unos chicos en lo que ella suponía escuela, así ella sentía que si pasaba un día más, tenía esperanzas de seguir con vida. Esta mujer estuvo detenida en uno de los centros más grandes de detención de Santa Fé, la comisaría 4ta, y efectivamente enfrente hay una
escuela primaria. Cuando esta mujer dice la fecha en que estuvo secuestrada, a mi me corrió un frío por la espalda, porque en ese momento yo estaba en cuarto grado de esa escuela. Por eso, no puedo dejar de pensar que a lo mejor yo era uno de esos chicos que ella escuchaba. Esto no es una película que trata de la dictadura, sino que transcurre durante la dictadura. Es una película que habla sobre el poder, el poder que todos tenemos sobre las personas y las consecuencias de ese poder. La
película está construida a partir de la mirada un niño de ocho años, y los niños tienen una mirada muy piadosa, y a la vez, muy cruel. Como miramos de chicos, es como somos de adultos. Esta película es ese momento, cuando el personaje comienza a
descubrir las cosas de esa manera, y comienza a construirse como adulto.
¿Cuáles fueron los desafíos al momento de dirigir el largometraje?
Yo hice en esta película lo que el manual dice que no hay que hacer: trabajar con un chico, trabajar con una actriz internacional, en tres provincias y con muy bajo presupuesto. Y también, filmar en Argentina, con todo lo que eso implica. El desafío
era contar lo que quería contar. La gente que ve la película me cuenta el guión que yo escribí. Ese era mi desafío.
¿Cuáles son los elementos a tener en cuenta a la hora de realizar una película que requiere de una ambientación temporal?
Trabajamos mucho con la directora de arte, Romina Cariola. No quería que fuera una película setentosa en términos publicitarios, nada de pantalones Oxford ni remeras floreadas. Quería que tuviera una paleta de color que fuese del cálido al frío, porque es un año de transformación, entonces el chico empieza siendo de una manera y va a terminar siendo de otra. Trabajamos mucho con el concepto de la empatía del espectador. El espectador no se va a sentir identificado con este chico, entonces necesitaba generar un universo, que no distrajera, pero que el espectador pueda decir: “en mi casa había esa cortina”, “yo tenía ese juguete”. Los juguetes son muy importantes en esta historia. Quise poner los elementos que en esa época era común que la gente tuviera en su casa. Y segundo, el personaje de Norma Aleandro, que es una gran matriarca. En los ’70, un ama de casa con poder, ese era el desafío para comunicar a través de la película. Nos basamos en pequeños detalles, esta mujer está presente siempre. Ya lo verán en la película.
¿Qué fue lo que te decidió a que el punto de vista de la narración sea el de un niño al que le toca vivir uno de los peores capítulos de nuestra historia?
Hacer una película sobre ese momento histórico desde el punto de vista de un adulto, requería que uno tomara partido desde un lugar mucho más explícito y que no tuviera grietas. Contarlo desde un chico de ocho años, le quitaba la moralina que uno como adulto tiene, y le daba una crudeza y una dureza difícil de digerir. Como adulto se tiende a encontrar explicaciones y justificaciones a las cosas. Cuando esto lo ve un niño de ocho años, consecuencia de modelos de adultos, el lugar es totalmente incómodo.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Estoy trabajando en dos proyectos: una segunda ficción y un documental. La ficción, El sol azul, se centra en la inundación que azotó a Santa Fé en 2004. Y explora las pérdidas de tres mujeres, de distintas edades, 12, 42 y 62 años, las pérdidas que no son materiales, sino perdidas que no se pueden medir ni cuantificar. Y el documental, El hereje del cine, sobre Fernando Birri, maestro de directores, y todavía no hay un documental sobre su vida.
Fuente: © Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, nook diseño web / Big Sur
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