Gigante
Frágil, perturbado, de sexualidad ambigua, desamparado y a la vez taimado, con
sólo tres películas James Dean se convirtió en un icono de la rebeldía
adolescente que ni siquiera el rock llegó a opacar. A 54 años del accidente que
le costó la vida, Radar reproduce los testimonios de James Dean y yo, la
conmovedora biografía oral en donde futuras estrellas como Dennis Hopper, Martin
Landau y Julie Harris recuerdan ese puñado de años en que Dean deslumbraba en el
teatro, bailaba en las calles a la luz de la luna y conquistaba Hollywood.
Además, la estirpe de actores que comenzó, la leyenda negra alrededor de su
auto, la luminosa opinión de François Truffaut y la turbulenta relación con
Marlon Brando.
Dennis Hopper: “Mi agente dijo: ‘Ese, ése es James Dean’. Yo me di media vuelta
y dije: ‘¿Ese es James Dean?’. El era mucho más bello, mucho más interesante y
mucho más complicado que cualquiera de los roles que interpretó y que cualquiera
de sus caracterizaciones. Era real y verdaderamente único en su tiempo, con un
carisma increíble”.
David Dalton (autor): “James Dean fue incuestionablemente el primer icono de la
cultura pop, la cual en cierta forma él mismo generó. Fue la última estrella del
sistema de estudios de Hollywood y la primera de la nueva cultura adolescente”.
Leonard Maltin (crítico): “Casi desde que se murió, comenzó a convertirse en un
mito. Ese proceso no tomó un tiempo, no creció, no evolucionó; sólo sucedió de
la noche a la mañana. No creo que exista otro actor que haya alcanzado el
estrellato tan rápidamente, que lo haya mantenido por tan poco tiempo y que sea
considerado un ídolo hasta el día de hoy. Se hizo estrella en apenas un año y
nos dejó. Aún se habla de él, aún se lo reverencia, aún se lo idolatra.
Cincuenta años después, no creo que haya un caso así en toda la historia del
cine”.
(Inicios: James Dean llegó a NY en 1951 buscando trabajo en el teatro y en el
nuevo medio de la televisión.)
Martin Landau: “En nuestro primer encuentro, no me di cuenta de que se ponía a
la defensiva ante la gente que no conocía. Era tímido, era muy desconfiado con
las personas hasta que llegaba a conocerlas”.
Dennis Hopper: “Estaba sentado en un taburete, junto a la barra, frente a una
tasa de café, mi agente se acercó y dijo: ‘James, éste es Dennis Hopper.
Trabajará contigo en Rebelde sin causa’. Y él dijo: ‘Sí, sí, está bien’”.
Eartha Kitt: “Andábamos juntos tratando de encontrar algo y creo que eso era lo
que nos unía. Yo venía de los campos de algodón de Carolina del Sur; Jimmy, de
Indiana. Ambos éramos campesinos y nos sentíamos perdidos en medio de esos
altísimos rascacielos. Comprendíamos que estábamos en una ciudad enorme y que
éramos sólo dos insignificantes personas. ¿Cómo íbamos a encajar en ese mundo
tan grande?”.
Betsy Palmer: “Recuerdo cuando estábamos juntos como amigos y como amantes. Fue
una época muy ingenua, era una época muy inocente en este medio en NY. Ambos
queríamos hacer teatro. Siempre hablábamos de eso. Y aunque trabajamos en
televisión, era maravilloso porque era en vivo y era lo más parecido a un
escenario de teatro”.
Steve Allen (productor): “Estaba mirando TV y me encontré con una serie
dramática (Glory in the Flower, 1953). Uno de los personajes era interpretado
por un joven rubio y delgado, tan auténtico que pensé: ‘Este chico no puede ser
actor, es demasiado real’. Después supe que era James Dean. Desde ese momento
supe que era uno de los actores más grandes del cine”.
Dennis Hopper: “Nos conocimos en una sesión de reparto. La CBS realizaba estas
reuniones semanalmente en un teatro de Broadway. Una vez a la semana invitaba a
actores que andaban por la calle, nos daban números y subíamos a desfilar: de
diez en diez y si uno servía para algunos de los papeles pequeños, lo
seleccionaban y tenía la oportunidad de leer para ellos”.
Dick van Patten (actor): “Comenzó a presentarse en las audiciones para papeles
importantes en distintos teatros y programas de TV y empezaron a dárselos a
diestra y siniestra, porque era muy bueno, realmente se destacaba. Era un actor
muy serio, muy real, muy natural y con una cualidad muy especial: uno no se
cansaba de verlo. El decía: ‘Es mejor no aprenderse las líneas demasiado bien.
Si uno no sabe demasiado bien sus líneas, si uno tiene que esforzarse, todo
lucirá mucho más natural’. ‘No creo que sea práctico, yo sería un manojo de
nervios si no supiera mis líneas’, decía yo. El me contestó: ‘Yo no. Creo que
ése es el secreto de la actuación: no conocer bien tus líneas’”.
Liz Sheridan (actriz): “Lo conocí en el bar del teatro e inmediatamente nos
hicimos amigos. Pasábamos tanto tiempo hablando por teléfono que decidimos que
era ridículo y empezamos a vivir juntos para no llamarnos todo el tiempo. Yo
lavaba su ropa interior, él me enseñó a dibujar. Esa era una de sus habilidades.
‘Sólo mira algo y lo verás.’ Suena tan simple, pero no lo es. Entonces me dijo:
‘Es simple: sólo lo miras, lo ves y luego lo dibujas’”.
Leonard Rosenman (compositor):“Vi a Jimmy por primera vez en una obra experimental. Yo era el encargado de la música y dije: ‘¿Quién es ese actor? Es muy bueno’. Me dijeron: ‘Bueno, ese chico es muy duro, su nombre es James Dean y duerme sobre navajas de afeitar’”.
Betsy Palmer: “Era sumamente temperamental. Podía llegar muy muy alto y podía
caer muy muy bajo. Podía ser muy malvado o muy dulce. Podía ser muy divertido o
sumamente perverso. Y era todo eso a la vez. Uno nunca sabía cuál podía ser su
estado de ánimo ese día”.
Fotograma del film Gigante
Roig Schatt (fotógrafo): “Una amiga mía, una joven estudiante de actuación, me
llamó y me dijo: ‘Roig, he conocido a un genio y quiero presentártelo’. Bueno,
he conocido mucha gente catalogada como genio y ninguno de ellos me cayó bien.
Pero les dije que vinieran. Se apareció con un muchacho de muy feo aspecto,
encorvado y con lentes. El se sentó en el sofá. Ella dijo: ‘Es un genio, te lo
juro’. Apenas lo dijo, James se levantó, se quitó los lentes y... ¡eso fue un
cambio! Esa cosa fea, ese chico de piernas arqueadas como un pollo, desgarbado,
se enderezó y, lleno de gracia y de perturbadora belleza, se desplazó por la
habitación y realmente me impactó”.
Liz Sheridan: “La primera vez que estuvimos frente a frente en una mesa,
estábamos con otras personas, y él dejó caer sus dientes en la cerveza. Le
gustaba hacer eso, sólo como elemento sorpresa. Tenía una prótesis móvil de su
padre, que era dentista. Pero nadie lo sabía. Le gustaba escupir sus dientes en
los vasos. Era muy divertido”.
Martin Landau: “Teníamos un amigo en común, Bobby Heller, que trabajaba en el
Museo de Arte Moderno y nos conseguía carnets gratis. Con ellos recorríamos todo
el museo y era genial, pasábamos los días fríos de invierno en Nueva York en la
azotea, con café, comida, amigos. Era como París en la época del Impresionismo,
era grandioso”.
Liz Sheridan: “Caminábamos por las calles de noche, muy tarde. Yo bailaba cuando
podía en las aceras, cuando nadie podía verme y no había tránsito. Eso era lo
mío. Me encantaba bailar. Ibamos al parque. Alguien le había regalado una capa
manchada de sangre que perteneció a un torero. El jugaba a ser el matador y yo,
el toro. Nunca pude ganarle al matador”.
Afiche del film Rebelde sin causa
Leonard Rosemberg: “Un día vino a mi casa a eso de las 11 de la noche; yo no lo
reconocí. No lo recordaba. Se identificó y preguntó si le podía enseñar a tocar
el piano. A decir verdad no era muy buen estudiante. No podía entender por qué
de la noche a la mañana podía tocar tan bien, como una persona que llevaba 20
años estudiando. Creo que todo su proceso de aprendizaje tenía que ver con el
hecho de que sus profesores, aunque fueran de su misma edad, eran para él
figuras paternales, porque no tuvo padres”.
Roig Schatt (fotógrafo): “Dijo que quería aprender fotografía conmigo. Así que
se convirtió en mi alumno y nos divertimos mucho juntos. La mayoría de sus
trabajos eran innovadores, inquietantes, incluso un poco terroríficos. Siempre
estaba tratando de decir algo sobre Jimmy Dean, siempre”.
Eartha Kitt: “El quería moverse como yo. Quería que le enseñara a comportarse en
el escenario. Quería saber cómo mover el cuerpo de acuerdo con el ritmo del
parlamento. Todo tiene un cierto ritmo: hablar, cantar, bailar, frasear, pensar.
Todo está regulado por un ritmo que tal vez sólo uno puede sentir e
interpretar”.
Roig Schatt (fotógrafo): “Era consciente de su aspecto. El literalmente apuntaba
a la cámara y sabía cuál era su mejor ángulo. Su cara era perfecta”.
Rod Steiger (actor): “Yo creo que la cámara lo amaba. Sacaba lo mejor de él.
Pero él era además muy buen actor. Recuerdo las dos obras que hizo; la primera
sólo estuvo en cartel muy poco tiempo y realmente se destacó en su pequeño
papel. No era solamente fotogénico. Creo que cuando trabajaba lo hacía desde la
punta de sus pies hasta las raíces de sus pelos. Actuaba con todo su cuerpo,
algo que no todos los actores pueden hacer. Era como un bailarín de ballet”.
Liz Sheridan: “Hicimos dedo hasta Indiana. Después de la muerte de su madre,
James vivía con sus tíos en la granja Fairmount, en Indiana. Cuando llegamos,
nos recibieron los tíos que lo habían criado desde pequeño y su primo. La
pasamos muy bien allí. Su agente lo llamó para decir que había obtenido el papel
en la obra Vea el jaguar. Tuvimos que volver. Me sentí triste por dejar nuestro
refugio donde estábamos a salvo para volver a la gran ciudad. Y a un trabajo que
podía separarnos a todos. Me sentía insegura. Llegó el estreno de Vea el jaguar,
tenía la sensación de que no estaba bien vestida, que no le gustaría y ésa era
su noche, no la mía. Las críticas fueron maravillosas. El estaba tan orgulloso
de sí mismo, y con razón. Me asaltó una tristeza al ver que estaba
desapareciendo poco a poco, a medida que su carrera despegaba. Como si alguien
me lo robara”.
Sheila Benson (crítica): “Me invitó a la última obra teatral en la que
intervenía, El inmoralista, de André Gide. Hacía el papel del chico árabe.
Cuando subía al escenario, opacaba al resto del elenco. Incluso a Shirley Page,
lo cual era muy raro considerando su magnetismo. Estaba asombrada. Es obvio que,
en él, el Actor’s Studio abrió los diques de un río que nunca había sido
encauzado. A la salida fuimos todos a tomar un café. Cuando James empezó a
charlar con el muchacho que hacía de acomodador, me enteré de que tenía un
hermano. Nunca nadie me lo había dicho. Pero cuando eran niños, James siempre
sintió que su padre prefería al otro chico antes que a él. Los escuché hablar un
rato, pero algo me hizo desconfiar y de pronto entendí que estaba frente a dos
actores del Actor’s Studio y que estaban improvisando. El muchacho era Dick
Davalos. Al día siguiente iban a tomar el avión para audicionar para Al este del
paraíso. Esa fue la última vez que vi a Jimmy”.
(James Dean llegó a Hollywood en 1954. En 1955, el año de su muerte, ya había
filmado Al este del paraíso, Rebelde sin causa y Gigante.)
Julie Harris: “Creo que Jimmy era un hombre extraordinario. Lo he congelado en
mi memoria como aquel hermoso muchacho con el que trabajé en Al este del paraíso
en el verano de 1954. Siempre lo consideré una especie de Huckyberry Finn.
Siempre estaba haciendo alguna travesura, buscando alguna nueva aventura,
siempre estaba lleno de curiosidad y de entusiasmo. Le gustaba hacer que la
gente se irritara”.
Roig Schatt: “Dean es de esa gente a medio camino entre los ‘50 y los ‘60, que
cambiaron la manera de actuar en el mundo. Todos empezaron a ser más personales,
más naturales, a expresar más sus sentimientos. Dean formó parte de eso”.
Dennis Hopper: “Yo en aquel tiempo pensaba que era el mejor actor del mundo. La
primera vez que vi trabajar a Jimmy quedé estupefacto. Yo estaba muy empapado en
la escuela de actuación inglesa, donde se hacía lectura de líneas, gestos, todo
estaba preconcebido, sabía exactamente lo que iba a hacer. Esa fue la primera
vez que veía a alguien improvisar, crear cosas que no estaban escritas en el
libreto. Me decía: ‘Si vas a fumar, tienes que aprender a fumar el cigarrillo,
no sólo a fingir que lo fumas, sólo fúmalo. Si estás tomando lo que sea, tienes
que beberlo, no fingir que lo estás bebiendo. Y cuando miras, tienes que mirar.
Este tipo de actuación es lo más fácil de hacer. Pero en resumen tienes que
verdaderamente mirar, beber, fumar, y estar realmente en el momento, minuto a
minuto y nunca tienes que tener ideas preconcebidas sobre nada, ni siquiera
sobre cómo tiene que desarrollarse la escena’”.
Leonard Rosenman: “Para la famosa escena del cumpleaños de Al este del paraíso,
Jimmy se preparó a tal extremo que Julie Harris me vino a buscar y me dijo:
‘Creo que le pasa algo a tu amigo, ha llorado todo el día’. ‘Bueno –le dije–, yo
lo conozco: se está preparando para la escena.’ Y sí, lloró todo el día”.
Dennis Hopper: “Estaba observando su trabajo y me parecía increíble, no sabía
cómo lo hacía. En la carrera de Rebelde sin causa literalmente lo tomé del
cuello, lo lancé dentro del auto y le dije: ‘Tienes que decirme cómo lo haces,
tienes que ayudarme, quiero llegar a entenderlo’. Me dijo que antes de darme
alguna información sobre su trabajo tenía que preguntarme algo, y me preguntó si
odiaba a mis padres. Pensé que era una pregunta muy extraña. ‘Los odiabas,
¿verdad?’, me dijo. Yo dije que sí, que los odiaba. El dijo: ‘¿Querían que
fueras otra cosa antes que actor?’. ‘Sí, querían que fuera ingeniero, abogado,
cualquier otra cosa.’ ‘Bien, por eso es que tú quieres ser actor’, dijo él. Era
muy pequeño cuando mi madre murió y al principio solía ir a su tumba y pensaba
mamá, mamá, ¿por qué me dejaste?, y eso pronto se transformó; estaba furioso con
ella y pensaba seré alguien, seré famoso... El me observaba actuar y me daba
consejos. Me preguntaba qué tal hacía su papel de viejo cuando trabajaba en
Gigante. ‘¿Parezco lo suficientemente viejo?’ Le dije: ‘Jimmy, luces tan viejo,
tan decrépito, que no hay modo en el mundo de que puedas hacer el amor a esta
chica y mucho menos casarte con ella; de veras’. El estaba feliz al escucharme
decir eso”.
Julie Harris: “El último día de filmación quise decirle adiós a James. Golpeé su
puerta y oí unos sollozos ahogados. Cuando abrió la puerta, vi que estaba
llorando. Me dijo: ‘Se terminó, se terminó’. Una experiencia muy significativa
para ambos había terminado. Hay un período de separación donde uno lamenta lo
que ha perdido”.
Eartha Kitt: “Recuerdo perfectamente cuando me encontré con él en Hollywood. Nos
dimos un fuerte abrazo, como siempre hacíamos. Pero esta vez no lo sentí, no
sentí su espíritu. Le dije: ‘Jimmy, ¿qué te están haciendo aquí en Hollywood? No
te siento, no siento tu espíritu’. Y él me dijo algo así como: ‘Ya estás con tus
supersticiones otra vez’. Me fui a Las Vegas al día siguiente para estrenar mi
obra y unos días después una de las chicas del coro vino a buscarme al camarín y
me dijo: ‘Jimmy está muerto’. Yo ya lo sabía. Ya se había ido. Desde el domingo
anterior, cuando nos abrazamos, ya no estaba allí”.
Dennis Hopper: “Quedé desolado con su muerte. Creo que aún no me he recuperado.
Revolucionó completamente mi idea del destino y cómo funcionan las cosas en esta
vida tan extraña que llevamos en este planeta. No podía creer que alguien tan
talentoso, tan dotado y tan extraordinario como James Dean muriera antes de
realizarse por completo”.
Jim Davis (creador de Garfield): “La historia que más me impresionó de James
Dean como actor es cómo se preparaba para sus trabajos, cómo se mentalizaba para
el escenario, para la cámara. Una vez dijo que estudiar a los gatos lo ayudaba a
relajarse. Para él, los gatos eran los animales más relajados. Exteriormente
tranquilos pero, en el interior, pura energía, tensión y nerviosismo. Por eso
trataba de imitar los movimientos de los gatos, su parpadeo. Nosotros
parpadeamos rápidamente, los gatos parpadean lentamente. Traté de poner algo de
eso en Garfield”.
David Dalton (crítico): “Hay mucha gente que nunca vio una de sus películas y lo
idolatra por los afiches. Ese que aparece recostado sobre una pared con una
campera roja y el cigarrillo en la boca. Es un paradigma tan perfecto de la
angustia adolescente que nadie lo ha logrado reemplazar”.
Dennis Hopper: “Jimmy siempre me decía cuánto quería ir a Europa. Cada vez que
voy allí pienso bueno, él no pudo estar aquí. Pero cuando entro a una disco en
París, en un bar en España o un bar en Moscú, siempre hay algo de él. Es
inmortal”.
El lado oculto de la estrella
James Dean, como muchos astros de la época, tenía otra vida fuera de las
muchachitas que los productores le colgaban del brazo en los estrenos. Su
círculo de íntimos amigos demuestra, además, lo desprejuiciado que era. Antes y
durante el éxito en Hollywood, sus compañeros más cercanos, aunque secretos,
eran Eartha Kitt –una actriz y cantante negra; hay que apuntar que, en los años
‘50, una amistad interracial era bastante rara–, Maila Nurmi o “Vampira” –un
exótico personaje, célebre en la época por sus apariciones en TV maquillada de
blanco y encorsetada en negro riguroso, y por su papel en Plan 9 del espacio
sideral de Ed Wood– y Jack Simmons, un aspirante a actor, gay, a quien Dean le
pagó una cirugía estética de nariz.
Dean vivió con Simmons durante el rodaje de Rebelde sin causa, pero los biógrafos no han podido confirmar si existió entre ellos una relación romántica. Sin embargo, casi se puede afirmar que fue pareja de Roger Brackett, un director de radio y directivo de una agencia publicitaria, a quien conoció mientras trabajaba en un estacionamiento, cuando aún trataba de conseguir papeles en la TV neoyorquina. En los ‘50, rara vez se le preguntaba directamente a un astro si era homosexual, y por supuesto nadie salía del closet porque resultaba desastroso para sus carreras. Dean, sin embargo, afirmó en una célebre entrevista: “¿Si soy homosexual? Bueno, no voy por la vida con una mano detrás de la espalda”.
En los últimos años, ciertos sectores del movimiento gay afirman la homosexualidad de James Dean, pero también que es complicado hablar de identidad sexual en alguien que falleció a los 24 años; es posible, claro, que todavía estuviera en formación.
Kenneth Anger, el director de culto y autor de Hollywood Babilonia, tiene, por
supuesto, algo que decir sobre la vida secreta de Dean: “Como reflejo de la
profunda impresión que le había causado ver la película de Marlon Brando, El
salvaje, James era un adorador del cuero negro. Le gustaba sentirlo sobre la
piel desnuda y también toda la parafernalia de cadenas y emblemas. En Los
Angeles existía entonces un club de amantes del cuero, mucho antes de que ese
secreto compartido se transformase en una moda. Todos sabíamos que Jimmy
frecuentaba esas reuniones y fueron sus amigos de aquel cerrado círculo quienes
comenzaron a llamarlo ‘Cenicero humano’, porque le gustaba que le apagaran
cigarrillos sobre el cuerpo, y hablaba constantemente del dolor físico. El
perito que certificó su muerte y examinó su cadáver en el depósito antes de la
autopsia certificó que tenía una constelación de cicatrices en el torso”.
Fuentes menos maledicentes certifican cierta obsesión de Dean con la muerte. En
su departamento de Nueva York tenía un ataúd en miniatura, y en una oportunidad
se hizo fotografiar saliendo de un ataúd real, haciendo muecas. También colgaba
fotografías de soldados heridos en las paredes, casi siempre de Robert Cappa. El
artista Kenneth Kendall se inspiró en Dean para su óleo El torero muerto, y Dean
parodió la obra en una célebre foto. Cuando su trabajo se lo permitía, iba a
Tijuana a ver corridas de toros, y coleccionaba objetos relacionados con la
tauromaquia, además de artículos sobre la muerte de Manolete y una versión
mecanografiada de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía de Federico
García Lorca.
La carrera
A James Dean se lo recuerda por sus tres películas, rodadas en sólo dieciséis
meses entre 1955 y 1956: Al este del paraíso de Elia Kazan, donde fue Cal Trask;
Rebelde sin causa de Nicholas Ray, donde fue Jim Stark; y la casi olvidable
–salvo por él– Gigante de George Stevens, donde fue el hosco Jett Rink.
Pero antes tuvo una larga carrera en televisión y teatro. Entre 1947 y 1953 participó en diez piezas teatrales –la más famosa fue El inmoralista de André Gide–, y en veintiocho programas de TV entre 1951 y 1955. Uno de sus últimos trabajos para
la pantalla chica fue un spot publicitario en pro de la seguridad en las rutas.
Con el vestuario de Gigante, un lazo en la mano y el sombrero vaquero en la
cabeza, decía despatarrado en un sillón que ya no se sentía atraído por la
velocidad y que tomaba precauciones en la ruta; como corolario, antes de
despedirse del público, decía: “Tengan cuidado, pueden salvar vidas, y una de
esas vidas puede ser la mía”. El micro nunca salió al aire.
A bordo de su Porsche
La maldición del Porsche 550 Spyder
Los restos del coche en el que James Dean perdió la vida fueron adquiridos poco
después del accidente por George Barris, un hombre de negocios que pensaba
reconstruir la carrocería y exhibirla por todo Estados Unidos. Pero cuando
estaba bajando el coche destrozado del camión, se deslizó y cayó sobre uno de
sus mecánicos, rompiéndole las piernas. Un poco sugestionado, Barris le vendió
el motor a un cirujano, el Dr. Troy McHenry. El médico instaló el motor en su
coche y poco después falleció en una carrera.
Mientras tanto, Barris encargó reconstruir la carrocería y la envió a Fresno
para exhibirla en un garage propiedad de la patrulla de carreteras. El coche fue
instalado por la tarde y esa misma noche el local se incendió. Todos los coches
se quemaron, excepto el Porsche.
Semanas después, un empleado estatal llamado George Barkuis se lo llevó en un
camión hacia Salinas, cerca del lugar del accidente. Durante el viaje perdió el
control del camión, el Porsche se soltó de su sujeción y lo arrolló.
Finalmente, en 1960 el ayuntamiento de Miami decidió iniciar una campaña de
seguridad en rutas utilizando como símbolo el coche donde había fallecido Dean.
Cuando terminó la campaña, devolvieron la carrocería a Los Angeles. El conductor
del camión que lo transportaba se detuvo en un bar de ruta y al regresar
descubrió que el coche había desaparecido. Quizá alguien lo robó. No se sabe,
porque jamás volvió a aparecer. Ahora, en el 50º aniversario de la muerte de
James Dean, un museo de Illinois ofrece un millón de dólares por el auto, del
que hoy sólo se conserva una de las puertas.
Los actores
James Dean inauguró no sólo un nuevo tipo de actor sino un nuevo tipo de sex
symbol. Antes, Hollywood era el mundo de los hombres rudos, indudablemente
viriles –en apariencia, claro está–, o de los caballeros, los hombres de traje;
Clark Gable, Humphrey Bogart, Robert Mitchum, Cary Grant, Rock Hudson, Gary
Cooper.
Marlon Brando y Montgomery Clift ofician de bisagra, los primeros en
combinar otra masculinidad, más rebelde, sensible, inestable, incluso
excéntrica. Dean la definió: un chico de belleza casi femenina, ambiguo,
irónico, frágil, burlón y complejo. Este nuevo modelo tuvo descendencia y se
estableció muy pronto en los ‘70 con Brad Davis y Martin Sheen (que “imitó” a
Dean en Badlands de Terrence Malick) y se confirmó en Marginados y La ley de la
calle de Francis Ford Coppola con Matt Dillon y Mickey Rourke.
Hoy, el “tipo” James Dean es casi la regla. Quizá ningún otro actor marca tan bien su descendencia como River Phoenix, que no sólo era muy parecido físicamente sino
que falleció casi a la misma edad que Dean (23 años); pero la mayoría de los
actores más famosos de estos años serían impensables sin Dean: Leonardo DiCaprio
(¿el heredero?), Johnny Depp, el primer Brad Pitt (el de Thelma & Louise), Ethan
Hawke, Jared Leto, Michael Pitt y los incipientes John Robinson (de Elephant),
Jonathan Rhys-Meyers (Velvet Goldmine y la de Woody Allen, Match Point),
Ian Somerhalder (Lost y Las reglas de la atracción) o Nick Stahl (En el
dormitorio).
Junto a Sal Mineo, en Rebelde sin causa
James Dean por Marlon Brando
“Jim y yo trabajamos juntos en el Actor’s Studio de Nueva York y tengo un gran
respeto por su talento. Sin embargo, en esa película (Al este del paraíso)
míster Dean parece que lleva mi guardarropa del año pasado y que usa mi talento
del año pasado.”
(De una entrevista de los años ‘50.)
“Dean nunca fue amigo mío. Lo conocía muy poco. Siempre estaba intentando estar
cerca de mí. Solía llamarme por teléfono... Lo oía cómo hablaba con mi
contestador automático, preguntando por mí, dejando mensajes. Pero yo nunca le
contestaba, nunca le respondía. Cuando al fin lo encontré en una fiesta, estaba
merodeando, haciéndose el loco. Y yo le hablé. Lo llevé a un rincón y le
pregunté si se daba cuenta de que estaba enfermo. De que necesitaba ayuda. El me
escuchó. Sabía que estaba enfermo. Me dio el nombre de un psicoanalista y se
largó. Y al fin mejoró en su trabajo. Hacia el final creo que comenzó a
encontrar su propio camino como actor.”
(Brando entrevistado por Truman Capote en los años ‘70.)
James Dean por François Truffaut
“Al este del paraíso es la primera película que nos ofrece a un héroe de
Baudelaire, fascinado por el vicio, amando a la familia y odiándola al mismo
tiempo. Los poderes de seducción de James Dean son tales –basta observar cómo
reacciona el público cuando Raymond Massey rechaza su dinero, es decir, su amor–
que puede matar a su padre y a su madre en la pantalla con las bendiciones del
cine y del público. Los matices de su juego no dan sitio ni al coraje ni a la
cobardía, como tampoco al heroísmo o al miedo. Se trata de algo, de un juego
poético que permite todas las libertades e incluso las impulsa.
Actuar justa o falsamente son expresiones que con James Dean pierden su sentido, porque siempre se espera de él una sorpresa a cada instante. Puede reír donde un actor lloraría y viceversa, porque mató la psicología el día que apareció en escena... Es de James Dean, flor del mal cortada fresca, de quien hay que hablar en una revista de cine, de James Dean que es el cine, de la misma forma que Chaplin o Ingrid Bergman”.
(En Cahiers du Cinema, 1955)
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar.html, Domingo 25 de septiembre de 2005
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