"El tren de las 3:10 a Yuma", la sutileza de un maestro
Delmer Daves fue un especialista en western, género en el que nos ha
dejado un buen puñado de películas inolvidables, como la que nos
ocupa o "El árbol del ahorcado", "Flecha rota" y "La ley del
talión". Y aunque su nombre también figura en uno de los títulos
clave del cine negro, "La senda tenebrosa", o del cine bélico,
"Destino Tokyo", fue en el western donde Daves desarrolló y desplegó
todo su talento, llevando al género a terrenos insólitos, aquellos
que empezaron a plantearse con "El pistolero", considerado el primer
western psicológico.
"El tren de las 3:10 a Yuma" parte de un relato corto de Elmore Leonard,
de cuya pluma se han adaptado historias de la más diversa índole
convertidas en películas con un mayor o menor interés: "Joe Kidd",
"Un hombre", "Jackie Brown" o "Our of Sight", por poner algunos
ejemplos. Un relato que sirve a su guionista, Halsted Welles, y a su
director, para plantear algo semejante a lo que Fred Zinnemann
realizó cinco años antes en la magistral "A la hora señalada".
"El tren de las 3:10 a Yuma" narra la historia de Ben Wade, un famoso
bandido que después de atracar una diligencia con su hombres, decide
pararse en un pueblo, en el que es apresado para llevarle a la
justicia. Como los hombres de Wade no van a dejar que lleven a su
jefe a su prisión, se pondrá en marcha todo un plan para que no
intenten rescatarlo. El sheriff reúne a varios hombres para que
custodien a Wade. Entre ellos está Dan Evans, un granjero casado y
con dos hijos, casi en la ruina por las malas cosechas, y que acepta
el trabajo por la sustanciosa cantidad de dinero, con la que podrá
arreglar su vida.
Van Heflin y Glenn Ford, en un papel atípico, representan a dos
antagonistas con más cosas en común de lo que parece. Dos
antagonistas unidos por las circunstancias y por intereses
distintos, que poco a poco van conociéndose hasta entenderse. Daves
es realmente sutil para describirlos a los dos. Wade es implacable,
no se detiene ante nada (si uno de sus hombres es impedimento para
continuar, simplemente se deshace de él), es un hombre peligroso,
pero también sabe escuchar y observar, capacidades éstas que le
permiten conocer a su vigilante: Evans. Heflin da vida a un hombre
al que lo único que le preocupa y le mueve es salir de la miseria en
la que se encuentra él y su familia. Un hombre recto y responsable,
que piensa siempre en hacer lo correcto, y custodiar al hombre más
peligroso que se encontrará nunca es lo único que puede hacer para
lograr sus sueños. Dos actores compenetrados a la perfección, que
apoyan un crescendo dramático (la espera del tren) que tiene su
punto más alto en la larga secuencia en la habitación de un hotel,
donde la planificación y los diálogos constituyen una poderosa
secuencia, llena de suspense y tensión.
"El tren de las 3:10 a Yuma" es un claro ejemplo de síntesis de guión.
Daves no necesita exponer demasiado para narrar y contar. La
sugerente historia de amor pasajera entre Wade y la camarera de un
bar es buena muestra de ello, un bloque casi mágico que parece
separado del resto del film, una especie de entreacto en el que la
utilización de la música y una perfecta ejecución de las elipsis, le
confieren un arrebatador lirismo, gracias al cual no queremos que la
historia avance. Momento irrepetible que da lugar a otros de
distinta índole, siempre adornados por la melancólica música de
George Dunning, ésa que se mete en nuestros oídos nada más comenzar
el film, con una canción interpretada por Frankie Lane, y que viste
la historia de cierto carácter poético, irreal y elevado.
Delmer Daves se encontraba en su mejor época, la década de los 50,
en la que realizó nueve westerns, siendo "El tren de las 3:10 a Yuma"
uno de los mejores (si un servidor tiene que elegir, lo elige junto a
"El árbol del ahorcado").
Con su depurado estilo nos ofreció una de esas joyas inusuales que
desprenden puro cine por cada uno de sus fotogramas. Imposible
olvidar ese travelling final desde el tren, en el que una esperada y
repentina lluvia lava todas las dudas de los personajes, y coincide
con el trabajo perfectamente acabado. Una metáfora puesta en
imágenes por el buen hacer de un maestro, que lamentablemente
terminó su carrera con una serie de dramas románticos, nada menos
que siete, que obtuvieron un explosivo éxito en los 60, pero cuya
calidad (y esto no quiere decir que fueran malas películas) distaba
mucho de las de la década anterior. Daves realizó esos films para
salvar al productor Jack Warner de la bancarrota, y aunque alguno
tiene cierto interés ("Fiebre en la sangre") le
proporcionaron a Daves una fama alejada de la que obtuvo por sus
meritorios resultados en películas como la que nos ocupa.
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