domingo, 22 de junio de 2008

Clasicos nativos: La casa del angel


Elsa Daniel y Lautaro Murua


Elsa Daniel y Barbara Mugica

Leopoldo Torre Nilsson en dialogo con Jorge Miguel Couselo, julio de 1977

A tanto tiempo de "La casa del ángel" pienso sobre ella de distintas maneras. Circunstancias y motivaciones cambiantes, tiempos desiguales no necesariamente distanciados en fechas, me cambian ocasionalmente la perspectiva. Sin embargo, nunca dudo que es en cierto modo mi película fundamental, o profesionalmente fundamental, la del encuentro con la imaginación literaria de Beatriz (Guido) y también con una temática de mi preferencia, con la posibilidad de ahondamiento en los seres, en su incomunicación, en los prejuicios de una sociedad poblada de tabúes, envuelta en cerrados conceptos religiosos. A eso tendió mi obra cinematográfica desde un comienzo, con otra característica que se pretendió negarme: el auscultamiento del hombre argentino, de la mujer argentina, no diré del ser nacional para no caer en formulas. Tal vez me faltaba experiencia y lo que no me aportaban argumentistas profesionales, me vino por una escritora todavía ajena al cine. Psicológicamente yo fui acortando tramos de penetración en los tipos con "Graciela" pero no era un libro nacional. No es cuestión diré nacionalista, porque también creo que un texto extranjero podría servirme a una visión autentica en cuanto mi mirada no es extranjera. Pero en "La casa del ángel", novela que en un principio no me gusto, encontré elementos directamente argentinos, diría de impotencia e irrealizacion argentinas, desde la óptica de una burguesía aislada, claustrofóbica, que yo asimilaba desde enfrente. Que mi apetencia de la novela, aun en conflicto con ella, me convenciera para una película, determino por fin una línea de expresión o un estilo que, debo confesarlo, todavía me sorprende en su rigor de imagen. Fue una época en que se me dieron circunstancias excepcionales. Entre "La casa del ángel", "El secuestrador" y "La caída" existe, supongo, una gran coherencia. Me doy cuenta de que son películas que pude filmar en un momento irrepetible. Se dieron hechos en el país y en el cine mismo como para que las imaginara y realizara sin interferencias importantes. Por audacia de temas, factores de mercado, censuras en aumento y actores que no están o ahora serian marginados, no podrían ser posibles unos cuantos años después, ya que vivimos desgraciadamente en involución. "La casa del ángel" me llevo al escenario internacional con su presentación en Cannes y juicios tan definitivos como los de un Sadoul o un Bazin. Contrariamente a cierta critica, no creo que mi filmografía ulterior pueda ser tildada de inconsecuente o incoherente. Si creo que sufriría circunstancias adversas que en el breve lapso de esos tres títulos no se hacían evidentes.




Escribe: Jorge Abel Martín

Con "La casa del ángel" filmado en 1956 se inicia la fructífera y vital colaboración entre Leopoldo Torre Nilsson y la escritora Beatriz Guido, su mujer.

La combinación de ambos talentos fue notable, con particularidades que a lo largo de la obra en común se transformaron en constantes: las ingenuas jovencitas atraídas por patológicos personajes (primero Elsa Daniel, después Graciela Borges); los lugares mas bien siniestros (la pensión de "La caída", el "cuarto de arriba" de "La mano en la trampa"; la terraza en el film de igual titulo); el efecto funcional de la iluminación; la preferencia -a veces- mas por la forma que por el fondo.

La novela homónima de Beatriz Guido (primer premio en el concurso Emecé de 1954) fue adaptada por la autora, Torre Nilsson y Martín Rodríguez Mentasti y presento la historia de una joven acorralada por el fanatismo religioso de su madre y el miedo al pecado, que hasta la llevaban a bañarse con la ropa puesta.

"La casa del ángel" fue la afirmación de un proceso conceptual que convirtió a Leopoldo Torre Nilsson en un creador, en un autor cinematográfico que, en calidad de tal, brindaba una interpretación propia, personal, del universo contenido en su obra.

Ello hizo que Torre Nilsson fuera creando, dando vida a un nuevo lenguaje cinematográfico, del cual bebió ese grupo de jóvenes entusiastas que en los años '60 genero el "nuevo cine argentino". Una época de aliento, de entusiasmo, tal vez magnificada por la crisis del cine comercial, donde los nuevos estaban empeñados en asentar una critica de la realidad argentina y pugnaban ansiosos por expresarse en una forma distinta a la del cine tradicional, cuyas temáticas y estilos narrativos entroncaban directamente con los de los representantes de la "nouvelle vague" francesa.

Cuando "La casa del ángel" se exhibió en el Festival de Cannes, si bien no obtuvo ningún premio, despertó gran interés en los críticos y abrió el camino para la trascendencia internacional, no solo de su realizador, sino también del cine argentino.

Entre nosotros, el film tuvo fanáticos defensores y duros detractores, que lo convirtieron en una de las más polémicas realizaciones argentinas de todos los tiempos. Mas adelante, en diversas encuestas realizadas por distintos medios (la revista "Antena", el Museo Municipal del cine, etc.) el film figuro entre los diez mejores títulos del cine argentino en toda su historia. El Instituto Nacional de Cinematografía, en su concurso correspondiente a 1957, le otorgo los premios al mejor film, realizador y libro.

"El creador -escribiría Torre Nilsson en "Clarín", 4/10/59- evidentemente tiene un estilo, ese algo a veces imponderable que nos queda como regusto y que puede ser: maneras de decir, formas que se desplazan, posición ante los hechos, caracteres, enfoque de las situaciones, palabra o acción. Y es ese estilo el que da el carácter de paternidad a la obra; en el cine alguien es el dueño del estilo y es el caso más frecuente que ese alguien sea el director, pero aquí vemos que los directores que ha sabido conservar un estilo no han sido meros artesanos del set, sino que han estado en el film mucho antes de su filmación, han estado en la invención de las situaciones y diálogos, han elegido rostros y lugares, han previsto sonidos e imágenes".



"La casa del ángel" y la critica europea

"La casa del ángel" tiene una densidad novelística poco corriente en el cine... Sus personajes de primer y segundo plano tienen una vida intensa y la atmósfera es extremadamente absorbente".

George Sadoul en "Les lettres francaises"

"La atmósfera de sensualidad y caída moral del film esta lograda con tal autoridad que no deja dudas acerca del talento singular y firme de su realizador".

Derek Prouse en "Sunday Times"

"Es la revelación del festival"

Andre Bazin en "France Observateur"

"La casa del ángel" esta plena de esa sutil observación y sentimiento que estamos mas acostumbrados a encontrar en la literatura que en el cine. Si bien es "literaria" solo en ese plausible sentido, puesto que también es un film de estilo".

Lindsay Anderson en "Times"

"Es el mejor film que haya venido de América del Sur desde que el cine existe".

Eric Rohmer en "Arts"



Esa extraña naturalidad

Escribe: Hector Lastra

Ahora servirán el café. Yo, lentamente, termino el postre, para que no llegue ese momento. Tendré que levantarme, servirlo yo misma y acercarme a el para ofrecerle esa pequeña taza de porcelana que no ha dejado de temblar en mi mano durante todos estos años. "Así empieza "La casa del ángel", primera novela de Beatriz Guido (1922-1988), elegida por Ignacio Anzoategui, Leopoldo Marechal y Julio Calliet Bois entre otros en 1954, para el Primer Premio Emecé.

Así empieza también la película de Leopoldo Torre Nilsson, que tiene el mismo título (1957), como si actores, escenografía, iluminación y desplazamiento de cámara no fueran suficientes, como si la voz del texto, de la primera persona, fuera imprescindible, señalizadora de lo estrictamente escritural. Esta característica se repite en algunos momentos del film y en especial sobre los minutos finales. De alguna manera marca la simbiosis que se daría positivamente en sus obras, por casi una década, entre la Guido y el cineasta.

"Después de aquel día sé cuantos terrones de azúcar lleva su café". La autora va entonces hacia el pasado, siempre tomando la voz y los tonos de Ana Castro, primera niña/adolescente de la novelística argentina. O mejor, de ese sino en conmoción de niña a mujer, articulado con tersura, con límpido rigor lineal y estructurado además con la técnica del recorte, de la evocación que fluctúa entre distintos tiempos del pasado.

La Guido crea un escenario y una atmósfera poco frecuentes hasta esos años. Hay que sumarle una mordaz ironía a la cual puede emparentársela, en cierta medida, con la que practica Silvina Ocampo. Por otra parte, la escritora hace converger en su personaje central fuerzas maravillosas y virulentas al mismo tiempo, síntomas de locura y de marcadisima decadencia, donde mucho de lo que sucede a su alrededor puede llegar a parecer un sueño. A eso se debe quizá que su paso tenga unas veces inseguridad, otra firmeza y siempre el infortunio de un andar a ciegas.

Un duelo en la casa es, paralelamente, eje de la narración. Por sus preparativos van acoplándose los distintos pantallazos del pasado de Ana. Pero, en sincronía, el duelo mismo (en el que participa un correligionario del padre de la protagonista con un político antagónico, ambos congresales) también pasa a desgajarse, a formar distintos fragmentos en el desarrollo de la anécdota.

Acaso entre los aciertos mayores del guión esté el logro de captar esa idea de la religión como alivio y amenaza, como miedo y castigo. Encima los prejuicios (en ciertos pasajes sorprendentes) que pueden llegar a surgir de cierto fanatismo, de la mala interpretación por un lado y de la extravagancia por otro. Asimismo Torre Nilsson sabe concretar el halo poético que se desprende de "La casa del ángel", y, sobre todo, el especial clima dado por distintas descripciones, por el estupor que levantan ciertos diálogos, por la aparición momentánea de algunos extraños personajes.

Sin embargo el cineasta no consigue plasmar (o desecha) una de las posibles lecturas que permite el texto, quien sabe, la más audaz dentro de la rica gama de símbolos que este ofrece: el hecho de que en realidad los adultos que rodean a Ana -no importa la edad que tengan- son también adolescentes, enfermos y vetustos, que arrastran, sin ignorarlo, dicha etapa hasta la muerte. La película la ve en todo el país un millón de espectadores. Desde su estreno pasa a ser, mas allá de marcadas discrepancias, una muestra de ruptura con respecto a muchos convencionalismos. No es chica la aparición de nuevos realizadores (de diversas posturas y actitudes) que reconocen la influencia que el film produjo en ellos.

No corrió distinto destino la novela. Apenas bastaron unos años para sumar reediciones. Aunque lo de mayor peso esta en que el nombre de Beatriz Guido paso a ocupar, junto a su "casa del ángel", un espacio que, hasta ese momento, no era habitual para casi ninguna novelista argentina. A "La casa del ángel" le siguieron (con características relacionadas a ese mismo mundo, y en especial a Ana Castro), las novelas "La caída", 1956 y "Fin de fiesta", 1958, y los cuentos y relatos de "La mano en la trampa", 1961.

Violencia sonámbula

Poner el cuerpo, para los personajes femeninos centrales de estos textos, como para Ana, no solo es terminante sino también conducente a un inexorable estado de prisión. Claro está que ninguno supera el voltaje de "La casa... esa impresionante capacidad de dar en escasas pinceladas la idea del amor como escape, deslumbramiento y fracaso. Las mismas pocas líneas que le bastan, en esa primera novela, para describir el incendio del prostibulo, para concebir a la paralítica de enfrente o a la mujer que confiesa públicamente su engaño al padre, al marido y a los hijos, en las barrancas de Belgrano, ante el Ejercito de Salvación.

Por otro lado, así como son insuperables los pasajes del viaje en taxi y el de la comida previa a la madrugada del duelo, la violación de Ana, de parte de uno de los duelistas. Además de ser literariamente inaugural en nuestra ficción, posee una violencia desatada, sonámbula pero vertiginosa, como burilada para una armazón de puzzle.

Y en esa armazón, que es la clave de la novela y a la vez de su estructura, no solo queda aprisionada Ana sino todo su universo, esa larga evocación -cierto que desde una mira muy particular abarca los años 1920/26.

Porque aunque Ana sale, de tarde y de noche, aunque recorre barrios apartados o toma el té con su primo Julián (una sombra estropeada por alguna adicción) siempre vuelve y siempre reitera la ceremonia de cenar los viernes (desde hace años) con su padre y el duelista. Las claves de la desgracia nos las da el mismo texto, la desdicha de una vida encapsulada nos la revela el propio final, relatado como muchas mujeres lo hicieron después, o como algunas lo siguen haciendo hoy, es decir, con extraña naturalidad,. como si la que escribe no fuera consciente de su seña y renuncia a los grandes gestos literarios. "No se si esta vivo o muerto. No sé tampoco si somos dos fantasmas; deberíamos haber muerto aquella noche; él en el parque, y yo en la terraza del ángel. Ahora podré salir; me están esperando".

Síntesis argumental

Ana esta mortificada por el recuerdo, al reconstruir aquellos instantes. Siempre igual, temiendo el momento de tomar el café, finalizada la comida... Y Pablo que parece ignorarla en sus frecuentes visitas a la casa. La única intimidad que se permite es acercarle el pocillo y tomarse la audacia de levantar la mirada hasta la altura de la corbata. Para ella es una entrega absoluta.

Después, la obligada pregunta de todos los viernes: -¿Con quien sales hoy?. Y luego la innecesaria aclaración de su padre: -No te preocupes, Pablo y yo tenemos mucho que conversar. Pero ella sabe que cuando se marche, su padre despedirá a Pablo pretextando que al día siguiente espera la visita de correligionarios. Ana se despide sin poder evitar la emoción. Y las palabras de Pablo le duelen: -Abrígate, hace frío. Siempre igual, como todos los viernes. ¿Cuántos viernes todavía?. Y el recuerdo la traslada a aquel día, en la quinta de Adrogué.

Estaba con sus hermanas. Julieta, con su temor al infierno. Isabel, en su extraño mundo del bordado en el bastidor. Y también su prima Vicenta, dispuesta siempre a decirle lo que pudiera herirla, pero que a ella le atraía, porque la asociaba a todo lo terrible. A ser mujer, como su madre, como Naná. Sus palabras de entonces no las ha olvidado. "Si no quieres hacerte monja, tenés que saberlo todo". Y las preguntas "¿Por qué visten a las estatuas con lonas cuando venimos nosotras?". Y la proposición: "Al final hay una arrumbada. Se han olvidado de taparla. Vamos a verla".

Y la vieron. Era una estatua de Apolo y Ana la besó, invitada por Vicenta... Y el primo Julián, que se le cruza en el camino y Ana lo besa en la boca hasta que es sorprendida por su madre... Fue el comienzo.

Al día siguiente regresaba a la Capital, acompañada por Naná. Era ya demasiado grande para estar con los varones.

Entonces se produce el encuentro con el diputado Pablo Aguirre. Y los chicos del barrio, después, que le muestran fotos con hombres y mujeres desnudas... Y la fiesta en casa de sus padres, de la que no puede participar porque su madre no le perdona "el terrible pecado" que ha cometido.

Poco después, Castro y Pablo convendrá los términos del duelo que se llevará a cabo en los jardines de la casa. Esquivel ha aceptado el duelo, que será a pistola, a veinte pasos y a muerte.

De pronto, Ana aparece en el pasillo y Pablo la invita a bailar. Al finalizar la música, Pablo sólo dice "Gracias" y Ana huye escaleras arriba.

A la noche siguiente, Ana abre la ventana y mira al Angel del frente de la casa, sólo iluminado por la luz de la luna. Después, llevando sus manos al escapulario que tiene en su pecho, sale resueltamente de su habitación. Avanza por el pasillo y golpea la puerta. Nadie responde. La abre y penetra en la habitación. Pablo está de espaldas, frente a la ventana, observando el parque. Volviéndose se dirige hacia Ana, que se quita el escapulario y se lo pone a Pablo en las manos. Poco después, un beso une sus bocas.

Ana, en su cama, aguarda febrilmente. Oye pasos en la escalera. Después, sobre hojas secas del parque. Es entonces cuando decide bajar. Dos tiros han sonado casi simultáneamente. En el jardín, un hombre yace muerto bajo una capa: es Esquivel. La silueta de Pablo se recorta bajo la luz de la luna. Ana lo mira con odio. Pablo baja la mirada.

Las cosas que siguieron después, no tienen importancia. Ni tampoco los meses que siguieron a ese día, cuando abría los ojos, durante la enfermedad. Ya había perdido para siempre la sombra del Angel...


Ficha técnica

"La casa del Angel"

blanco y negro, 1957

Producción: Argentina Sono Film
Asistente de producción: Adolfo Cabrera
Dirección: Leopoldo Torre Nilsson
Guión: Beatriz Guido, Leopoldo Torre Nilsson y Martín Rodríguez Mentasti
Sobre la novela homónima de Beatriz Guido
Fotografía: Aníbal González Paz
Música: Juan Carlos Paz
Escenografía: Emilio Rodríguez Mentasti
Montaje: Jorge Garate
Sonido: Mario Fezia
Laboratorios Alex
Rodaje 1956
Estreno 11/7/57 en el cine Ocean y otros

Interpretes:

Elsa Daniel, (Ana)
Lautaro Murúa, (Pablo Aguirre)
Berta Ortegosa, (la madre de Ana)
Bárbara Mugica, (Vicenta)
Yordana Faín, (Naná)
Guillermo Bataglia, (Dr. Castro)
Alejandro Rey
Eduardo Naveda
Lily Gacel
Alicia Bellán
Paquita Vehil
Elvira Moreno
Domingo Mania
Miguel Caiazzo
Roberto Bordoni
Florian Mitchel
Rosita Zucker
Onofre Sansac -Lovero-
Eva Pisardo
Alberto Rudoy
Beto Gianola
Alberto Barcel

Incluye un fragmento de "El águila solitaria", de Clarence Brown, 1925, film norteamericano con Rodolfo Valentino y Vilma Banky.


Fuentes: Torre Nilsson por Torre Nilsson, selección y prologo de Jorge Miguel Couselo, Fraterna 1985
Los films de Leopoldo Torre Nilsson, de Jorge Abel Martín, Corregidor 1980
Revista Ñ, número 198, sábado 14/7/07.

No hay comentarios:

Publicar un comentario